La cultura estatista
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Los
argentinos tenemos un problema difícil de afrontar: la cultura estatista. Si en el siglo XIX la corriente ideológica
dominante fue el liberalismo y, por lo tanto, se gobernó con una concepción de
la vida que permitía la búsqueda de una experiencia personal basada en la libre
elección, y por ello, en la responsabilidad personal ante las decisiones
conscientes y deliberadas de cada uno, desde 1930 en adelante, viramos hacia
otro rumbo que dejó de considerar la supremacía del individuo en la
sociedad. Ello nos ha limitado el camino
hacia un progreso duradero y sustentable.
El
gremialismo asumió las funciones políticas del partido peronista, mostrando la
tónica fuertemente corporativista de la sociedad argentina, producto de la
debilidad del sistema político que se mostró incapaz de imponerse, con éxito,
ante los reclamos de empresarios, trabajadores, intelectuales, el ejército, incluida
la Iglesia.
Un
ejemplo paradigmático es el gobierno del Dr. Illia, el cual, por un lado, fue
hostigado por la CGT y los sindicatos peronistas, aunque la democracia era
respetada en todos los planos, y por otro, el estatismo estuvo firmemente
consolidado y considerado positivo por el entorno radical. Por esos años comenzó
a actuar el terrorismo. Actualmente, en el sur del país, los ataques a la
propiedad privada de grupos guerrilleros, que no respetan el marco normativo
común, ante la terrible experiencia pasada, debiera preocuparnos más.
Hoy,
como entonces, después de 12 años de gobierno kirchnerista, tenemos un gobierno
democrático y buena parte del movimiento obrero, empresarios, oposición,
intelectualidad de izquierda y derecha, pretenden que la democracia,
rápidamente, resuelva todos los problemas, que heredamos, en un santiamén.
La
creencia en que la democracia nos provee de un mundo feliz está arraigada en la
Argentina, al punto de que el ex presidente Raúl Alfonsín, creía que hasta nos
podía dar de comer. Esta creencia errónea se basa en que hemos aprendido no
solo de la corriente peronista sino también de la radical, de nacionalistas,
fascistas y socialistas, que el Estado Benefactor, a través de la práctica de
un corporativismo populista, nos puede proveer de respuesta a todas nuestras
necesidades.
Es así
como le cuesta gobierno del presidente Macri, salir de esa cultura estatista
que lo marea, entorpece, y no le permite tomar decisiones correctas, más
rápidamente. Como entonces, el sindicalismo, más allá de conseguir
reivindicaciones para los trabajadores, sin las cuales no tendría apoyo,
continúa siendo, fundamentalmente, político. Sus dirigentes se erigieron en los
intermediarios de la masa peronista sobre la base de una gran independencia estimulada
por todos los gobiernos que procuran tener un compromiso político con los
principales líderes sindicales para lograr algo de consenso. Es casi imposible
no acceder a sus, a menudo, utópicas demandas.
La
cultura estatista, sigue enquistada en la sociedad. No se abandona la
intervención del Estado en la actividad económica general, tanto porque asume
la condición de empresario manteniendo empresas, o reservándose, parcialmente,
determinadas áreas económicas. También regulando, muy de cerca, el proceso
económico a través de medios como el de la política bancaria, la política de
precios, las inversiones públicas y las leyes de control referidas al uso de la
propiedad.
Se
afectan, de este modo, los mecanismos autoreguladores del mercado creando
privilegios para las corporaciones que pueden presionar al Gobierno y que
intentan en el plano político sacarle sus funciones a los partidos aprovechando
su debilidad. Ello ha traído, en el pasado, graves consecuencias para la
economía y la democracia. No se debiera olvidar.
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