La justificación del libre comercio
Manuel Sánchez González

Autor de Economía Mexicana para Desencantados (Fondo de Cultura Económica, 2006).



Con el inicio de las pláticas formales para la revisión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, en los medios de comunicación han proliferado las referencias a figuras de combate para describir a los negociadores. 
Aunque probablemente esté influida por las críticas del TLCAN y las amenazas por parte del Presidente de EE.UU., tal caracterización no refleja la razón de ser de cualquier acuerdo comercial: el libre intercambio.
Tal vez parte de la confusión provenga de que, a veces, se percibe el comercio internacional como si fuera una competencia entre países. Sin embargo, al igual que lo que ocurre dentro de cualquier nación, el comercio transfronterizo es una forma de cooperación. Ello queda claro una vez que se desentrañan dos ficciones.
Una se relaciona con el hecho de que no son los países sino los individuos y las empresas los que comercian. El intercambio surge porque sus participantes ven en él una ganancia mutua y no una prueba de fuerza. 
La otra se refiere a la nacionalidad de los productos en un mundo globalizado. La integración internacional de las cadenas de valor en la producción de muchos bienes comerciados hace muy difícil asignarles un origen único. La producción conjunta es una forma de colaboración. 
La justificación última del libre comercio es el mayor bienestar de los consumidores, es decir, de toda la población. Su manifestación incluye la posibilidad de obtener una mayor variedad de bienes y servicios, a menores precios y de mejor calidad.
Estos efectos se derivan del aprovechamiento de la especialización. En particular, con el intercambio, el capital físico y humano tiende a dirigirse a aquellas industrias que lo utilizan de manera más eficiente. 
Además, el comercio internacional explota economías de escala, propicia la competencia entre los productores y genera oportunidades de innovación.
Si bien el intercambio favorece a todos los consumidores, los productores que compiten con las importaciones pueden resultar perjudicados. Empero, las mejoras para toda la sociedad más que compensan la disminución de ingreso y trabajo asumida en algunas industrias. 
Más aún, los beneficios del comercio se capitalizan a lo largo de los años, mientras que los costos de ajuste tienden a ser transitorios.
Ahora bien, si el comercio internacional aumenta el nivel de vida de la población, ¿por qué son tan persistentes las tendencias hacia el proteccionismo
La respuesta obedece a que los grupos afectados son relativamente pequeños y ven una retribución sustancial en organizarse y cabildear a favor de sus intereses. Aunque el daño del proteccionismo para la sociedad sea muy alto, se distribuye entre millones de consumidores, los cuales no tienen los incentivos para coordinarse en la defensa del libre comercio. 
Para alcanzar sus propósitos, los proteccionistas recurren a argumentos basados en factores reales, como la pérdida de empleos, y en otros subjetivos, como el supuesto carácter esencial de su actividad. La sociedad pierde por el proteccionismo, así como por el desperdicio de recursos asociado con los esfuerzos por “capturar” a las autoridades.
Un aspecto esencial del comercio internacional es que sus ganancias ocurren por las importaciones, no por las exportaciones. En ese sentido, a nivel país, las exportaciones son un costo para poder importar y no un fin. Algo parecido ocurre con el trabajo. La mayoría de la gente trabaja para vivir, es decir, para tener acceso a un mejor nivel de vida, y no vive para trabajar.
Acaso otra parte de la confusión sobre la función de los negociadores en la revisión del TLCAN radique precisamente aquí: la visión equivocada de que las exportaciones son un bien y las importaciones un mal. La relación económica es precisamente al revés. 
Lo anterior no significa que sea irrelevante no poder exportar. Por ejemplo, si Estados Unidos buscara imponer barreras a las importaciones mexicanas, se dañaría a sí mismo, pero también nos dañaría a nosotros, al limitar los frutos descritos del comercio. 
Por la misma razón, de materializarse ese evento, México no ganaría con medidas de represalia, respondiendo con obstáculos a sus exportaciones. No parece sensato afectarse uno mismo con el propósito de dañar al otro.
En suma, en la renegociación del TLCAN, será necesario no perder de vista que es el beneficio de los consumidores, no el de los productores, lo que debe guiar los acuerdos. Desviarse de este camino puede conducir fácilmente a un retroceso de la apertura donde los únicos ganadores serían los grupos de interés.


Este artículo fue publicado originalmente en El Financiero (México) el 23 de agosto de 2017 y en Cato Institute.
 

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