Pity Álvarez, Ekapong, Adul perdidos en la cueva
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
En estos últimos días, dos de las noticias que
más han concitado la atención de los argentinos fueron: los tensos momentos que
rodearon la vida del roquero argentino y los del entrenador tailandés y los
adolescentes a su cargo.
Todos los involucrados han estado sepultados en
lo profundo de una cueva, sin luz y en condiciones extremas, pero los
desenlaces fueron opuestos (muerte y vida), quizás todo esto nos permita leer
entre líneas, algo de la cultura de nuestras sociedades.
El famoso músico argentino, vive inmerso en una
severa adicción a las drogas, condición conocida desde hace años por “todo el mundo”. Ya en el 2012 declaró "A mi hija le diría que pruebe la droga sólo cuando sienta ganas,
cuando quiera experimentar cosas lindas”, además agregó "no estaría en desacuerdo de que mi
hija tome drogas, siempre y cuando sea una cuestión de ella. Capaz que un día
le dan ganas de fumarse un porrito y hasta se lo daría yo, pero siempre que sea
una inquietud de ella”.
En su profuso curriculum figuran un sinnúmero
de “hechos desafortunados”: denuncias
por robo, agresión con arma de fuego, destrucción de propiedad, accidentes en
auto y moto, posesión de droga y violencia de género.
Sin ningún tipo de pudor, ha expuesto la
estrategia cotidiana que debe llevar adelante un adicto al afirmar que "La filosofía del drogadicto es no
llegar a la sobredosis para seguir consumiendo toda la vida" y metafóricamente
afirmó que “las drogas son como la sal y
el azúcar, hay que cuidarse".
En el otro extremo, encontramos a Ekapong, el joven
de 25 años que quedó atrapado en la cueva de Tham Luang Nang en Tailandia,
junto con los 12 niños de entre 11 y 16 años integrantes del equipo de futbol
de la escuela Mae Sai Prasitart.
Este entrenador, perdió a su padre, a su madre
y a su hermano, por una epidemia respiratoria cuando tenía tan solo 10 años de
edad. Luego fue criado por una tía,
quien finalmente lo hizo ingresar a un monasterio, con el fin de que se
convirtiese en monje budista; permaneció en esa institución por 10 años. A los 20 años, dejo el monasterio y se sumó
al equipo del técnico del equipo de futbol colegial que se internó en la cueva.
Entre los adolescentes encerrados estaba Adul
Sam-on, de apenas 14 años de edad.
Nacido en Myanmar, territorio dominado por la guerrilla, el cultivo de
opio y el tráfico de metanfetamina, Adul escapó de ese infierno a los 6 años,
entregado por sus padres en Tailandia a una
iglesia para que le dieran la educación que ellos no pudieron tener.
Este púber, que no tiene nacionalidad, pues es
un ilegal, es el mejor alumno de su clase, habla con fluidez inglés, tailandés,
birmano y mandarín. En premio a su desempeño y habilidad obtuvo enseñanza gratuita y
almuerzo diario.
¿Qué diferencia existe entre nuestro roquero
(que abandonó el colegio) y los otros dos casos? No son las condiciones de violencia, drogas o
pobreza en las que crecieron, todos ellos sufrieron esta realidad
dantesca. Vuelvo a aclarar que son
anecdóticos los casos puntuales, creo que es importante lo que subyace y que
puede reflejar nuestras sociedades.
La diferencia entre ellos son los valores, los
valores que impulsan la vida de cada quien y la escala en la que ellos se priorizan. Los disvalores y la falsa concepción de “los derechos” que hoy corroe nuestra
Argentina son nuestro cáncer.
La vida como valor supremo, el amor propio como
valor guardián de nuestro bienestar físico y mental, el respeto al prójimo como
valor de una convivencia productiva, el costo como valor del esfuerzo y la
inversión como valor de futuro; han perdido valor.
En nuestro país se confunden necesidades,
buenas intenciones, deseos y hasta caprichos con derechos, y los derechos en su
lógica tienen una característica particular, no implican un esfuerzo para quien
los ostenta.
De este modo, la necesidad de educación, la
buena intención de la salud pública, el deseo de la casa propia o el capricho
de recibir dinero (plan social) por el
sólo hecho de existir, se han transformado en derechos; se convierten en
beneficios que “debo” recibir sin
esfuerzo.
Si no tengo dedicación en la escuela lo mismo
me deben aprobar, si no uso casco o me embarazo en forma irresponsable lo mismo
me tienen que “curar”, si no ahorro
para comprarme una casa lo mismo me la tienen que entregar, si no trabajo lo
mismo me tienen que dar dinero para vivir.
Todos esos pseudo derechos, pesan sobre los
derechos a la propiedad de quienes los pagan via impuestos. Al igual que el derecho de los delincuentes
pesa sobre las víctimas, el de los agresores (físicos y verbales) sobre los
agredidos, el de los corruptos sobre la república, el de los vicios sobre las
virtudes, el de los parásitos sobre sus huéspedes.
Ekapong, consciente de su responsabilidad en
esa cueva, destinó los pocos alimentos que tenía a los estudiantes en forma
exclusiva, les enseño a meditar y los contuvo manteniendo la disciplina y la
esperanza. Al llegar los primeros buzos,
les envió una nota a los padres de los adolescentes expresando: "quiero decir a los padres que
los niños se encuentran estupendamente. La gente se está ocupando muy bien de ellos y
prometo que cuidaré de ellos lo mejor que pueda. Gracias a todos por la ayuda. Y lo siento mucho". No pretendió buscar excusas ni chivos
expiatorios.
Sobre Ekapong, el entrenador principal
Khanthavo comentó: “es alguien que
siempre dio mucho de sí mismo para ellos”, “transportaba a los chicos hacia y
desde sus casas cuando sus padres no podían hacerlo y se responsabilizaba por
ellos como si fueran su propia familia”.
Por su parte, los padres de los adolescentes comprendieron la diferencia entre ser
responsable y ser culpable de un hecho.
Por ello le escribieron "gracias
por cuidar de nuestros hijos; entrenador, usted está ahí con ellos; salga con
ellos, sano y salvo. No se culpe”.
Incluso en una situación extrema, como la que
vivían los adolescentes en la cueva, no los eximían de hacer lo correcto, no
los eximían de valorar y respetar su propio cuerpo, su mente y el esfuerzo del
prójimo. Así quedó patentizado en la
nota que los padres de Adul le hicieron llegar a su hijo prisionero de la
cueva: "cuando salgas, tienes que
agradecerle a cada uno de los oficiales".
Los argentinos hemos perdido como individuos y
como sociedad, la cultura del esfuerzo, del trabajo, de la inversión, de la
educación y del respeto; presente en el sufrido pueblo Tailandés.
La cultura de los valores que permiten el
crecimiento personal, la vida armónica en sociedad y el desarrollo nacional se
baten en retirada. La subversión de
valores que hoy nos acosa, es la principal causa del Imperio de la Decadencia Argentina que hoy padecemos. Es hora de decir basta, es hora de sumarse a La Rebelión de los Mansos.
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