El Maduro cubano
Ian Vásquez
Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute, Washington D.C. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El nuevo dictador nominal de CubaMiguel Díaz-Canel, supuestamente representa una nueva generación revolucionaria a la cabeza de un régimen renovado y abierto a posibles cambios hasta ahora no permitidos. No solo no será así –habrá una continuación de políticas totalitarias–, sino que será peor. Díaz-Canel será, en palabras del disidente Antonio Rodiles, el “Maduro cubano”.
De la misma manera que, después de la muerte de Hugo ChávezNicolás Maduro persistió con el socialismo y profundizó la represión –que es su esencia–, Díaz-Canel hará lo mismo en nombre de la revolución cubana. Así lo aseveró el tirano novato en su primer discurso como “presidente” de la nación.
Por si había alguna duda, Díaz-Canel afirmó que bajo el “nuevo” régimen, Raúl Castro “encabezará las decisiones de mayor trascendencia para el presente y el futuro de la nación”. O sea, quien realmente mantiene el poder sigue siendo Raúl. Igualito a Venezuela, que por años ha sido gobernada en la práctica por Cuba –es decir, por los Castro, y en los años de Maduro, por Raúl Castro–.
No podría ser de otra manera. Raúl seguirá encabezando la institución más importante y poderosa del país: las Fuerzas Armadas. También seguirá liderando el partido comunista, el segundo organismo en importancia y poder.
Nada de esto augura cambios importantes en la política cubana, a pesar de las celebradas reformas económicas en años recientes que permiten actividades económicas privadas. De hecho, estos cambios involucran solo a un pequeño porcentaje de la población y son “pocos, limitados y tardíos” en las palabras del difunto economista cubano Óscar Espinosa Chepe.
Si bien ha habido cambios, como por ejemplo un presunto acercamiento a Estados Unidos o la habilidad de comprar y vender algunos bienes por iniciativa privada, estos avances se han revertido rápidamente en el momento en que empiezan a tener cierto éxito. El régimen nunca ha tolerado la pérdida de control absoluto que es lo que significan reformas económicas exitosas.
El interés por mantener el poder a cualquier costo lo reflejan las cifras económicas. Según datos oficiales, la economía cubana se contrajo un 35% con la caída del muro de Berlín y el fin de los subsidios soviéticos. Esa pérdida demoró años en subsanarse. Un estudio reciente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), sin embargo, documenta que la crisis económica era y es mucho peor. Según el BID, la economía cubana cayó por más del 50% en los noventa y “el PBI cubano se ubica un 23% por debajo de los niveles de precrisis en 1989 y 35% por debajo del nivel de 1985”.
La economía cubana ha sufrido a pesar de los subsidios petroleros masivos de Venezuela que reemplazaron a los de la Unión Soviética. En eso, también, Cuba es parecida a Venezuela, que se sigue hundiendo en la miseria y la pobreza pese a su riqueza petrolera. No debemos esperar una actitud diferente de Díaz-Canel que la de Maduro ante la misma realidad.
El “traspaso de poder” cubano sí tiene una gran diferencia con Venezuela. Reconociendo que no es inmortal, Raúl ha creado las condiciones para que la dinastía Castro mantenga el verdadero poder dentro del régimen. Su hijo, Alejandro Castro Espín, está a cargo de la contrainteligencia del Ministerio de Interior, por ejemplo, mientras que su ex yerno está a cargo de la empresa militar que maneja al menos un 40% de la economía cubana.
El cuento de una era nueva en Cuba se ha vuelto muy difícil de tragar. Ya que se ha instalado a un Maduro cubano, la comunidad internacional debería tratar al régimen cubano con el mismo rechazo con que ha empezado a tratar al del verdadero Maduro.


Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 24 de abril de 2018 y en Cato Institute.
 

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