La mirada en Argentina
Hernán Bonilla
Economista, Director Ejecutivo del Centro de Estudios para el Desarrollo, Académico de Número de la Academia Nacional de Economía de Uruguay y Profesor de Economía y Sociedad Uruguaya de la Universidad ORT.


La situación allende el Plata se ha venido complicando en los últimos meses, y con especial crudeza a fines de agosto. El signo más visible es el aumento del tipo de cambio que acumula un alza propia de tiempos de devaluación y crisis.
El gobierno anunció que habrá recesión en 2018 y todo hace pensar que va a ser mayor al 1% de la proyección oficial.
La salida en falso del miércoles con un mensaje presidencial de menos de 2 minutos en que habló del adelanto de desembolsos del préstamo del Fondo Monetario Internacional cuando aún no estaba acordado, terminó siendo contraproducente. El ministro Nicolás Dujovne intentó acomodar la situación con nuevas declaraciones por la noche, pero el amanecer del jueves demostró que el nerviosismo en los mercados no se había disipado.
El Banco Central anunció un nuevo incremento de la tasa de interés de referencia desde el 45% al 60% buscando medidas de corto plazo que ayuden a controlar el dólar, pero parece resultar estéril pese a la magnitud de la medida. Las próximas horas van a deparar novedades y dada la velocidad que ha adquirido la situación en estos días es esperable que se den anuncios importantes en cuanto al problema de fondo, que es fiscal. A partir de allí todo dependerá de la credibilidad que tenga el plan y que la velocidad de la realidad no sea mayor que la del ajuste.
La situación que atraviesa Argentina tiene su origen en un déficit fiscal elevado que el gobierno de Mauricio Macri, por cierto, heredó, pero que no supo controlar a tiempo. Desde que el contexto internacional se tornó más adverso para la región, una economía como la argentina, expuesta a desequilibrios fiscal, monetario y comercial de magnitud, estaba expuesta a un riesgo difícil de sobrellevar.
El principal error de Macri estuvo en el mal llamado gradualismo que, ahora es evidente, fue demasiado lento para desactivar la bomba de tiempo que le dejó —no al gobierno de Cambiemos, sino a la Argentina— el kirchnerismo. La herencia pesa, por cierto, pero dos años después de haber asumido no puede servir de excusa. La suba de las tarifas era necesaria, pero faltó la reducción del gasto público, que hubiera permitido tener las cuentas en orden en un esquema que realmente hubiera sido gradualista.
En definitiva, la apuesta contra el tiempo salió mal y hoy salta a la vista lo que en algún momento necesariamente iba a quedar expuesto. Un país no puede vivir por encima de sus posibilidades por tiempo indefinido. La lección conviene tenerla presente en Uruguay cuando aún el panorama es calmo, pero acumulamos desde 2006 un crecimiento de los ingresos públicos de 70% mientras el gasto subió 90% en términos reales. Además, hay una deuda creciendo en términos absolutos y con relación al producto, atraso cambiario y serios problemas de competitividad que están complicando a empresarios y trabajadores.
Por Argentina, ese gran país que merece un destino mejor, y por los impactos que golpearían a Uruguay, ojalá esta situación se resuelva bien y sea solo un mal momento y no una nueva crisis. Y por este lado del Plata, ojalá sepamos sacar las conclusiones correctas de esta nueva tormenta para entender que no podemos esperar a 2020 para bajar el déficit fiscal y superar los importantes problemas de la coyuntura.


Este artículo fue publicado originalmente en El País (Uruguay) el 31 de agosto de 2018 y en Cato Institute.
 

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