Camión se fue a la guerra
Enrique G. Avogadro
Abogado.
"Pedirles, además, que me quisieran,
¿no les parece que era pedirles demasiado?"
Joaquín Sabina
Ya quedó claro, y la mayoría de sus Gordos colegas
así lo han entendido: Hugo Moyano está dispuesto a incendiar el país -o, al
menos, a intentarlo- para impedir el inexorable avance de la Justicia sobre su
libertad y los bienes mal habidos por sus varias familias y saqueados a los
afiliados a su sindicato y al club de fútbol que preside. No está inventando
nada nuevo, porque desde los más cercanos adláteres de Cristina Elisabet
Fernández (la subversiva Hebe de Bonafini y el proxeneta Raúl Zaffaroni) hasta
Juan Pablo Pata Medina han proferido amenazas semejantes.
Para la pelea que se avecina, el Negro y
su transitorio socio, el siempre verborrágico Luis Barrionuevo, han subido a su
esquina del cuadrilátero, convirtiéndola así en un verdadero cambalache, a La
Cámpora, a algunos intendentes del Conurbano, al Partido Obrero y al
trotskismo, al mugriento Roberto Baradel, al impresentable Hugo Yaski, al
bancario Sergio Palazzo, a las dos CTA, a ATE, a los "metrodelegados"
y a los movimientos sociales patrocinados por el Papa. Ese rejuntado menjunje
saldrá el 21 de febrero a la calle para ofrecerse como garante de la honestidad
de un enorme ladrón, del cual abjuró y al que insultó hasta enronquecer, pero
el defendido y los defensores han exhibido jamás alguna coherencia.
Es previsible que una vez más se opte por
la violencia más irracional -la misma que sacudió la Plaza de los Dos Congresos
en diciembre pasado- para dar mayor visibilidad al acontecimiento, puesto que
la ausencia de los grandes gremios (Unión Ferroviaria, La Fraternidad, Unión
Tranviarios Automotor, Comercio, etc.) augura una fuerte reducción en la
asistencia.
Y la explicación a esta conducta de
los Gordos debe buscarse en dos razones diferentes: la
vocación por mantener el diálogo con el Gobierno, dadas las ventajas que esa
actitud puede representar para sus sindicatos y, no es un dato menor, también
para negociar algún camino para dejar de ser, ellos también, blancos móviles de
los organismos de investigación financiera estatales, ya transformados en
auxiliares de los magistrados, una función que dejaron de cumplir durante toda
la década anterior.
Moyano, esta vez, ha errado en el
diagnóstico de la realidad y, sobre todo, en la percepción del carácter de
Mauricio Macri; éste no es, como creyó equivocadamente, comparable a Raúl Alfonsín
ni a Fernando de la Rúa, y me parece que al Presidente le cae mejor el lema
yrigoyenista de "que se rompa, pero que no se doble", en
especial cuando se le quiere imponer una decisión por la fuerza.
Por lo demás, el peronismo de hoy no tiene
la unidad (pese a la penosa foto de ayer, que reunió a Víctor Santamaría -otro
"perseguido"-, Alberto Fernández, Daniel Filmus, Agustín Rossi,
Felipe Solá, Daniel Arroyo y Fernando Chino Navarro) ni la
potencia de las que podía vanagloriarse en la época de los fracasados gobiernos
radicales, y la dirigencia gremial se ha constituido en la corporación más
desprestigiada del país; la reciente y bochornosa exhibición de tantos
automóviles, aviones, casas, joyas y dinero efectivo en manos de tantos
mafiosos ha tenido una enorme repercusión en la sociedad, incluyendo a los
propios trabajadores esquilmados.
Quizás, antes de jugar con fuego, le
hubiera resultado útil al Negro volver a ver un video que se
ha viralizado esta semana, grabado allá por el 2000 en un programa de Mariano
Grondona que contó con la presencia del camionero y de una joven Patricia
Bullrich, por entonces Ministro de Trabajo. Si ya entonces, cuando era miembro
de un gobierno sumamente débil, la Piba se atrevió a
zamarrearlo como lo hizo, ¿qué cabe esperar de ella ahora, cuando tiene tras de
sí a una sociedad harta de patoterismo y, además, es Ministro de
Seguridad?
La ciudadanía, aunque este personaje no lo
entienda, no quiere más garantías para los delincuentes y olvido para las
víctimas. En estos días, además de batir records en materia de represión del
narcotráfico, el Ministerio que encabeza pidió el procesamiento de los falsos
testigos impuestos por el terrorismo mapuche y, con Macri en primer plano,
salió en defensa de Luis Chocobar, el policía que se atrevió a disparar contra
el armado y frustrado asesino de un turista, devolviendo a las fuerzas de
seguridad el respaldo del Estado en el cumplimiento del rol que la ley les
asigna, es decir, reprimir el delito en todas sus formas.
Lo curioso, cuando uno piensa en
Latinoamérica como una entidad y percibe las olas -ciclos o tendencias- que la
recorren entera, comprueba que los males que aquí aquejan a Moyano y a su nueva
socia, doña Cristina, son comunes en toda la región. Ecuador acaba de rechazar
masivamente la posibilidad de reelección indefinida de Rafael Correa, que se
encamina a ser juzgado por corrupto y acompañar al actual Vicepresidente en la
cárcel; en Brasil, Lula, con sentencia de prisión en doble instancia por la
misma razón, no podrá ser candidato a una nueva presidencia y, en menor medida,
sucede algo parecido en Perú, en Chile, en Colombia y en Uruguay.
Es decir, la impunidad se terminó y las
sociedades exigen reparación -o sea, la restitución de lo robado- y castigo
para todos, todos los ladrones. Lamentablemente, aún resisten en la trinchera
populista del "socialismo del siglo XXI", la bien administrada
Bolivia de Evo Morales y la torturada Venezuela de Nicolás Maduro; la
gerontocrática Cuba de Raúl Castro y la siniestra Nicaragua de Daniel Ortega,
todos países que confluyeron en el nefasto Foro de San Pablo con el fin de
implementar esa fracasada ideología en el subcontinente.
El Gobierno nacional realizará, en la
corta semana que se inicia, un "retiro espiritual" para analizar su
relanzamiento, después de la fuerte caída en la aprobación de su gestión, del
cuestionamiento a conductas reprochables de alguno de sus miembros, de la
azarosa aprobación de la reforma jubilatoria, del paralizante rechazo de la
oposición a los cambios en materia laboral y, sobre todo, a las
complicaciones que trajo aparejado el fin de año para la economía, por el
recrudecimiento de la indomable inflación y el incierto panorama internacional
en un país vulnerable en esos escenarios.
Sigo pensando, de todos modos, que estamos
en la senda correcta y, aunque nos cueste sangre, sudor y lágrimas -un precio
que pocos estamos dispuestos a pagar, es cierto- saldremos adelante y
creceremos lenta pero decididamente en el futuro inmediato. Parte de ese
calvario lo recorreremos cuando comiencen los gangsteriles aprietes de los
gremialistas más emblemáticos, que todavía tienen el poder de complicar la vida
a todos los conciudadanos, privándolos de combustibles, remedios, alimentos y
dinero para continuar su trayectoria de repulsivo saqueo. Ahí veremos si los
argentinos aún tenemos reserva de aquél coraje y de ese estoicismo que tantos
laureles nos permitieron conseguir en el pasado; lamentablemente, no fueron tan
eternos como pretendíamos entonces.
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