Sin reformas estructurales, fracasan las medidas financieras
Antonio Margariti
Asesor Económico de la Bolsa de Comercio de Rosario y autor
del libro “Impuestos y pobreza. Un cambio copernicano en el sistema impositivo
para que todos podamos vivir dignamente”, editado por la Fundación Libertad de
Rosario.
Recientemente,
el Director del Consejo Económico de la Casa Blanca, Larry Kudlow en una entrevista de Fox News manifestó que “la única manera para salir del caos inflacionario
y monetario de Argentina, consiste en dolarizar la economía y cerrar el Banco
Central”. A esa contundente opinión
se sumó el análisis del economista Steve
Hanke quien advirtió que si no hacemos bien las cosas, “Argentina está a las puertas de otra hiperinflación que podría llegar
al 122% anual”.
Estos
son los aspectos discursivos. Pero en el plano realista se produce la persistente
demanda de dólares por millones de
ciudadanos que los compran porque han perdido toda confianza en el valor del peso
emitido por el Banco Central y se refugian en la divisa americana como único
medio para conservar sus ahorros.
La
mesa de dinero instrumentada por “Toto” Caputo en el Banco Central está
acorralada. Una abrumadora mayoría de operadores, de todas las clases sociales,
rechazan demandar pesos. Por eso la ininterrumpida corrida cambiaria. En estas
condiciones al Banco Central sólo le resta seguir perdiendo las reservas de
divisas que, angustiosamente, pide prestadas al FMI. El organismo internacional, por ahora, desconfía en dárselas.
El
conjunto de la clase política parece no
darse cuenta de que hay un clamoroso reclamo de la sociedad argentina. El
pueblo culto e ilustrado, los está interpelando. Son aquellos que trabajan
honestamente, cumplen con las leyes, pagan impuestos, sostienen el
asistencialismo, pero se ven sometido a ultrajantes regulaciones y
salvajes cortes de rutas.
No
aguanta más el mantenimiento de un régimen económico embustero, depredador,
intervencionista, corporativo y asistencialista
que destruye las esperanzas individuales, desalienta la búsqueda de
trabajo, incrementa la pobreza, promueve
el conflicto social y genera una permanente decadencia.
Ahora
ha caído el velo de la ignorancia. Deben hacer el ajuste del Estado, reduciendo
el gasto y rebajando impuestos para que no haya tanta indigencia. Pero no
quieren hacerlo. La clase política no puede ocultar su miserable avidez por
apoderarse del dinero de los contribuyentes y dominarlos con la amenaza de
aplicarles leyes tributarias, injustas y expoliadoras.
Si,
como ocurrió en la reunión con gobernadores, insisten en aumentar impuestos, mantener retenciones a la exportación e
imponer una impagable tasa de interés, no habrá ninguna medida financiera o
monetaria con posibilidad de éxito. Pronto, estarán impelidos a llegar a un
acuerdo para producir un cambio de 180°
en la organización económica. Tendrán que pensar y decidir sobre
profundas reformas estructurales: reducción del gasto público, reformar el
Estado, simplificar leyes, terminar con juicios laborales injuriosos, cambiar
el sistema impositivo, ajustar el régimen jubilatorio, eliminar el aparato regulador
del dirigismo y cambiar a fondo el sistema
educativo concentrado en manos de ideólogos y políticos.
Si
quiere redimirse, la actual clase política -frívola y desaprensiva- deberá liberarnos de la estructura legal
proteccionista, estatista y corporativa instalada en el país hace 72 años
mediante 16.298 decretos-leyes, dictados en 4 meses y reconvertidos mediante una única Ley 12.921.
A partir de allí comenzó la “Nueva Argentina”
que tergiversó los principios generales del derecho y alienó la sensatez
económica, constituyéndose en la máquina de impedir, porque convirtió una
multitud de abusos y perversiones en
derechos adquiridos.
Desde
la instauración de la democracia en 1983, hemos pasado de fracaso en fracaso.
Alfonsín (1983-89) arrancó con un plan Austral donde 1 u$s valía 0,85 ₳
y terminó seis años después con 1 u$s a 723 ₳.
Carlos Menem (1989-1991) lo suplantó antes
de tiempo y en 3 años con los Planes Bunge & Born, Bonex y Erman subió el
dólar de 723 ₳ a 10.000 ₳.
La convertibilidad produjo un largo período de estabilidad. Durante 10 años (1991-2001)
el dólar se mantuvo en 1 $, mientras la
política seguía endeudándose alegremente en dólares para bancar el gasto
público. Luego, en 12 años, Néstor y
Cristina Kirchner (2003-2015) gozando del fantástico viento de cola y con máxima
expansión en los precios de la soja, llevaron
el dólar de 2,94 $ a 12,94 $, pese a que tuvieron quita de la deuda, larga moratoria,
cupones CER y PBI adulterados, estadísticas
falseadas y cepo cambiario. Finalmente Mauricio Macri con su desafortunado
y pragmático gradualismo keynesiano terminó elevando el dólar a 40,50
$. Excepto en el período de Cavallo como
ministro de economía, la moneda argentina fue degradada por gobiernos
democráticos. Durante 35 años, 1 u$s pasó de valer 0,85 ₳ a costar 405.000 ₳, que es lo que hoy se
cotizaría en esa moneda desaparecida.
Domingo
Cavallo, calificado testigo de éxitos y fracasos, fue el único hombre público que supo
interpretar la necesidad de cambiar la naturaleza política del peso argentino (1949)
por unas reglas monetarias claras, precisas y estables. Entre 1991 y 2001 consiguió
dominar la inflación hasta que el endeudamiento externo para la re-reelección de
Menem y el gasto público provincial hicieron
estallar el rígido sistema de tipo de cambio fijo que intentó mantener De la
Rúa. Resulta extraño y propio de un prejuicioso resentimiento, que ningún
gobierno haya prestado atención a lo que Cavallo escribió en recientes libros. (*)
(**)
«Si
el plan de estabilización con reforma monetaria inicial tiene éxito en reducir
la inflación, pero el gobierno no aprovecha el poder político reforzado y el
apoyo popular para llevar a cabo las reformas estructurales
indispensables, los resultados se van a evaporar rápidamente y sucederá lo mismo que pasó
con el Plan Austral».(*)
«Si
no introduce un gran cambio en la organización económica de la Argentina y
continúa con las políticas del gobierno de Cristina Kirchner, es muy probable
que, antes de las elecciones de 2019, la gente comience a temer una explosión
inflacionaria y se pase violentamente al dólar. Con semejantes resultados el
nuevo gobierno perderá esas elecciones y, con un poder debilitado, podrá
aparecer el horizonte una nueva hiperinflación». (*)
«Algo
parecido ocurrirá si, aun anunciando un giro importante en la organización
económica, decide no llevar a cabo una reforma monetaria que quiebre de
cuajo la inercia inflacionaria y, en cambio, aplica una política monetarista
basada en muy altas tasas reales de interés. Estará reeditando la política de estabilización del gobierno
militar entre 1977-1980. Perderá el poder político y la posibilidad de
resolver los problemas heredados de la
gestión anterior».(*)
En todo
esto, podemos estar seguros de una cosa. Pese a la simpatía que le prodiga Christine Lagarde a Mauricio Macri y el
apoyo incondicional del FMI, las buenas o malas medidas financieras que
pueda tomar el gobierno, serán un rotundo fracaso si no comienza a preparar, con la oposición
política sensata y con economistas de excelencia, una profunda Reforma
Estructural de la economía argentina.
Tempus fugit (el
tiempo huye) decía hace 2093 años, Virgilio el gran poeta latino. No nos queda mucho tiempo para hacerlo.
______________
(*) Domingo F. Cavallo: Camino a la estabilidad,
Bs.As. 2014
(**) Domingo F. Cavallo & Sonia Cavallo Runde:
Historia económica de Argentina, Bs.As.2018
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