Emilio Monzó en la mira

Diana Ferraro
Escritora
La sensación de crisis
terminal aún no diluida que se apoderó en las últimas semanas de la población y
sus dirigentes, volvió a poner sobre el tapete dos cuestiones que a menudo se
confunden: la estrategia acertada para la estabilización y el crecimiento de la
Argentina y la capacidad del actual gobierno de Cambiemos para conducir con
éxito esa estrategia.
Vale la pena poner de
relieve que este gobierno ha elegido el camino adecuado para la estabilización
y el crecimiento, ya que no hay otro posible para la golpeada Argentina de las
últimas dos décadas. La estrategia general no tiene fisuras—el gobierno propone
una correcta inserción en el mundo; sostiene una voluntad de pago de todas las
deudas contraídas por anteriores gobiernos y las nuevas; expresa una gran
claridad acerca de que la Argentina debe tener una macroeconomía sana, sin
inflación, sin un déficit fiscal que no se pueda financiar genuinamente;
promueve una Argentina abierta al mundo; manifiesta querer crear las
condiciones internas y externas para lograr la más alta productividad y
crecimiento.
Donde sí se presentan
fisuras y se observan hoy los errores que cualquier gobierno puede cometer pero
que debería esforzarse en corregir, es en las tácticas que deben servir a esa
estrategia y, tan grave como esto, la grave falla política en perder poder
cuando podría evitarse con mejores tácticas y la imperdonable falla de no
ganarlo cuando todo está allí servido para aumentarlo.
Hoy existe una gran
porción de la población, confundida y sin inserción ni conducción, el peronismo
de clara orientación liberal, que apoyaría este proyecto y colaboraría activamente
en mejorarlo e implementarlo. Cabe entonces la pregunta de por qué el gobierno,
aún especulando con sus votos, se ha empeñado en mantenerla desdibujada,
soñando con absorberla en términos propios y no incorporándola como una parte
propia en lo que debería ser una gran fuerza nacional: el peronismo liberal, el
peronismo que votó al actual Presidente Macri, está una vez más solo y espera.
La decisión inicial de
las autoridades del PRO fue aliarse formalmente sólo con el Partido Radical y
su escisión, la Coalición Cívica, manteniendo ex profeso a todo el peronismo
identificado con el kirchnerismo como ejemplo de lo peor en la política
argentina y del enemigo a derrotar—cumpliendo de paso con el rol complementario
inaugurado por los Kirchner en esa “brecha” que les resultó siempre tan útil.
El PRO aceptó, a lo sumo, cuadros peronistas sueltos rescatables dispuestos a
jurar por la nueva bandera del PRO, en ese sueño no explícito de que el PRO se
transformase a la larga en la nueva fuerza política popular que, luego de haber
incorporado al Radicalismo, sustituyese al peronismo.
Las dificultades de
estos días señalan, sin embargo, la realidad de otra historia en curso. Una
historia que algunos cuadros peronistas dentro del PRO, en particular Emilio
Monzó, con un fino instinto político y un buen oído para el devenir de los
acontecimientos, hace tiempo vienen señalando: no se puede reducir al peronismo
al kirchnerismo y tampoco a las viejas deshilachadas huestes social demócratas
del duhaldismo. Existe un peronismo,
señalan, que es necesario aliar formalmente. Así, en estos días, todas las
miradas están puestas en este dirigente que quizá logre forzar los prejuicios
de muchos integrantes del PRO y mostrar el presente desde otro punto de vista
para lograr un efecto político sostenible, duradero y finalmente exitoso.
A pesar de las
interpretaciones opuestas, la historia argentina es sólo una, la del esfuerzo
de una nación para crecer independiente e integrada. Las luchas de facciones
han sido luchas de todo tipo, según las épocas, a veces culturales, a veces
ideológicas, y otras veces por simple interés económico. Capas de todas esas
luchas han sobrevivido en nuestra cultura y es así como muy a menudo las
discusiones esenciales del presente se pierden en luchas remanentes de un
pasado no totalmente asimilado como pasado propio, único y nacional. En la
dirigencia de Cambiemos subsisten muchos de esos fantasmas y también persisten
muchas viejas ilusiones. Lo que parece no existir, como por otra parte tampoco
en ningún otro grupo político formal argentino, es la conciencia de qué momento
de nuestra historia particular estamos viviendo.
La confusión,
interesada o ignorante, acerca de los mal terminados años 90, nos impide ver
que lo que estamos viviendo estos días, como historia nacional, es la
oportunidad de terminar bien lo que se terminó mal en 2002, con la total
destrucción del sistema económico liberal por Duhalde primero y los Kirchner
después. El problema emocional y político de este gobierno es su resistencia a
reconocer que fue el peronismo con Menem y Cavallo el que abrió este camino en
1989, que no se está haciendo nada nuevo y mucho menos desarrollismo—un
desesperado intento de buscar alguna identidad histórica propia que no sea ni
peronista ni radical—sino que simplemente se está tratando de retomar el camino
virtuoso iniciado en los 90 que permitió la total modernización y puesta al día
de la Argentina.
¿Cuál es la reacción
del “peronismo”? El kirchnerismo y otros enemigos de la libertad económica ven
todo esto con su habitual oportunismo político, y los acusan con de
neoliberales y de intentar imitar a Menem; el duhaldismo es ambiguo, en su
esfuerzo de no identificarse con el kirchnerismo, aunque siempre denostando el
liberalismo y, en estos días particulares, sintiéndose incluso muy orgullosos
de haber destruido en su momento al sistema liberal; el peronismo liberal, en
silencio, sigue solo y espera.
En estos días, también
la amplia mayoría de los argentinos se siente sola y espera. Los efectos de las
malas tácticas económicas los confunden acerca de si se está en el camino
correcto. Tampoco es de ayuda la falta de claridad acerca de lo que ha sido—en
toda su verdad—la historia, ya no de los últimos veinte años, sino de los
últimos treinta. La corrección de las tácticas económicas está en estos días
siendo apuntalada por un buen número de economistas con amplia experiencia
política, entre ellos, el primero, Domingo Cavallo, quien tiene más de una
lección para dar acerca de sus éxitos y fracasos en el mismo camino que hoy
este gobierno ha emprendido, aún con el mismo incierto éxito. Lo que no parece
existir en simultáneo, es una corrección de las tácticas políticas, cuyo primer
movimiento debería ser no aislar al peronismo que históricamente ya transitó
por este camino. Ese peronismo hoy puede ayudar enormemente en lo que hoy, más
allá de las alianzas puntuales con gobernadores amigos, es imprescindible, dada
la necesidad de una profunda reestructuración económica: la ayuda y
participación de los sindicatos peronistas en este proceso.
Es por eso que hoy,
Emilio Monzó, la figura del PRO que no ha dejado de mirar al peronismo e
interactuar con él, concentra, a su vez, todas las miradas que hoy ven el
amplio espacio político dividido de un modo diferente: según el rol
efectivamente desempeñado por cada fuerza en un proceso histórico aún
incompleto.
El momento presente y
las elecciones de 2019 no deben presentar la oposición de Cambiemos contra un
“peronismo” que quiere liquidar y sustituir. Debe ser, para asegurar su éxito,
el de un gobierno de coalición con radicales y peronistas para construir una
nación moderna, integrada al mundo con una economía liberal y con sindicatos
modernizados y con nuevas funciones para acompañar el crecimiento con cada vez
más y mejor formados trabajadores. Esta coalición se opondría así, en una
verdad histórica actualizada y llevada a la conciencia colectiva, a todos
aquellos, “peronistas” o no, que quieran una nación estatista, empobrecida y
con un derrotero inevitablemente autoritario para contener el ostracismo y la
pobreza.
Este Emilio Monzó, hoy
regresado a la mesa chica de Cambiemos, abre la puerta a la esperanza de una
efectiva consolidación de este gobierno en una coalición ampliada para
continuar y concluir el cambio iniciado.
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