La derrota del gradualismo
Ignacio Fidanza




Se perdió tiempo y lo que viene será duro. Macri llega al lugar que quiso evitar.
La idea de un Gobierno sin costos finalmente sucumbió ante la realidad. Fueron dos años y medio de predica suficiente los que cayeron en el microcine del Palacio de Hacienda, el viernes que Macri se despertó a lo inevitable: Hay que ajustar en serio.
El simulacro del ajuste que destinaba a obra pública y gasto social lo que ahorraba de tarifas, mientras sumaba deuda, llegó a su fin. El terror duranbarbista de un presidente que pierde popularidad se hizo presente, pero de la peor manera, no por haber resuelto los nudos de la economía, sino por la crisis que genero la demora de decisiones desagradables.
Es decir, se perdieron dos años y medio para terminar en el mismo lugar que se quiso evitar el día uno, cuando nació el gradualismo, la súper jefatura de gabinete y la fantasía de la corrección indolora, como si la dinámica de la crisis fuera una variable subordinada a las estrategias de la Casa Rosada.
Fallaron todos los pronósticos y previsiones, pero sería ingenuo esperar una autocrítica. Porque la corrección no surgió de un debate interno, sino que la impuso el mercado. Aunque bien mirado, el giro es la autocrítica.
Ahora, Macri, Marcos Peña y Duran Barba ingresan a ese Vietnam que quisieron evitar. Nada de lo que viene será agradable ni canchero. Y harán falta enormes dosis de una materia que desprecian en la élite del PRO: política de la buena, tradicional, de acuerdos y cierta generosidad indispensable. Es también la caída del modelo de cortinas de humo, que terminaron intoxicando a sus creadores, mientras ganaban tiempo hasta que se produjera el milagro que nunca llegó.
Por eso, sin ampliar la base de sustentación con un acuerdo serio con el peronismo racional, el tránsito del ajuste anunciado por Dujovne se vuelve vidrioso. Al comienzo del Gobierno se pudo alcanzar desde una posición de poder, hoy se llega al mismo lugar desde la debilidad y habiendo acumulado desplantes y agravios innecesarios.
Bajarse del caballo es, sin embargo, un ejercicio que enriquece. Y hay que reconocer que llevado al límite, Macri pudo desprenderse de las certezas que abrazó desde que es Presidente. Será interesante ver cómo lo procesan sus asesores, cómo instrumentan la ortopedia de un nuevo relato que ahora justifique lo que antes reprobaban.
Creyeron que habían inventado la fórmula mágica: en año electoral se apela a un populismo de emergencia y en los pares se ajusta -un poco-. Fallaron los cálculos, entre otras cosas que ya ni vale la pena detallar.
Macri deberá afrontar entonces el último tramo de su mandato en el paisaje que Duran Barba le dijo que evite como la muerte: ajuste tradicional, caída de la actividad y, además, alta inflación.
Pudo ser distinto. Y no hace tanto. Cuando en la Jefatura de Gabinete creían que tenían todas las respuestas, forzaron un cambio de metas de inflación para provocar una baja de la tasa, que potenciara un crecimiento que ya había empezado. Golosos, jugaron a la macroeconomíacon voracidad política.
¿Cómo resultó el experimento? Apenas cuatro meses después la tasa terminó en un imposible 40%, las expectativas de inflación superando el 22% y las proyecciones de crecimiento cayendo al 2% y para abajo. Un fracaso en toda la línea que tiene en el vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, a su principal responsable. Pero a no entusiasmarse. Lo más probable es que no pague ningún costo y la culpa sea -como siempre- de los otros. Que no lo entienden o implementan mal.
Es una parte importante de este fracaso. El diseño de un consejo de sabios inaccesibles, que no ponen la cara ni pagan costos, pero concentran las decisiones. No se someten a debate público, no firman, no implementan. Pero definen. Juegan al rugby desde el banco y con el cuerpo de otros.
Tampoco habría que esperar que ese diseño del poder cambie. Pero cuidado, la realidad abrió de par en par las ventanas y el aire que ingrese acaso no tenga como único propósito refrescar a los comensales.


Publicado en LPO.
 

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