Indefensión
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
Deseo salir a la calle sin miedo, deseo que mi Argentina
deje de doler.
Lo ocurrido con el policía Chocobar, el turista
y delincuente debe llevarnos a la reflexión.
Lo primero que se me ocurre preguntarme es ¿Por
qué gran parte de la ciudadanía se expresó a favor del policía? ¿Acaso los
argentinos somos salvajes o sádicos
deseosos de ver sangre como en un Coliseo?
Históricamente nos hemos destacado por ser un
pueblo afectuoso, jovial y de brazos abiertos.
Nunca hemos tenido conflictos raciales, étnicos o religiosos de
importancia. ¿Entonces? ¿Qué nos está pasando?
Creo que el problema es que desde hace unos
años, más precisamente desde el regreso de la democracia (amo la democracia,
antes de que algún descerebrado me acuse de pro dictadura, por eso le soy
critico), desde el regreso de la democracia y en forma progresiva, impresiona que los que viven fuera de la ley
tienen más “derechos” que los que vivimos dentro de ella.
El político corrupto nunca tiene condena en
firme, el ñoqui vive de nuestros impuestos al igual que el que tiene un plan
social, el delincuente común rara vez es atrapado y muchas veces liberado antes
de tiempo, el local echó a los visitantes de las canchas de futbol (por más que
“la” medida sea del estado), los malhechores se apoderaron de las calles y los
hombres de bien están presos tras las rejas de sus casas.
¿Cuántos de nosotros sufrimos un robo y nunca
se atrapó al culpable y ni hablar de recuperar lo sustraído? ¿Cuán protegidos nos sentimos? ¿Nos protegen?
Los argentinos estamos cansados de que no se
cumpla el precepto fundamental que rige toda convivencia pacífica: “el que las hace las paga”. Lo más importante no es la solidaridad o la
mal llamada justicia social o el estado benefactor; lo más importante, lo
verdaderamente importante, es tener la tranquilidad de saber que mi propiedad,
mi libertad y mi vida serán respetadas.
Eso se ha perdido en nuestra Argentina.
Las fuerzas de seguridad han sido
desprestigiadas y ninguneadas sistemáticamente en las últimas décadas. ¿Son impolutas? Claro que no; pero el mal accionar de algunos
de sus miembros no debe deslegitimizarlas, así como los jueces ideologizados no
deben denigrar la institución del poder judicial.
Yendo al caso puntual de Chocobar, me pregunto:
¿qué debe hacer un policía que presencia un asalto, cuyo ladrón asesta 10
puñaladas a la víctima y se da a la fuga?
Detenerlo, obvio, estamos todos de acuerdo ¿Y si no se detiene ante la voz de alto o un
disparo al aire? ¿Debe dejarlo
huir? Y si la próxima víctima no tiene
la suerte de sobrevivir a las puñaladas ¿quién se hace cargo de ella? ¿Los mismos garantistas que no se hacen cargo
de los reincidentes que son liberados de la prisión antes de tiempo?
Podrán decirme que nada me asegura que ese
ladrón vuelva a robar y apuñalar después de ese día. Es cierto, nadie puede asegurarlo, pero ¿cuál
es la realidad que vemos a diario? Estos
delincuentes, ¿se convierten en almas caritativas o en reincidentes?
¿Cuál será la actitud de las fuerzas de
seguridad ante el escenario actual? El
próximo Chocobar, vestido de civil, ¿intervendrá en un delito? ¿O mirará para otro lado por miedo a las
implicancias?
Te has preguntado ¿Por qué los médicos han
dejado de poner la calcomanía con la cruz verde en sus autos? ¿Por qué es excepcional que un médico se
detenga a auxiliar a las víctimas de un accidente? ¿Han perdido su espíritu de servicio? ¿O actúan en defensa propia por el miedo a
los juicios de mala praxis? ¿Comenzarán
los policías a no identificarse por miedo a las consecuencias de sus actos?
Las leyes que defienden la vida, la libertad y
la propiedad deben ser firmes y severas, y su aplicación debe ser implacable. De nada sirve que cada uno de nosotros tengamos
un policía sentado en nuestra falda para protegernos, lo único que sirve es la
ley. Por eso, las leyes no sólo sirven
para castigar a los delincuentes, sino que la certeza y eficiencia de su
aplicación deben ser disuasorias.
El
Imperio de la Decadencia Argentina no es un destino
final; es un estado, un modo de vida, un modo de vida al que no me resigno.
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