Después del fondo
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
“El pragmatismo es una verdadera cobardía porque significa
que el gobierno se adapta por conveniencia a los problemas, sin atreverse a
enfrentarlos, buscando soluciones reales. No se trata de encontrar soluciones
pragmáticas, sino soluciones de fondo”
Ludwig Erhard
Como
bien pensaba el hacedor del llamado “milagro alemán” el pragmatismo, seguir hoy
un camino y mañana otro, es un error.
El
presidente Macri ahora que ha podido respirar un poco más profundo debido a la
ayuda que recibe del Fondo Monetario Internacional, debiera dar un vuelco hacia
una política que deje atrás al
pragmatismo y se oriente por principios que no permitan dejarse arrastrar por
conveniencias circunstanciales como lo serán,
pronto, las elecciones del año que viene.
Esperamos
que la estabilidad monetaria sea un fin prioritario ya que es base
indispensable para el crecimiento económico. Ya hemos aprendido que promover el
crecimiento por medio de la inflación es un error que trae nefastas
consecuencias. Debe olvidarse el gobierno de aumentar el gasto provocando
déficit. No debiera ni siquiera invertir en políticas desarrollistas si ello lo
aumenta. No se puede permitir crear artificialmente capital a través de la
emisión. De este modo no vale el crecimiento porque se sacrifica la
estabilidad.
La
poca importancia que le han dado a bajar el déficit ha sido cuestionada por el
FMI por lo cual tendrán que decidirse a actuar al respecto. Privatizar parece
que no es una opción para el actual gobierno por lo cual , al menos, debieran
quitarle a las empresas todas las ventajas, tratarlas como a las privadas, sobre
todo, no financiarles el déficit.
Con
respecto al fomento de la producción, tanto agropecuaria como industrial, la
única manera es la de abrir la economía dejando de lado tarifas aduaneras
exageradas y la protección a la industria nacional. Aquí también la experiencia
alemana nos da un gran ejemplo. Erhardt sometió drásticamente a la industria a
la competencia internacional aún en la terrible situación que había quedado
después de la guerra, suprimiendo los aranceles porque, como bien decía, había
que someter a los industriales a la competencia internacional para que se
esforzaran en lograr mejor calidad y eficiencia, para poder bajar los precios,
en vez de pedir protección y dádivas al estado.. Si no se anima el Gobierno a
imitarlo, por lo menos el final de la protección debe tener fecha cierta, lo
más corta posible, solo para permitirle al empresario acomodarse a la nueva situación.
Por
último la necesidad de capitales se consigue mostrando estabilidad que promueve
la confianza, sin la cual, no hay política que valga. Para ello hay que dejar
atrás el pragmatismo o sea, el
oportunismo, y guiarnos por los valores asociados a la libertad.
Si no
el Gobierno, la sociedad ha aprendido, no solamente que es bueno vivir en
democracia sino también que la estabilidad monetaria es mejor que la inflación.
Acompañará, seguramente, un plan racional que la ataque de frente.
Por
último no se debiera olvidar que la Constitución alberdiana abrazó en lo
económico el sistema de la libertad basado en la propiedad privada de los
medios de producción y en la proscripción de toda interferencia oficial en el
proceso económico. Y en cuanto al sostenimiento del estado consistente con los
derechos y garantías, dicha constitución advierte “…En la formación del tesoro
puede ser saqueado el país, desconocida la propiedad privada y hollada la
seguridad personal; en la elección y cantidad de los gastos puede ser
dilapidada la riqueza pública, embrutecido, oprimido, degradado el país”
La
Corte Suprema de Justicia, en muchos
casos, ha convalidado en su constitucionalidad decretos, leyes y
reglamentaciones que fueron, en nombre
del bienestar general, dejando atrás la concepción filosófica que reposa en la
idea de libertad y con ello, sus miembros olvidaron que la persona es
responsable, además de independiente y autónoma como lo entendieron nuestros
padres fundadores, consagrándolo en 1853 en nuestra Carta Magna.
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