La “Primavera de Praga”, o el origen de los Estados
Alejandro A. Tagliavini
Senior Advisor, The Cedar Portfolio. Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland (California). Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
La historia tiene sus vueltas. La Checoslovaquia
que invadieron los tanques del Pacto Varsovia hace 50 años para terminar con la
Primavera de Praga, hoy ya no existe. Como no existen ni aquel Pacto ni la URSS
que dirigió aquella Operación Danubio. Pero la influencia de Moscú,
particularmente con Putin que no se olvida de la KGB a la que perteneció, pareciera
recordar aquel aplastamiento del experimento democrático más importante dentro
del antiguo bloque comunista.
La
República Checa y Eslovaquia, los países resultantes de Checoslovaquia en 1989
tras la “Revolución de Terciopelo”, son ahora miembros de la Unión Europea y de
la OTAN. Aunque el presidente checo Milos Zeman, ex socialdemócrata
reconvertido al populismo, es uno de los políticos occidentales más partidarios
del Kremlin, al punto que ha justificado la anexión rusa de Crimea.
Moscú
ya había mostrado en 1953 en la República Democrática Alemana y, sobre todo, en
1956 en Hungría, que no toleraría ninguna apertura en los países bajo su área
de influencia. Pero desde su elección en enero de 1968 como secretario general
del Partido Comunista de Checoslovaquia, Alexander Dubcek encaró unas reformas
democráticas, "el socialismo con rostro humano", aunque sin
cuestionar su pertenencia al Pacto de Varsovia -la organización militar opuesta
a la OTAN- y sin defender al capitalismo.
Los checos se preguntaban hasta dónde llegaría
la tolerancia del líder soviético Leónidas Breznev. A las 23:00 horas del 20 de
agosto de 1968 encontraron la respuesta al saber que cruzaban la frontera 2.000
carros de combate, 250.000 soldados y 700 aviones. En pocos días el Pacto había
desplegado 700.000 soldados, seguido por una oleada de represión, el
"proceso de normalización": trescientos mil huyeron a Occidente y centenares
fueron detenidos o muertos. El 16 de enero de 1969, Jan Palach se quemó a lo
bonzo en Praga como protesta.
Dubcek fue detenido y trasladado a
Moscú, donde Breznev lo obligó a firmar un acuerdo que "legalizaba"
la ocupación de Checoslovaquia. Años más tarde, fue recibido como un héroe en
la Plaza de Wenceslao después del triunfo, ahora definitivo, de la Revolución
de Terciopelo de 1989.
Hoy, la aproximación rusa es algo diferente.
Menos tanques usa Vladímir Putin mientras financia a los partidos populistas
con un discurso antioccidental. Cincuenta años después de la revuelta de Praga,
el Kremlin sigue aplicando la 'Doctrina Brezhnev' de soberanía limitada a los
países que desean acercarse a Occidente. Doctrina que ha servido para
justificar la ocupación de Ucrania y la anexión de Crimea en 2014 o para avisar
a Georgia del "peligro" que supondría entrar en la OTAN.
"Los rusos no son
nuestros amigos, son nuestros hermanos: a los amigos los puedes elegir", era
un chiste que circulaba por Praga en los años 60. Lo que me hace pensar que los
Estados también son nuestros “hermanos” ya que no se eligen, como señalaba Franz
Oppenheimer: "El Estado… es una institución forzada por un grupo
victorioso de hombres sobre un grupo vencido, con el único propósito de regular
el dominio de los victoriosos sobre los vencidos, y asegurarse a sí mismos
contra las revueltas internas y ataques del exterior. Teleológicamente, este
dominio no tenía otro propósito que la explotación económica de los vencidos
por parte de los vencedores... Ningún Estado original conocido para la historia
se originó de ninguna otra manera".
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