24 de marzo, lejos de la verdad
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
Soy un defensor incondicional de la Democracia y fundamentalmente de la República, amo a mi país y deseo, trabajo y escribo intentando mejorar el
presente de nuestra patria; para ello, procuro acercar un punto de vista crítico,
ecuánime e intelectualmente honesto.
Conocer la Historia Argentina y analizarla con la razón y no con la pasión, puede
ayudarnos a entender nuestro pasado y nuestro hoy, para prevenir de este modo que
repitamos los mismos errores en el futuro.
Advierto en los comentarios de mis artículos previos, adjetivos
peyorativos hacia mi persona, calificativos que se esgrimen cuando se carece de
fundamentos para debatir sobre algún tema y estoy seguro que este escrito no
será la excepción. Me resulta detestable
el uso de la fuerza tanto física como verbal y ese uso de la fuerza es parte de
esta historia.
El 24 de marzo de 1976 se produjo el último
golpe militar en la Argentina, hecho lamentable que destituyó a un gobierno
también lamentable. Pero este escrito no
pretende realizar un análisis político de ese suceso; sólo presentaré unos
breves conceptos referidos a la guerra subversiva y a la posterior represión.
Nuestra historia de enfrentamientos entre
argentinos se remonta a los albores de nuestra patria, desde el mismísimo 1810
(entre quienes querían liberarse de España y los que no), luego continuó con la
guerra civil entre unitarios y federales que (teóricamente) finalizó en 1860
con la unificación de todas las provincias bajo la Constitución Nacional.
Desde ese momento, en el que se alcanzó una
relativa la paz interior, la Argentina concentró sus energías en crecer y lo
hizo de una manera formidable, al punto de llegar a convertirse en el 7° país
del mundo apenas 50 años después.
Llegamos así a la década del 1960, época en la
que se popularizan en Latino América, las ideas subversivas de la Revolución
cubana (1959) y de sus artífices, Fidel Castro y el Che Guevara; quienes se
convirtieron en ídolos, promotores y entrenadores de la guerrilla en Argentina,
en todo Latino América e incluso en África.
Luego de algunas acciones militares
revolucionarias aisladas en el norte de nuestro país (aún durante los gobiernos
constitucionales de Frondizi e Illia), llega a Cuba (1966) el primer
contingente de argentinos que recibirá entrenamiento subversivo; situación que
se repitió por más de 10 años y que vio desfilar por aquellas tierras, entre
otros, al periodista Jorge Masetti, a John William Cooke, a Marcos Osatinsky, a
Fernando Abal Medina y al padre Carlos Mujica.
Con el paso del tiempo, las fuerzas subversivas
fueron mutando hasta consolidar dos facciones principales, el ERP (ejército
revolucionario del pueblo, de estirpe comunista) y Montoneros, principalmente
peronista.
Se intentó replicar la experiencia cubana de guerrilla
rural, y su fracasó, lo que llevó a los
cabecillas revolucionarios a tomar la decisión de trasladar el escenario de los
combates a las ciudades. Así comenzaron
los atentados en bares, edificios, oficinas o en la misma calle; las tomas de
comisarías, radios, puestos militares, los sabotajes, secuestros extorsivos y
asesinatos de policías, militares y civiles.
Las fuerzas subversivas tenían una clara organización
militar; había escalafones, planes de acción, batallones, pelotones, reglamentos,
tribunales y juicios sumarios. Poseían
un área de propaganda, una de reclutamiento, un ala política, fábricas de
armamento y centros de detención y tortura llamadas “cárceles del pueblo”.
Para combatirlos, los sucesivos gobiernos
fueron cambiando sus formas. Primero los enfrentaron con la policial, luego con
la gendarmería y finalmente con las fuerzas armadas.
En 1971 se crea la Cámara Federal en lo Penal
(CAFEPE), área del poder judicial dedicada exclusivamente a los delitos
subversivos, delitos deficientemente contemplados en el Código Penal. En ella, hasta el momento de su disolución, se
juzgaron (con todas las garantías jurídicas) y condenaron a prisión unos 600
guerrilleros, se absolvieron otros tantos y estaban siendo procesados otros 500
sospechosos más.
En 1973 es elegido como presidente Cámpora, y
su primer medida de gobierno, fue liberar los presos y procesados por la
CAFAPE; luego disolvió la Cámara Federal y anuló las leyes que castigaban con
pena de prisión perpetua a quien asesinara un policía o un militar. Los integrantes de esta Cámara sufrieron
suertes muy diversas, unos se exiliaron, otros padecieron atentados y el juez
Jorge Vicente Quiroga fue asesinado.
Ese mismo año, llega Perón a la Argentina y se
produce la Masacre de Ezeiza, desencadenada por los montoneros. Posteriormente, Perón tuvo un triunfo aplastante en las elecciones
presidenciales y la mano derecha del presidente, Lopez Rega, crea la entidad
parapolicial conocida como la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina).
Tras la muerte de Perón, asume la presidencia
“Isabelita”. En 1975 establece el estado de sitio y ordena “aniquilar el accionar de elementos subversivos que actúan en la
provincia de Tucumán”, orden que fue extendida a todo el país por el
presidente de la Cámara del Senado, Ítalo Lúder, quien asumió el ejecutivo tras
la licencia por enfermedad de Isabel Martínez de Perón.
Se intentó reflotar la idea de la Cámara
Federal, pero el núcleo duro del peronismo se negó a aceptarlo; tampoco había
juez alguno que quisiese asumir ese cargo, teniendo en cuenta el macabro
destino de uno de sus antecesores. Es
interesante recordar la opinión del General Edgardo Vilas (el que cumplió la
orden del gobierno peronista de aniquilar la guerrilla) sobre el estado de la
justicia en ese entonces, comentó que “Es
más fácil hacer pasar un camello por el ojo de una aguja, que condenar en sede
judicial a un subversivo”.
Finalmente, en 1976, se produjo el último golpe
militar de nuestra historia. Hasta ese
momento, luego de más de 15 años de enfrentamientos, el número oficial de
desaparecidos (CONADEP) era de 908 personas, número que ascendió a unos 7.000,
según confirma el último informe oficial del 2008.
Una vez puntualizado los que considero los principales
acontecimientos de esta etapa de nuestra historia, creo oportuno formular
ciertos interrogantes y dar mis pareceres.
*¿Fue
o no una guerra lo que aconteció en Argentina?
Se enfrentaron dos ejércitos, el estatal y el
guerrillero; este último tenía una organización reglamentaria, logística y de
escalafón propia de un ejército, incluso ellos mismos se definían como tal. Por ello creo que sí hubo una guerra (no convencional) en Argentina.
*¿Variaron
las tácticas de combates de ambas fuerzas a lo largo del conflicto?
Si. La
guerrilla dejó el inefectivo foquismo rural y eligió como campo de batalla las
ciudades. Este cambio buscaba, sumar adeptos entre los obreros y estudiantes
(ya que los peones de campo no los seguían) y “camuflarse” entre la multitud, con el implícito riesgo para la
población en general.
La represión comenzó con las fuerzas policiales
y a medida que los atentados aumentaban en cantidad e importancia, la
gendarmería y luego el grueso de las fuerzas armadas se ocuparon de la lucha. También debemos recordar, que en un principio
se los combatió en forma anárquica, luego se creó un órgano judicial especial
(que fue destruido por Cámpora) y finalmente se instauró la figura del
desaparecido, con la que se ocultaban los muertos.
*¿Ambas
fuerzas cometieron delitos de lesa humanidad? ¿Son comparables?
Si, ambas fuerzas los cometieron, pero no son
comparables.
Las fuerzas armadas combatieron contra un “enemigo interior” (como dice la
Constitución) y cumplieron con el mandato de la entonces presidente Isabel
Martínez de Perón. Existieron militares
(algunos de sus miembros, no la
institución), que cometieron delitos de lesa humanidad y que por ellos deben
ser juzgados y condenados.
Las guerrillas, generan SIEMPRE delitos de lesa
humanidad. No existe ninguna razón que
justifique el querer imponer las ideas por la fuerza y menos aún durante
gobiernos democráticos como lo fueron los de Frondizi, Illia y Perón.
*¿Qué
queda hoy de todo esto?
En la actualidad, se habla de “los militares diabólicos” de un lado y de
“los jóvenes idealistas” del otro. Y
en realidad no es ni una cosa ni la otra.
A pesar de ser “políticamente incorrecto”, creo que debemos reconocer, que gracias
a las fuerzas armadas (a pesar de lo nefasto de las desapariciones y los
abusos), no vivimos más la pesadilla de la guerrilla; guerrilla que nos aterrorizó colocando 5052 bombas, realizando 1748
secuestros y asesinando a 1.501 personas (civiles, militares y policías).
Las fuerzas armadas como institución deben ser
salvaguardadas (como se hace en todo el mundo) y se debe condenar con todo el
peso de la ley, a aquellos militares que cometieron delitos.
Por su parte los guerrilleros no eran “nenes buenos”; secuestraban, torturaban
y mataban, incluso hubieron muchos niños y adolescentes asesinados por los subversivos.
Esto no debería quedar impune.
Pero sobre todo, creo que debemos dar vuelta la hoja y seguir adelante. Países que han estado en guerra como Estados
Unidos y Japón o Gran Bretaña y Alemania, se transformaron en socios a los
pocos años; Chile y Uruguay superaron hace años el lastre histórico de la
guerra subversiva; es tiempo que Argentina entre al siglo XXI y deje atrás este
doloroso pasado.
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