La unión monetaria original
Manuel Suárez-Mier
Profesor de Economía de American University en Washington, DC.
Manuel Suárez-Mier relata cómo se conformó la unión monetaria entre América, el imperio español y Asia, la cual no resultó de un plan promovido por los gobiernos.
Siguiendo el relato iniciado la semana pasada sobre la exitosa alianza comercial que bajo la sombra de la bandera española se dio en el siglo XVI entre Asia, Europa y América, hoy me referiré al área monetaria común que surgió con las piezas de plata acuñadas en México como la moneda universal de ese vasto mercado.
Antes de 1565 el hallazgo de significativos yacimientos de plata en América se sentía en Asia sólo después de que el metal llegara a Europa, para de allí, lentamente y con profusas transacciones intermedias y siguiendo la Ruta de la Seda, se desplazara hacia el Levante, Persia, India y, eventualmente, China.
A partir del descubrimiento del tornaviaje de Filipinas a México, los lingotes y las monedas de plata mexicana, redondas —que es lo que significa yuan en chino y yen en japonés, como me recordó un ilustre lector—, alcanzaban China directamente en unos cuantos meses con pocos intermediarios y un sobreprecio modesto.
A diferencia de las zonas monetarias modernas, la que emerge entre Asia, América y España en el siglo XVI no fue parte de un plan promovido por los gobiernos y quienes operaban sus transacciones con frecuencia lo hacían al margen de engorrosos trámites burocráticos.
La integración financiera del imperio español con Asia creaba pingües oportunidades de arbitraje pues los precios relativos del oro y la plata solían ser distintos —el oro, en general, era relativamente más barato en China—, y permitía una asignación más eficiente de los recursos, aunque también abría la puerta al contagio de crisis entre las naciones integradas, como la del hundimiento de un galeón que causaba caos.
Otro fenómeno que vale la pena subrayar es cómo esta integración comercial atenuó las intensas presiones inflacionarias que el influjo del tesoro de América causaba en España, como lo registró el monje dominico Fray Tomás de Mercado quien concibió la teoría cuantitativa del dinero para explicarlo, más de dos siglos antes que Adam Smith publicara La riqueza de las naciones.
Se estima que al menos la tercera parte de la enorme producción de plata de las Américas acabó llegando a China, dónde generó mayor actividad económica, empleo y bienestar. El contraste con los efectos en España se debe a que la plata en China se usaba para adquirir mercancías para exportar mientras que en España iba a mayor demanda doméstica vinculada al gasto bélico.
Así, la oferta monetaria dejó de ser regional y se convirtió en un fenómeno global y los precios relativos de mercancías y metales tendieron a igualarse gracias al arbitraje en toda la zona integrada. Conforme había avances financieros, éstos se incorporaban al área monetaria común, como fue la introducción del “dólar fresado español”.
El “dólar” era como los españoles llamaron al “thaler” alemán, moneda del siglo XVI cuando el rey Carlos I de España era también Carlos V de Alemania, líder del Sacro Imperio Romano-Germánico. En Estados Unidos, que sufría de una escasez crónica de circulante, esta moneda que les llegaba desde México, se adoptó como de curso legal y circuló hasta mediados del siglo XIX.
De esta forma tanto el dólar de EE.UU. como el yen japonés y el yuan chino tienen su origen en el patrón monetario del imperio español y concretamente en las piezas de plata acuñadas por la Casa de Moneda de México, establecida en 1535, por lo que si el yuan chino acaba remplazando al dólar de EE.UU. como la moneda de reserva mundial, existirá un indudable linaje común.
Quizá haya que proponer complementar la reciente iniciativa del Presidente Xi de China de restablecer una ruta marítima del camino de la seda hacia Europa, con la de restaurar el área comercial y monetaria común entre Asia y la América hispana que tanto éxito tuvo por tanto tiempo.
Este artículo fue publicado originalmente en Asuntos Capitales (México) el 29 de noviembre de 2017 y en Cato Institute.
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