La nueva monarquía
Víctor Pavón
Decano de Currículum de UniNorte y autor de los libros "Gobierno, justicia y libre mercado" y "Cartas sobre el liberalismo".


Los políticos en general fueron convirtiéndose a lo largo de estos años en una clase privilegiada, similar a aquella que usufructuaba poder y privilegio en las épocas monárquicas de antaño. Esta tendencia contraria a las ideas del liberalismo que propició el más grande cambio en la civilización convirtiendo al individuo como el centro de la sociedad, no es una cuestión menor a desconsiderar.
Pero dicha tendencia indica que la historia parece estar dando vueltas para detenerse y mostrarnos algo que por historia conocimos. En efecto, los que hoy se llaman políticos y gobernantes se parecen demasiado a los reyes, príncipes y princesas quienes con sus bufones y cortesanos se mofaban y vivían a costa del pueblo.  
Estamos ante la nueva monarquía. Son ellos los que se han encargado de destruir el verdadero sentido de la política y la convirtieron en un juego perverso a su favor. Son  una  casta que actúan como una cofradía, en la que cuanto más cerca están de la administración de justicia, más acceden a impunidad y riqueza mal habida.
¿De qué sirve la separación de los poderes, si desde el mismo Congreso y el Ejecutivo, con jueces y fiscales prevaricadores son suficientes para torcer la vara de la justicia? La apropiación indebida del patrimonio ajeno en donde el inocente hasta puede terminar con sus huesos en la cárcel, se traduce para la nueva monarquía en un estilo superior de vida, de elevada posición socioeconómica, sin vergüenza ni remordimiento alguno.
Este tipo de políticos se justifican a sí mismos como electos por el pueblo en la respectiva elección. No les interesa que el pueblo paraguayo haya pagado con sangre y lágrimas décadas de autoritarismo. El voto popular les tiene sin cuidado debido a que esta nueva monarquía protege sus feudos por medio de las listas cerradas-sábanas a las que rechazan porque le tienen miedo al veredicto del pueblo y así se han encargado en estos años a rechazar cualquier modificación legislativa en el método de elección.   
El hecho que la opinión pública considere a los políticos en general como caprichosos, de escasas luces e inmorales no se debe a una opinión apresurada ni infundada, se debe a que los hechos le dan la razón a la gente. Esta apreciación constatada por cotidianas pruebas  repercute en la reacción de los jóvenes quienes por el mal ejemplo de los que se dicen servidores, se muestran  renuentes en meterse en la política y en el debate público.
Un mal de igual magnitud afecta de ese modo a la salud de las instituciones libres y democráticas. Los peores dominan el quehacer político decapitando toda posibilidad de relevo de modo a que una nueva generación de ciudadanos honestos y capaces se haga cargo de la dirección del Estado.
Lo que se viene inexorablemente es el incremento de la violencia institucional y en las calles. Cuando los que se encuentran arriba en el poder no predican con el ejemplo ni con las normas de convivencia, el pueblo les va perdiendo respeto y consideración, campea el desorden y se fortalecen las canonjías.  
Se está a la fecha ante la alternativa de, por un lado, seguir alentando la consolidación de la emergente nueva monarquía que se aprovecha, roba y empobrece al pueblo y, por el otro, promover a cada vez más personas comprometidas con la libertad y el imperio de la ley que cuestione, lea, critique, rechace a los aprovechadores y edifique la República. 


Publicado en Cato Institute.
 

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