Alberdi y algunos simbolismos históricos
Ezequiel Ifrán
Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales (2018). Lic. en Historia.
El célebre historiador
Jan Assmann, especialista en el Antiguo Egipto, nos cuenta en sus obras la
importancia de lo simbólico para entender las sociedades antiguas. Por medio de
los monumentos y celebraciones colectivas los gobernantes impartían su visión
socio política, publicitaban sus acciones, ensalzaban o buscaban borrar de la
memoria colectiva a rivales políticos y dioses. Los actos simbólicos en los
políticos aún hoy siguen vigentes, y como suele suceder estos son en desmedro
de la Libertad.
El 29 de agosto de 1964
en conmemoración del natalicio de Juan Bautista Alberdi se inauguró un
monumento en honor a este. El mismo consistía en una estatua de proporciones considerables
sobre una base en forma de escalinata donde en su interior se diseñaron subsuelos.
Su creador fue Mario Arrigutti. Su ubicación no fue azarosa, fue claramente simbólica,
ya que se erigió en el barrio porteño de Constitución. Alberdi es el padre de
la Constitución Nacional Argentina; aunque en rigor ese barrio lleva el nombre
de Constitución por la ley fundamental del Estado de Buenos Ayres de 1854, ley
inspirada en la Constitución alberdiana.
Nombre del barrio y
ubicación del monumento al prócer (la plaza) es doblemente simbólico ya que
allí firmó la renuncia el tiránico y enemigo político de Alberdi, Juan Manuel
de Rozas, tras ser derrotado en la Batalla de Caseros en 1852 para luego
exiliarse en Inglaterra. Allí en la Plaza también tuvo asiento una guarnición militar
rosista. Símbolos de libertad política se nombraron y levantaron donde firmó su
derrota el tirano y enemigo de la constitucionalidad.
Con el devenir del
tiempo el país sufrió modificaciones en su Constitución Nacional (hasta hubo
una Constitución peronista), el deterioro institucional no solo se sentiría en
el papel de la carta magna sino también cuasi simbólicamente en el barrio que
lleva su nombre.
Constitución se fue
convirtiendo así en uno de los lugares más peligrosos de la ciudad de Buenos
Aires. Hoy allí el robo y el hurto es moneda corriente, jóvenes y niños
vagabundean como zombis por el efecto de las drogas. Prostitución de todo tipo
y locales clandestinos aquejan a los vecinos, y el personal de limpieza parece
no alcanzar para la suciedad del barrio.
Constitución (papel y
barrio) se fueron degradando por la desidia.
Para fines del siglo XX
mediante proyecto de ley se dispuso que el monumento a Alberdi fuera sede de un
centro cultural y de una biblioteca donde se estudiaría y trabajaría el ideal alberdiano,
en el subsuelo del mismo. El proyecto no prosperó y el subsuelo solo sirvió
para covacha de los elementos de limpieza de los barrenderos del gobierno
porteño. Al Estado poco y nada le interesó rescatar a Alberdi y lo que él
significa, nuevamente simbólicamente mostraba su pensamiento.
El actual gobierno
redobla la apuesta. Los Próceres nacionales (de todo tipo gusten o no) están
siendo borrados de los billetes argentinos y reemplazados por animales de la
fauna autóctona. Las desagradables palabras del Funcionario Público Marcos Peña
sobre este asunto muestran el significado simbólico de esta decisión. El Estado
dando nuevamente cátedra de Historia. Es así como este gobierno en un enorme
“esfuerzo” de modernización refaccionó la fachada de Plaza Constitución, y en
su lavada de cara nuevamente mostró su pensamiento simbólico. El monumento a
Alberdi fue degradado: Su estatua fue corrida a una de las esquinas de la
Plaza, a un costado, sin ningún tipo de mantenimiento, apenas es legible su
nombre para que las nuevas generaciones sepan quién es el del monolito. Su gran
base, la que iba a ser sede del pensamiento liberal, fue sacada y en su lugar
se entronó una gran cartelera electrónica donde las veinticuatro horas del día
se publicitan todas las bondades del Estado porteño; es paradójico que quien
habló de los peligros de un Estado grande, en su memorándum se ubique un
elemento de propaganda gubernamental, es todo un símbolo de nuestros tiempos.
Parece, salvando
distancias, que el trabajo de Assmann sobre los Estados faraónicos bien podría
caber por estas tierras, donde gobiernos y sus políticas borran simbólicamente
los pensamientos que afectarían sus intereses y posiciones, favoreciendo así un
Estado más grande, un lugar peligroso y un sitio para poca Libertad.
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