¿Liderar hacia dónde?
Diana Ferraro
Escritora
Las elecciones del corriente mes, donde ya se descuenta que
ganará la coalición Cambiemos y donde prácticamente no se ha debatido, no han
hecho demasiado por iluminar a los ciudadanos acerca de hacia dónde debe ir el
país. Predomina en los ciudadanos sólo una sana y enérgica reacción contra la
lamentable década pasada, sin que se discutan las alternativas que éste u otro
gobierno puede o podría adoptar para asegurar el bienestar general al más corto
plazo posible. Si bien ha quedado más claro el valor de las instituciones, en
particular el de una justicia independiente (¡todavía estamos esperando la
eliminación de la lista sábana, antes de hablar de institucionalidad
legislativa!), las confusiones acerca de la economía son aún mayúsculas.
Aún no se comprende bien cómo funciona una economía de
mercado y menos se acepta que no hay alternativas a ésta, por el mismo
desarrollo de la economía global. Las muy atrasadas discusiones continúan
basándose en si la Argentina debe tener una economía de mercado o plantear una
alternativa a ésta, en vez de aceptar la economía de mercado como una regla
global imposible de saltar (a menos que se quiera volver a fundir el país) y
discutir, en cambio, cuáles son las alternativas posibles DENTRO de una economía
de mercado.
Mientras que el PRO
tiene una orientación clara hacia la economía de mercado—aunque no enfrente aún
mucho del estatismo a solucionar—tanto radicales(incluidos en Cambiemos o no)
como peronistas, parecen seguir prendidos del pasado estatista de ambos
partidos, sin poder innovar. Persisten, así, en el errado camino de enfrentar
la actual conducción exitosa del PRO, proponiendo soluciones más o menos
estatistas para “contrarrestar” la economía de mercado. En este sentido, tanto
la conducción superior del PRO, instalada cómodamente en un conveniente
estatismo electoral, como las diversas dirigencias aspirantes, en especial la
del peronismo, harían bien en proponer un nuevo tablero de juego y discusión.
La pregunta no es quién es más estatista en contra de quien es más liberal,
sino quién se las ingenia para ser el más exitoso liberal, ese que pueda
extender los beneficios de una economía de libre mercado al total de la
población. Los peronistas, que deberían ser los primeros en subirse otra vez a
este barco, donde se encuentra la única clave posible para su supervivencia,
siguen sordos a toda sugerencia.
En efecto, más allá de mejorar las condiciones
macroeconómicas de la economía, lo que la dirigencia actual, tanto la que está
en el gobierno como la aspiracional del peronismo— que debería ser, en cambio,
muy inspiradora en tanto el peronismo fue el ejecutor y garante de una economía
de mercado durante los años 90—pueden hacer es aguzar la creatividad para
lograr que el enorme déficit del Estado pase rápidamente a manos privadas bajo
la forma de emprendimientos autosustentables. Al decir manos privadas, no nos
referimos sólo al mundo empresario sino al mundo sindical y cooperativo.
La tarea que las organizaciones libres del pueblo—para usar
la semántica peronista—pueden llevar a cabo por sí mismas, con la orientación
creativa del Estado y la asistencia financiera de la banca pública y privada
(nacional e internacional), es inmensa. Cuando en la ciudad de Buenos Aires se
piensa en la urbanización de las villas y se incluye el aporte tanto de los
habitantes como de las empresas privadas, se va por el camino correcto. Este
camino es perfectible si se elaboran modelos a escala de colonias, pequeñas
ciudades autosustentables a desarrollarse tanto en el área suburbana como en
las provincias. De mismo modo, como ya hemos sugerido antes en otros artículos,
muchas de las necesarias modificaciones a la ley laboral—incluso aquellas que
el Gobierno jura no implementar—podrían llevarse a cabo con la participación intensiva
de los sindicatos como gestores de sus propios seguros y de su propia red de
capacitación profesional.
La imprescindible reforma fiscal, que debería ser hecha a
fondo de modo de permitir que las provincias recauden y dispongan de sus
propios fondos, es otro de los grandes temas pendientes asociados al
saneamiento de la economía.
Pasadas las próximas elecciones, quizá llegue el momento de
establecer una gran discusión acerca de adónde vamos y cómo llegar mejor y más
pronto. La Argentina va por buen camino y tiene un excelente pronóstico, si se
plantean los problemas con franqueza ante los ciudadanos, en sus términos
exactos y reales.
El mayor problema de la Argentina son los argentinos
ignorantes—dicho esto amablemente, argentinos que no han sido informados con
exactitud de los límites entre los que discurre la realidad. Sin embargo, no
hay que considerarlos culpables sino víctimas de su extrema confianza en
líderes que parecen saber pero que, en muchos casos, saben menos que ellos aún,
ya que ni siquiera tienen el sentido común de la vida cotidiana atada a hechos
y no a ideologías.
La responsabilidad de los liderazgos actuales es hoy,
entonces, extrema. En el Gobierno o en la oposición, deberán ser juzgados por
su inteligencia, su cabal y total comprensión de los problemas y su aptitud
para resolverlos creativamente. También, por su empatía genuina con la no
confesada necesidad de los argentinos de, por fin, saber dónde están parados,
dónde van y por qué. El que entienda a fondo el por qué y sepa comunicarlo,
liderará.
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