Dos elefantes en un bazar
Eduardo Filgueira Lima
Director del Centro de Estudios Políticos y Sociales. Magister
en Sistemas de Salud y Seguridad Social (ISALUD). Magister en Economía y
Ciencias Políticas (ESEADE).
El miércoles 22 ppdo. Fernando Iglesias publica un artículo[i] en cuyo parágrafo dice: “Los economistas para quienes ningún ajuste alcanza subestiman el problema social y las dificultades que enfrenta el Gobierno” y continúa haciendo un extenso epíteto en el que en un mismo combo incluye a todos los liberales (nos llama “liberalotes”) que dice: “…Nos votan porque sí, y nos insultan luego,… El liberalote como votó a Cambiemos, pretende que Cambiemos sea liberalote y se indigna cuando se da cuenta de que no,..” Iglesias incurre en el mismo error que critica, al no distinguir que entre los liberales existe un arco amplio de concepciones políticas y económicas y que solo a los fundamentalistas son aplicables –y en cierta medida– sus conceptos.
La nota de F. Iglesias tuvo importante repercusión. Los liberales clásicos nos sentimos mal interpretados por quien se supone debiera conocer “las diferencias”, de hecho es un Diputado electo de la Nación. Pero el rebote vino de aquellos que personalmente entiendo, han llevado algunas de las ideas liberales originarias a un extremo cuasi fundamentalista, y con ello se han alejado de la realidad.
Por ejemplo vemos en un video del Prof. J. Huerta de Soto[ii] “…El liberalismo clásico es una utopía imposible de cumplir,… y esto que digo es científicamente comprobable,.. El liberalismo clásico es como el ébola de la libertad individual porque considera necesaria la existencia de un estado y una vez que se acepta la existencia del estado,.. que no es necesario,.. porque es imposible organizar la sociedad mediante el estado,.. tanto como es imposible limitar al estado en su crecimiento,.. y esto es lo que hemos logrado demostrar los teóricos de la economía,..(…)… ¿Qué aún con el Estado estamos mejor?,.. Si claro estamos mejor pero a pesar del Estado,.. sin él estaríamos mucho mejor todavía,..” (y más adelante hace suya una interpretación que considero equivocada de F. Hayek)
Y me permitiría hacer solo algunas referencias (sin caer en la discusión de si los liberales clásicos somos o no como el virus del ébola).
En primer lugar J. Huerta de Soto, omite que el Estado es el resultado en un momento determinado de un largo proceso evolutivo social y por lo mismo que debemos aceptar, porque la misma sociedad si no le es útil un día terminará por eliminarlo y reemplazarlo o no, por otra institución, que haga mejor a sus fines.
En segundo lugar que de ninguna manera podría suponerse que una idea -surgida de “la academia”- puede ser impuesta o sugerirse mejor a un proceso evolutivo social, que solo y por su propia dinámica encontrará sus causes de organización, con Estado o sin Estado según responda mejor a sus necesidades.
Dice además que a sus conclusiones se ha arribado de “manera científica” (¿?) y es de preguntarse si el Prof. J. Huerta de Soto sabrá que la ciencia no tiene verdades absolutas (mucho menos en las ciencias sociales en las que entran en juego un número infinito de variables), y que sus afirmaciones resultan contra-fácticas al sugerir que hubiéramos evolucionado a un mejor bienestar sin estado.
De hecho desconoce que es la misma evolución la que ha llevado a un proceso de organización social que se supone “condujo” al Estado! (Y de esto sí que existe una nutrida evidencia empírica). Probablemente el problema de los fundamentalistas es su urgencia por imponer ideas, antes que respetar el proceso de evolución social que nos ha conducido a una situación para ellos, reprochable y mejorable, según “sus conclusiones académicas basadas en argumentos científicos”.
Creo que tal como dice J. L. Romero: “…lo que opina la gente es más importante que lo que diga una casta de intelectuales,..”[iii]Porque el mundo de las ideas puede producir monstruos! (Goya, 1797) aunque se nos diga que se sustentan en “verdades científicas”.
Desde otra vertiente el mediático J. Milei, respondió a F. Iglesias, con una serie de epítetos descalificativos e insultos que creo no deben ni siquiera ser tomados en cuenta.[iv] Porque además su pensamiento se contradice al “no respetar las ideas de los demás” (en este caso de F. Iglesias), aunque puedan ser consideradas erróneas.
Lo que a mi entender es de considerar es que es tan malo meter a todos en un combo y considerar a todos los liberales de igual factura, en una sociedad afortunadamente diversa como se deduce del artículo de F. Iglesias. Tanto como pensar que los liberales que vemos matices y que desconfiamos de acabadas o definitivas ideas surgidas de la academia somos el ébola, que corroemos el pensamiento liberal desde adentro.
No es casual que estas posiciones fundamentalistas que además sus cultores defienden dogmáticamente, surjan de economistas, por lo que es válido traer a colación una frase de F. Hayek que nos recuerda A. Benegas Lynch (h)[v] “..recordemos para finalizar esta nota periodística que Friedrich A. Hayek ha estampado en su conferencia en el Social Science Research Building de la Universidad de Chicago -“The Dilemma of Specialization”- respecto a la profesión de economista en un sentido restringido que “nadie puede ser un buen economista si es solo un economista, y estoy tentado a decir que el economista que solo es economista será probablemente una molestia cuando no un peligro manifiesto”.
De hecho la sociedad argentina en las últimas elecciones del 22 de Octubre es obvio que no votó masivamente por estar mayoritariamente satisfecha con la situación económica, ya que los “brotes verdes” –aunque la economía sigue creciendo desde hace seis meses– no han llegado a florecer.[vi] Y de hecho la economía –si bien importante– es solo una parte del problema que la sociedad considera y valora. Por encima están las verdaderas circunstancias políticas que no siempre es posible vislumbrar y mucho menos con los efectos enceguecedores del dogmatismo!
Los dogmáticos de cualquier extremo descreen de la democracia (de hecho así lo explicita J. Huerta de Soto) Tal como nos dice W. Wilkinson: “…quienes sostienen una teoría de los derechos fundamentales y los reclaman de manera absoluta y no permiten ninguna exacción por parte del Estado,.. con lo que tampoco permiten que este haga rutas u otros servicios públicos (o de interés común ¿?) y excluyen la política antes que esta pueda actuar,... niegan el desacuerdo y las posibilidades de resolución por la política, socavando las posibilidades del liberalismo al olvidar de antemano el problema inevitable de la convivencia e interacción social y estableciendo una discutible forma de solución.”[vii]
Muchos liberales (aún denostado y deformado por muchos años nuestro pensamiento) sabemos bien que el Estado es el resultado de un proceso de evolución social.
Que hoy en día su existencia es inevitable y probablemente necesaria y que solo muchos años de evolución determinará la forma de organización social que la “mayoría sabia y silenciosa” que –con avances y retrocesos– supone adecuada a sus tiempos.
Que si estamos al decir de Iglesias “Abrumados por 15 años de cargas fiscales crecientes, choreos monumentales y desquicios generales de la corporación política,..” pero que no se puede en una sociedad tan diversa no saber distinguir entre las múltiples y diferentes formas y matices de pensamiento, ya que el mercado de las ideas es sumamente prolífico y beneficioso para los acuerdos e intercambios necesarios que hacen a la evolución social.
Que sabemos que el gasto público es un problema central en cuanto a lo económico y que las imposiciones para sostenerlo deben ser corregidas, ya que es el núcleo de la permanencia de políticas populistas. Pero también pensamos que los tiempos y las recetas de la política son diferentes a los algunas veces deseados, y que por algún motivo son los que se han elegido democráticamente. Porque lo importante es saber “encontrar el punto de equilibrio político”. Esto quiere decir que si bien el liberalismo político pretende mantener la autonomía del individuo frente a los atropellos del Estado, también sabemos que pertenecer a una sociedad que nos permite ser partícipes de sus beneficios y de sus formas de cooperación, nos exige determinadas concesiones –como si se tratara del pago de una cuota para “pertenecer al club”– y tal elasticidad que posibilite la vida en conjunto, manteniendo nuestra individualidad.
Que sabemos que la economía no tiene respuestas a todos los problemas de la política y/o peor aún, que para cada problema de la política tiene más de una respuesta y todas resultan verdades parciales y no siempre apropiadas a cada coyuntura (aunque todas se autoproclamen “científicas”).
Que no se puede despolitizar la política.
Que es necesaria cada vez más y mejor política, pero luchando contra el sistema corporativo que la convierte en dudosa, poco creíble y la desprestigia, y ello en particular en sociedades con baja calidad democrática.
Que ponemos una lupa en el quehacer del gobierno actual a sabiendas que muy probablemente muchos ponen sus mejores intenciones y esfuerzos,…pero que también forman parte de él muchos arribistas y oportunistas. La esperanza está puesta en avanzar aunque sea un paso por vez –y seguramente solo así podrá ser–para mejorar las condiciones de vida de los argentinos.
Que las más de las veces resulta más confiable la sabiduría de las multitudes, que la sapiencia de académicos cultores de dogmas.[viii]
Que la sociedad marcará su propio rumbo que debemos respetar, no solo porque ello es un principio democrático, sino también porque considero que aún con avances y retrocesos hemos avanzado y todos sabemos que de los errores se vuelve,… de los suicidios no.
Tanto la ignorante simplicidad de la generalización, como la elucubración e imposición dogmática de las ideas, resultan finalmente dos elefantes en un bazar, para una comprensión de la vida democrática.
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