La encrucijada de Chile
Juan Carlos Hidalgo
Analista de Políticas Públicas para América Latina del Cato Institute.
A inicios de los setenta, Chile se asemejaba mucho a la Venezuela de hoy: la pobreza afectaba a más del 50% de la población, había escasez de alimentos y la inflación superaba el 500% anual. El creciente autoritarismo de un presidente socialista llevó al país al borde de una guerra civil y a la posterior instauración de una cruenta dictadura militar.
La transformación económica —y posteriormente política— de Chile coincide con un ambicioso proceso de liberalización económica que arrancó en 1975 y continuó tras el regreso de la democracia en 1990. Hoy, Chile es el país más desarrollado de América Latina, con un ingreso per cápita promedio de $24.000. También es la nación que mayores avances ha tenido en reducción de la pobreza —11,7 % de la población en el 2015— y aumento de la movilidad social. Incluso la desigualdad, un viejo flagelo de esa sociedad andina, ha caído sostenidamente en los últimos 17 años.
No sorprende entonces que en años recientes muchos chilenos llegaran a la conclusión de que su país ya había alcanzado el desarrollo y que, por lo tanto, el énfasis debía centrarse en la redistribución de la riqueza. De tal forma, Michelle Bachelet regresó al poder en el 2014 con la misión de reemplazar el actual modelo liberal por uno de mayor intervención estatal. Sus políticas se centraron en aumentar impuestos, incrementar el gasto público —incluyendo la paulatina gratuidad de la educación superior— y darle más poder a los sindicatos.
El resultado ha sido una brusca caída del crecimiento y la inversión. Mientras la economía creció en promedio 5,3 % anual en el período 2010-2013, desde el 2014 la expansión ha promediado apenas 1,9 % al año. “Ha cambiado el panorama”, me dijo el economista Juan Bravo Merino en una visita a Santiago la semana pasada. Si bien el precio del cobre bajó en los últimos años, esto por sí solo no explica la magnitud de la desaceleración: un estudio del FMI señala que economías exportadoras de materias primas no energéticas —como Chile— deberían experimentar una reducción del crecimiento de solo un punto porcentual al año.
La creación de empleo en el sector privado ha colapsado al tiempo que está aumentando el subempleo y la informalidad. La clase media parece haberse arrepentido del experimento redistribucionista. La interrogante es si Chile logrará revertir esta tendencia hacia la mediocridad antes de que el daño sea mayor.
Este artículo fue publicado originalmente en La Nación (Costa Rica) el 9 de octubre de 2010 y en Cato Institute.
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