Reflexiones sobre la ceguera
Yanina Pantiga
Abogada. Desarrolló el Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales 2017 de Fundación Atlas.


"Habría amado la libertad, creo yo, en cualquier época, pero en los tiempos en que vivimos me siento inclinado a adorarla" 
Alexis de Tocqueville
 
Ni siglos de historia, ni extensos volúmenes de teoría, ni la práctica sangrienta en varios continentes resultan suficientes para desterrar por completo de la civilización las raíces de la doctrina socialista, en cuyo nombre se han cometido una marea de masacres.

Frente a tal realidad me pregunto: ¿Por qué todavía existen tantos sujetos que defienden los ideales socialistas, si su fracaso ha quedado sobradamente demostrado desde la teoría y la experiencia? 
 
La defensa encabezada por los oportunistas políticos no me asombra, es más, lo considero un accionar totalmente predecible. Empero, si llaman poderosamente mi atención aquellos individuos que de buena fe continúan abrazando las ideas socialistas. 
 
Así planteado el escenario, al leer “Entrampados en la farsa. El populismo y la decadencia argentina” escrito por Emilio Ocampo, topé con el concepto de disonancia cognitiva, desarrollado por el psicólogo Festinger, el cual me ha resultado de gran utilidad para encontrarle una posible explicación a este fenómeno. 
 
La disonancia cognitiva es un estado de tensión que surge en la mente de un individuo cuando hay una inconsistencia entre lo que cree o piensa y la realidad. La disonancia provoca un malestar y, por lo tanto, la persona que la sufre busca minimizarla. Tiene cuatro maneras de lograrlo: a) modificando sus creencias b) alterando su conducta c) racionalizando su conducta y d) negando cualquier evidencia que genere más disonancia. La primera es la más fácil pero poco probable. La segunda es difícil y rara vez ocurre. Según Festinger, generalmente, los seres humanos recurrimos a las últimas dos alternativas: la racionalización y la negación. 
 
Tal como lo explica el mencionado autor, otros experimentos realizados en los últimos años confirman que cuando la evidencia prueba la falsedad de ciertas convicciones políticas, en vez de debilitarlas, irónicamente, muchas veces contribuye a fortalecerlas. Especialmente, si esa evidencia amenaza una manera de comprender la realidad que está firmemente establecida en la mente de un individuo (es decir, su cosmovisión o ideología). 
 
Retomando el interrogante inicialmente planteado, es incuestionable que la evidencia históricamente registrada no condice con las creencias preestablecidas de los defensores del socialismo. Y, en virtud de cuan firmemente arraigadas están esas ideas, optan por descartar la evidencia. 
 
Es indudable que, ante las predicciones fallidas del socialismo marxista clásico y frente a los millones de seres humanos muertos en manos de gobiernos socialistas, se hizo imposible seguir creyendo en la moralidad de la Unión Soviética, la China Comunista de Mao, la Cuba Castrista, la Venezuela Chavista. 
 
Las evidencias condujeron a latentes decepciones frente al total fracaso del sistema social que fuera (y lamentablemente es) tan fielmente defendido.
 
Frente al profundo colapso ideológico, racionalizando la abrumadora realidad, sus más acérrimos defensores decidieron sostener que el desastre del Nacionalsocialismo en Alemania y del Comunismo en la Unión Soviética no había sido Socialismo. Igual argumento es empleado hoy en día en relación al Socialismo del siglo XXI que se practica en Venezuela. 
 
Ante la crisis de fe, aquellos creyentes desilusionados construyeron un mito que les permitió mantener en pie sus convicciones: ¡El verdadero Socialismo aun no ha sido puesto en práctica! Frente a semejante discurso, que ignora completamente el fracaso de todas y cada una de las premisas básicas sobre las que descansa la teoría socialista, apuntar el dedo de la condena moral simplemente carecería de sentido.
 
“Conviene abordar con el debido rigor estas cuestiones, ya que admitir que el debate gira solo en torno a diferencias valorativas y no a la estricta apreciación de la realidad es lo que fundamentalmente ha impedido a los estudiosos del orden de mercado evidenciar con la necesaria claridad que el socialismo es incapaz de cumplir con lo que promete” (F.A. Hayek)
 
Observando el poderoso y sumamente complejo papel que desempeñan las ideologías en el curso de la historia, es inevitable preguntarse: ¿Es posible modificar las creencias de un individuo? Si considerara lo contrario, debería concluir que estamos condenados a la eterna decadencia y no me resigno a ello. 
 
El cambio es un proceso largo y complejo, pero no irrealizable. Defender adecuadamente las reglas de juego que supieron conducir a la humanidad hacia el progreso es fundamental para revertir el rumbo de la historia. 
 
Como bien dijo F.A. Hayek: “Necesitamos líderes intelectuales que estén dispuestos a trabajar por un ideal, por pequeñas que puedan ser las perspectivas de su pronta realización… Los compromisos prácticos los deben dejar a los políticos.” 
 
En este punto, estimo conveniente hacer una advertencia: quienes se autoproclaman defensores de la libertad deberían desterrar la semántica confusa de su portfolio, que tanto daño hace a las relaciones públicas de las ideas que pretenden defender, entorpeciendo su comprensión e interpretación.
 
La ausencia de la convicción completa y la actitud de culpa moral que asumen muchos defensores del capitalismo, han hecho más por la propagación de las ideas socialistas a lo largo y a lo ancho del mundo, que la propaganda barata de los fanáticos. 
 
Hombres pragmáticos han quedado a cargo de la defensa de la libertad, quienes justifican la conveniencia del capitalismo apelando a premisas tribales heredadas de tradiciones prehistóricas, concediéndoles de movida la victoria de la batalla a los opositores.
 
En tiempos de desinformación, posverdad y absoluta perversión del lenguaje, es fundamental no transigir con el adversario, de lo contrario el único resultado es el desprestigio de las ideas de la libertad. 
 
Lamentablemente, muchos de sus defensores intentaron una justificación tribal, colectivista y altruista del capitalismo, sobre la base de que provee la mejor asignación de los recursos de una comunidad y representa la mejor forma para alcanzar el “Bienestar General”. Es verdad que lo logra, pero esto es meramente una consecuencia secundaria, un efecto de la implementación del Capitalismo, no su justificación moral, la cual descansa en el hecho de que es el único sistema social en consonancia con la naturaleza del Hombre, basado en el respeto de los derechos individuales y en el reconocimiento de que cada hombre es un fin en sí mismo y no un medio para servir a los fines de otros. 
 
Históricamente, los socialistas se han apropiado de la ética, mientras los defensores de la libertad se focalizan en argumentos utilitaristas, en términos de eficiencia; sin dimensionar que es imposible llegar a conclusiones morales sobre bases meramente utilitaristas.
 
 “Los fundamentos filosóficos de una sociedad libre deben convertirse, una vez más, en una cuestión intelectual viviente…debe recuperarse la fe en el poder de las ideas”. Porque “Si a la larga somos los hacedores de nuestro propio destino, a corto plazo somos cautivos de las ideas que hemos engendrado. Solo si reconocemos a tiempo el peligro, podemos tener la esperanza de conjurarlo” (F.A. Hayek).
 
Si bien no hay evolución inevitable, si hacemos siempre lo mismo no obtendremos un resultado distinto. No es por medio de eslóganes vacíos que puede ganarse la batalla cultural. Para volver a ser la tierra prometida que otrora fuimos, necesitamos dejar de pensar permanentemente en términos coyunturales y defender con claridad y solidez las ideas de la libertad, reivindicando las instituciones que en otro momento nos condujeron hacia el progreso, adaptando el discurso a la Argentina del Siglo XXI y sin perder jamás de vista que el motor de la civilización es el pensamiento libre. 
 
Si bien no me cabe duda alguna de que el socialismo clásico ha perdido la batalla cultural desde hace tiempo, lamentablemente, sus mutaciones aun encuentran arraigo en la civilización, consagrándose tales variantes en enemigas manifiestas de nuestra libertad.
 
Revertir una cosmovisión es una tarea harto difícil, pero es necesaria; de lo contrario, la posibilidad de un cambio estructural, como el que muchos reclamamos, es inalcanzable. 
 
¿Podrá ser que nuestra amada y tan bastardeada libertad gane esta batalla? 
 
 

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