Sobre la importancia que le damos a lo que habitualmente no la tiene
Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos: La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más vendidas.



La experiencia en las redes sociales brinda interesantes revelaciones. Una de ellas es la excesiva importancia que se le otorga a cosas y personas que -en realidad- carecen de ellas y deberían ser "premiadas" con la indiferencia más absoluta.
Por ejemplo, ciertos personajes siniestros de nuestra política son una y otra vez citados en posteos y comentarios, positiva o negativamente. Cuando es negativamente, la mayoría de las veces es para criticarlos o burlarse de ellos.
La misma suerte corren personajes del mundo de la farándula, del periodismo, del deporte o de ciertas profesiones. Son mencionados y citados una y otra vez, con la intención de perjudicarlos o difamarlos, perdiéndose de vista que muchas veces tanta insistencia y tanto énfasis en ello puede llegar a producir el efecto contrario al buscado. Esto es: en lugar de perjudicarlos con una mala imagen, en cambio se los está poniendo inconscientemente en el centro de atención pública una atención que -en otro caso- no merecerían.
Es bastante probable que ciertos personajes extravagantes hagan despliegue público sus incongruencias adrede, y con el sólo propósito de buscar reconocimiento y notoriedad. Una notoriedad que -en caso contrario- no tendrían y en cuyos supuestos sus existencias pasarían enteramente desapercibidas. Pero como sus egos son los suficientemente grandes como para atravesar cualquier barrera del ridículo que se les oponga, no dudan en saltarlas para poder adquirir la publicidad que -de otro modo- carecerían.
Los individuos que adolecen de valores morales o que sufren ciertos desarreglos nerviosos normalmente ansían reconocimiento social, fama y riqueza. Un medio para lograrlos es hacer cosas malas o -en el mejor de los casos- absurdas porque, curiosamente, en nuestras sociedades "modernas", las cosas buenas o conductas normales, pasan inadvertidas, precisamente por eso mismo, porque en una sociedad donde todos los valores morales de los comunicadores y/o dirigentes sociales están pervertidos lo bueno y normal es lo que hace la gente común y corriente. Lo que es noticia es lo contrario (lo absurdo, lo perverso, lo nefasto). Entonces, acuden a esta última vía.
De allí que, el periodismo comúnmente exalte lo grotesco, lo inmoral, lo repugnante, lo cruel, lo depravado, etc. Y el resto de las conductas buenas, altruistas, cooperativas y bondadosas directamente se ignoren por quienes tienen algún medio de difusión a su alcance. Otro tanto veo que sucede en las redes sociales donde se reproducen las mismas conductas a una escala menor, igual o mayor que en los medios de información masivos (TV, radio, etc.).
Entiendo que es por este mismo motivo que las pantallas de TV y las emisoras de radio comenten y entrevisten a aquel tipo de personas que encarnan los desvalores antisociales, y que sea tan frecuente escuchar en esos medios insultos, gritos y agresiones de todo tipo, incluso físicas. Estos logran gran audiencia por diferentes públicos, en parte de las personas que comparten de buen grado esas atrocidades, y en otra parte por la gente normal que no puede creer lo que ve y/o escucha. En ambos casos se le está dando rating y publicidad a quienes no los merecen.
No está mal criticar lo que se cree que está mal o elogiar lo que se cree que es meritorio. La denuncia tampoco es mala en si mimas. Sólo que es necesario que reconozcamos que nuestros comentarios -tanto en uno como en otro caso- están cargados de subjetivismo, y si nuestro propósito es que otros compartan nuestros juicios de valor, indirectamente estaremos poniendo en el centro de atención lo que pretendemos criticar o elogiar, y que nuestros objetivos pueden obtener los resultados inversos a los previstos. Pero cuando el ataque se centra sobre una persona y no sobre sus actitudes o ideas generadoras se esta agrandando su figura y empequeñeciéndose lo verdaderamente relevante, que es aquello que lo mueve a actuar como lo hizo o hace.
Esto es particularmente cierto en cuanto a los individuos, que son a los que más se les aplican los juicios valorativos que se hacen públicos y masivos en las redes, pero también en los medios tradicionales de información social (TV, radio, periódicos).
Hay muchas personas que, objetivamente, se comportan mal y aun han delinquido (como en el caso político argentino ha sucedido con el nefasto matrimonio Kirchner y sus secuaces) pero ya sea que se esté en contra o favor de ellos el permanente referirse a esas personas las posiciona en un lugar que entiendo no merecen. En su lugar, deberían exaltarse las conductas contrarias y los valores opuestos a lo que ellos hicieron. Importan las ideas y no quienes portan esas ideas.
Todo tiene una medida y una proporción, y excederse de ellas siempre produce efectos contrarios a los deseados. Es casi como la ley de la física de acción y reacción.
Debieran más bien destacarse sus actos y no sus personas, y si su accionar es malo o reñido con la ley aplicarles las penas que correspondan y olvidar sus personas (no sus conductas ni ideas). Recordar los hechos y los castigos que merecieron es más útil que hacerlo con los nombres a los cuales se les aplican o aplicaron. Porque, en última instancia, los personajes que hacen o hicieron mal en el presente o en el pasado, no son importantes. Lo que importa, son las ideas que los movieron a hacer lo que hicieron. Y de la misma manera que el nazismo no fue un resultante de Hitler, el populismo no es un resultante de los Kirchner. Hay que insistir, en cambio, en que si no queremos más Hilter´s ni más Kirchner´s debemos desterrar el populismo (el nazismo es un populismo extremo, o el populismo en su fase más alta).
Hay que insistir pues en la crítica o exaltación de las ideas, y no en el de las personas que portan esas ideas. Y en cuanto a los extravagantes, maleducados, provocadores y agraviantes, pero sólo mediáticamente, el mejor tratamiento es la indiferencia y la ignorancia de los mismos. Darles importancia o prestarles atención es magnificar lo insignificante de sus personas y sus conductas.
 

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