Consecuencias de creer que lo peor es lo mejor
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.


A pesar de todos los ejemplos que en la actualidad la Historia nos ofrece para comprobar el fracaso de las ideas socialistas, en América Latina,  siguen empeñados en adoptarlas.
Escuchamos a Michelle Bachelet quien hizo un excelente gobierno, ofrecer, ahora, políticas con tinte, aunque desgastado, de ese tipo.
El gobierno fracasado de Salvador Allende es aclamado en  universidades latinoamericanas y,  criminales, como el “Che” Guevara y los hermanos Castro,  reciben  adulación y aprobación universales.
 Se escamotea la realidad  histórica  en pos de inventos románticos que sirven para adoctrinar en el marxismo y adorar a sus nefastos profetas.
  Los actuales gobernantes de Venezuela,  Argentina, Ecuador y Bolivia, con algunos matices, tienen la misma receta: ir hacia una dictadura socialista.
Como sucedió en Chile, con Allende,  marchan hacia un proceso de control de las empresas vía estatizaciones, llevadas a cabo después de lograr su paralización, orquestando huelgas y otras patrañas destinadas a disminuir su valor.
Pretenden aumentar el consumo interno mediante aumento de salarios y subsidios para bajar artificialmente los precios.
De esta manera, el dirigismo  e intervención estatal producen  estancamiento de la producción industrial y agropecuaria, escasez, desabastecimiento, y la aparición del mercado negro.
La inversión privada y extranjera descienden peligrosamente, las empresas estatizadas se vuelven ineficientes, la producción y la productividad disminuyen, aumentando enormemente la burocracia estatal, la corrupción,  y el empleo público.
La inflación lleva a la gente a manifestarse en las calles,  en busca de mejoras en los salarios, los cuales  se escurren antes de llegar a fin de mes,  por una moneda que se deprecia a la velocidad del aumento del índice de precios. Y, como corolario, comienza a centralizarse  el poder, por la necesidad de controlar el proceso político y económico.
La opinión pública y los partidos se debilitan ante el avance del Estado sobre la sociedad civil.
Chile y Argentina, entre otros países, demostraron  como el desorden social al que llevan estas políticas requieren de un poder autoritario para imponer el orden. Es así como los golpes de Estado llevaron a los militares al poder, con el consentimiento de la mayor parte de la sociedad.
En las pseudo democracias, por intransigencia ideológica se recurre a la intolerancia y al dogmatismo, lesionando el sistema de partidos y otros de sus pilares,  ayudando, de esta forma,  a que triunfe la predica socialista tendiente a destruir  la propiedad privada.
Este conocido esquema  al que adhieren varios jefes de estado latinoamericanos  es el que, indefectiblemente, lleva a la igualación de los ciudadanos en la pobreza y a la disminución de los grados de libertad, hasta llegar, a veces, al poder absoluto, como ejemplifica bien, Cuba.
  Ideas erróneas son la causa del sufrimiento de tantos latinoamericanos. Pensar, como refleja la teoría marxista, y nacional socialista, que lo peor es lo mejor ha llevado a la pobreza y a la muerte a millones de personas. El socialismo en la URSS y sus satélites,  como el nacional socialismo en Alemania lo demuestran, sin duda alguna.
Lo preocupante es que aunque el análisis de experiencias concretas desmienta fehacientemente la doctrina socialista, existan tantos fieles que la aceptan,  incluso en universidades y países donde es ya muy importante la dinámica capitalista. Y a pesar de que las creencias más difundidas en contra del capitalismo democrático son “paroles” sin fundamento alguno.
Por ejemplo, como bien explica  Max Weber, el afán de lucro y la tendencia a enriquecerse  en el mayor grado posible no tiene que ver con el capitalismo, como vulgarmente se piensa. Son   tendencias que se encuentran en médicos, artistas, abogados, funcionarios corruptibles, ladrones, etc. Es parte de la naturaleza humana.
 Paradójicamente, la ambición desmedida  es controlada  por el sistema capitalista, que se identifica con la aspiración a la ganancia lograda con trabajo incesante y racional, la ganancia buscando rentabilidad. En síntesis: probabilidad pacífica de lucro.
Pretender, entonces, poner obstáculos a un sistema que nos ha permitido mejorar espectacularmente nuestro nivel de vida, es una utopía creada en  la mente de intelectuales, no basada en la realidad. De allí la pobreza espiritual y material en que  terminan todos los países que adhieren a ideas socialistas.
 

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