¿Qué hicieron con el liberalismo? 2018, annus horribilis
Lucas Gualda
Programa de Jóvenes
Investigadores y Comunicadores Sociales 2018, de Fundación Atlas para una
Sociedad Libre. Lic. en Marketing. Asesor en el Honorable
Senado de la Nación. Investigador del “Visiting Program for Young Sinologists
Beijing 2018”, programa del Ministerio de Cultura y Turismo de la República
Popular China.
Nota
del autor: Es mi más ferviente deseo que las palabras
que compartiré a continuación sirvan para exaltar el carácter transnacional de
los valores liberales. Para que en este mundo que vive un feroz enfrentamiento
de ideas, prevalezcan siempre el respeto a la vida y a la propiedad privada.
Supongan
que estamos en 1998 y viene alguien del futuro. Le preguntamos cómo es el
futuro, qué nos deparará, y nos cuenta que Estados Unidos en 20 años será el
principal país que ejerce proteccionismo, y que China, país comunista, será el
adalid del libre comercio, probablemente no le creamos, y hasta lo
declararíamos insano. Realmente el mundo en 20 años ha cambiado demasiado, las
tarifas aplicadas por Trump a bienes que Estados Unidos importa desde todo el
mundo, y el discurso de Xi Jinping en el marco del World Economic Forum en
Davos son más sorprendentes que los autos voladores (que a todo esto, siguen
sin aparecer en el mercado).
Ahora
los invito a mirar hacia atrás y preguntarnos cómo hemos llegado a esto. Y una
conclusión rápida, que puede ser discutida por quien así lo desee (este
artículo es para abrir un debate, no para cerrarlo), es que ha sido porque los
poderosos han dado la espalda al liberalismo que tanto les dio. Pero lejos de
lamentarnos, lo único que podemos hacer es aceptar este nuevo escenario, y trabajar
para cambiar esta situación. Veamos más en profundidad qué es lo que ha
acontecido a grandes rasgos en el mundo recientemente.
El
orden mundial en que vivimos, llamado por el académico Amitav Acharya como
“orden liberal americano”, está compuesto por múltiples instituciones, creadas durante
la década del 40 y el 50 (la gran mayoría), apenas concluida la 2da Guerra
Mundial, conflicto que configuró gran parte del mundo que llega hasta nuestros
días (la caída de la Unión Soviética en 1991 será una segunda instancia de
dicha configuración). Dichas instituciones, dirá Graham Allison, son las que
permitieron el progreso de la gran mayoría de las economías mundiales (aquellas
que “socializaron” y se abrazaron a dichas); este razonamiento incluye también
a China, cuyo ingreso al mundo hace 40 años reporta los números de crecimiento
económico más impresionantes que se hayan visto.
Sin
embargo, la letra chica del orden liberal americano indica que las
instituciones, más allá de su naturaleza “global”, no dejan de responder a las
necesidades del hegemón de turno. Y los Estados Unidos, poder en declive en
términos comparativos, comenzó a hacer cumplir dichas cláusulas, y ha ajustado
las clavijas del orden para que la melodía siga sonando a favor de sus
intereses.
La
crítica a la justificación de la existencia de las diversas instituciones que
manejan el orden global no es nueva, sobre todo porque quién impulsó la
creación de dichas es quien más ha burlado sus funciones. Repetidas invasiones
americanas en distintos lugares del mundo (Irak y Afganistán las más
resonantes), no hacen más que confirmar lo expuesto. Desde la asunción de Donald Trump lo que se
ha visto es un sinceramiento de esta situación de amor-odio en que se ha encontrado
siempre los Estados Unidos con estas entidades; gran parte de esto tiene que
ver porque esta estrategia si bien permitió al país norteamericano extender su
liderazgo por muchas décadas pasada su victoria en la 2da Guerra Mundial, ha
implicado hacer concesiones que hoy le pesan y mucho (especialmente en los
votantes tradicionales del Partido Republicano).
Cuando
Trump menciona el “America First”, lo hace apoyándose en esa mezcla de razón
(Estados Unidos gasta muchísimo en mantener la paz en el mundo, por ejemplo la
OTÁN), y de sentimiento (las costas representadas por Nueva York y California,
además de ser las de pensamiento progresista, son las que disfrutan de las
mieles de la globalización, no así sus vecinos de las regiones más alejadas,
que en gran parte permitieron la victoria del actual presidente) de que se
había cedido demasiado, y era momento de renegociar lo establecido.
Curiosamente,
expertos como Kissinger e Ikenberry mencionan que China, en este ascenso que ya
lo ha consolidado como la 2da economía mundial, se encuentra inmerso en un
orden cuyas reglas no ha debatido, pues su ingreso se produce a 30 años después
de Bretton Woods (el ingreso fue en 1978, por orden de Deng Xiaoping, el padre
del Estado Chino moderno). Por lo que
nos encontramos a priori con dos estados con intenciones de “revisar” el orden
actual. Quién hubiera pensado que en el medio de este tironeo quedaría aquello
que permitió que el mundo crezca como nunca desde el siglo XIX, el libre
comercio.
Siguiendo
con la teoría de Acharya, mencionado previamente, este vacío que genera la
desidia americana ha llevado a las demás naciones a llenar dichos espacios. Es
así como surgen nuevas instituciones, a la luz de los desafíos del Siglo XXI, y
con una curva de experiencia prestada de las “viejas” instituciones de Bretton
Woods. Pasados unos años de la década del 2000, pasado el atentado a las Torres
Gemelas (para muchos el símbolo del comienzo del declive americano), el banco
Goldman Sachs surge con la idea de nombrar a un grupo de países a los cuales
denominó como las “economías emergentes” que liderarían el mundo del mañana.
Los famosos BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) hacían su
presentación en el escenario mundial, aunque les ha llevado más de una década
consolidarse. Parte de ese proceso lo hemos visto en el último foro realizado
en Johannesburgo, donde la Argentina participó como país invitado.
Se
esperaba más de este club de emergentes, sin embargo problemas internos que han
atravesado (sobre todo Brasil y Sudáfrica, que han atravesado cimbronazos políticos)
retrasaron su accionar. No obstante, China no se detuvo, y desde el gobierno de
Xi Jinping, en un movimiento conocido como la “asertividad China”, se comienzan
a desarrollar estrategias en línea con el destino de este grupo de emergentes
como los próximos líderes de sus regiones. Así es como en Asia nos encontramos
con instituciones como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (sus
siglas originales en inglés AIIB), vibrante entidad, que está financiando
múltiples proyectos en todo el mundo, a diferencia de un Banco Mundial que se
siente ha perdido su razón de ser (aunque no deja de ser una aspiradora de
costos, los cuales pagamos todos los que vivimos en los países que se han
adherido a dicha institución). Este banco no se limita únicamente Asia, sino
que busca socios en todos los continentes (Argentina ya ha sido aceptada como
tal).
La
pregunta a hacernos ahora es, ¿por qué China abraza al liberalismo? Las
respuestas son muy obvias, porque el liberalismo es obvio, se inserta en
nuestra naturaleza humana que busca sobrevivir, y que precisa de cooperar con
otros individuos para progresar. China entendió que su buen desempeño no
depende de sí misma. La apertura comercial le permitió hasta cierto punto
alcanzar un piso de desarrollo, pero sabe que escapar de la famosa y fatídica
“trampa de ingresos medios” le exige algo más que una simple apertura
económica. La consecuencia de este razonamiento es la presentación de la
política más ambiciosa que se haya visto del gobierno chino que es la iniciativa
del cinturón y la ruta de la seda (Belt and Road Initiative), una estrategia de
cooperación económica con alcance casi mundial (originalmente apunta a Asia,
Europa, y África).
¿Podemos
decir entonces que el liberalismo se ha mudado de vereda? En parte sí, y en
parte no, y eso es lo más doloroso. Porque en ambos casos se observa que se lo
usa como un medio para lograr un cierto fin, el cual en este caso es una cierta
distribución de poder, cuando en realidad debería ser el punto de partida de
cualquier iniciativa humana. Rescato las palabras de Joe Lonsdale, quien en su
carta abierta publicada en The Economist brega “por poner en práctica los
valores liberales, en un orden donde pareciera se han reflotado ideales de
épocas previas a la Iluminación”, momento donde académicos de la talla de
Hobbes y Locke hallaran la esencia del hombre, acercándonos teorías que
permitieron a la humanidad explotar su potencial como nunca antes había
sucedido.
Me
voy con una reflexión. Nos encontramos a un año y medio del inicio de una nueva
década. 10 años que estarán marcados por difíciles desafíos, muchos de los
cuales ya los estamos viendo. Las vicisitudes de un clima que cambia, y el auge
de la inteligencia artificial, la big data, y los avances genéticos, son a mi
parecer los factores que configurarán el mundo futuro. Como señala Harari en
Homo Deus, ¿que será del humano cuando vea reemplazado por las máquinas (cada
vez más inteligentes) su lugar en el centro de la economía? De algo estoy
seguro, no será mucho si siguen coartando su libertad.
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