Venezuela: una rara avis

César Yegres Guarache
Economista. MSc en Finanzas. Profesor universitario. Director Ejecutivo
de la Cámara de Comercio de Cumaná. Mención especial, Concurso Internacional de
Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de su Nacimiento
(1810-2010), organizado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
@YegresGuarache / cyegres@udo.edu.ve
La sola mención de Venezuela ya genera una
rara mezcla de percepciones y sentimientos, sea para los residentes o para
cualquier observador extranjero. Desde universidades, centros de investigación
académica, think tanks, ONGs, organismos multilaterales de distinto tenor hasta
el ama de casa común, la gran incógnita es la misma: ¿cómo se llegó a ese
estado de cosas?
La respuesta no es sencilla. Hay
demasiadas variables involucradas, como para que algún politólogo, un
economista, un sociólogo, un historiador, un periodista, un abogado
constitucionalista o un psicólogo social, por ejemplo, sea capaz, unilateral y
aisladamente, de brindar un diagnóstico único, claro y conciso de lo que en ese
país suramericano ha venido ocurriendo.
Así, se puede iniciar el análisis
recordando el perfil cuasi monoproductor y monoexportador de la economía
venezolana, afín a la denominada “maldición de los recursos naturales”. Pero
dentro de ella, hay categorías y subcategorías, en función del carácter
renovable o no del recurso natural que se explote, hasta llegar al tipo
especial de economías petroleras y mineras que caracteriza a Venezuela desde
principios del siglo XX. De allí se bifurca el análisis, porque resulta que el
Estado venezolano se creó en esos años, bajo la égida de la renta petrolera y,
prácticamente, no ha cambiado en su
esencia desde entonces. Ese desequilibrio institucional, sin los adecuados
pesos ni contrapesos en el manejo del poder público, resulta muy tentador para aquellos
gobernantes con ansias de acumular poder, lo que explica que hoy Venezuela sea
considerada como una dictadura no declarada o, para los más benevolentes, como
un gobierno autoritario. Tal dictador (o gobernante autoritario) se siente
libre para imponer un modelo de organización política, económica y social, de
cualquier signo, aún los más primitivos y sin posibilidad alguna de éxito. Tal
es el caso, del denominado “socialismo del siglo XXI” que de moderno sólo tiene
el adjetivo porque en la práctica ha repetido los mismos vicios de los socialismos
clásicos del siglo anterior que tantas desgracias ocasionaron. Un afán de
dominio sobre el sector productivo, atropellando los derechos de propiedad y
controlando los precios y todas las facetas de la producción, distribución y
venta en los mercados de divisas, servicios y bienes finales como en los de
factores de producción.
Poner a marchar un Frankenstein de esta
naturaleza no podía sino ocasionar un desastre monumental, que sólo resultara
anecdótico y hasta curioso para los analistas, sino fuera por las secuelas de
destrucción, pobreza y muerte que han ocasionado para millones de venezolanos. En
ese país, escasean alimentos, medicinas y diversos insumos básicos porque se
redujo el tejido empresarial privado doméstico a su mínima expresión y ahora el
gobierno tiene una limitada capacidad de importar. La producción interna bruta
ha caído casi 40% de forma acumulada en 4 años, algo inédito hasta para países
en situaciones de conflictos bélicos. Todos
esos bienes escasos, junto con las divisas, se comercian en mercados negros a
precios sustancialmente superiores a los regulados. El Gobierno no cesa en su
afán de gastar lo que no tiene, con un déficit fiscal de 20% del PIB, utilizando
al Banco Central como caja chica y generando el primer caso de hiperinflación
en la región en 2 décadas. A partir de noviembre de 2017, los precios han
crecido un mínimo de 50% mensual, a un ritmo tal que hoy tiene un precio de 140
bolívares lo que en octubre podía comprarse por 1 bolívar. La consecuente
pobreza alcanzaba ya al 80% de los hogares, según las últimas estimaciones, de
fines de 2016.
A pesar de lo multifactorial de la crisis
ya mencionada, se observa un creciente consenso entre los analistas acerca de
su causa primaria que, a su vez, conduciría a su resolución: es una crisis
política, a la que se llegó por razones políticas y sólo se solucionará con más
política. Las esperanzas de rectificación del actual equipo de gobierno son
nulas, pero también pueden serlo si algún grupo opositor toma el poder en
Venezuela estando contaminado de tantos prejuicios y sesgos ideológicos que
caracterizaron a las clases políticas criollas por mucho tiempo y no está
dispuesto a darle a dicha nación una verdadera oportunidad de entrar al siglo
XXI y no seguir siendo la “rara avis” del hemisferio occidental.
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