Fetichismo por la gasolina en Venezuela
César Yegres Guarache
Economista. MSc en Finanzas. Profesor universitario. Director Ejecutivo
de la Cámara de Comercio de Cumaná. Mención especial, Concurso Internacional de
Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de su Nacimiento
(1810-2010), organizado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
@YegresGuarache / cyegres@udo.edu.ve
Uno de los tópicos más emblemáticos de la
colosal irresponsabilidad de la dirigencia política venezolana de las últimas
décadas ha sido el del precio interno de los combustibles. De algún modo, se
transmitió a la población el mensaje de un supuesto derecho adquirido de
consumir combustibles baratos por ser un país petrolero. En efecto, podría
argumentarse que la posesión de cuantiosos haberes de hidrocarburos y una
industria petrolera consolidada (y sus consecuentes economías de escala) además
de una política tributaria interna específica favorecen a esa reducción de
precios relativa respecto a naciones que carecen de ellas. De hecho, en casi
ningún país petrolero se venden los combustibles a precios superiores a la
media internacional.
Sin embargo, la explotación de tales
ventajas comparativas se ha llevado al absurdo en Venezuela y desde hace varios
años el precio interno de la gasolina es el más barato del mundo, ocasionando
brutales consecuencias como un excesivo consumo, contaminación ambiental, tráfico
automotor, deterioro de la infraestructura vial y de las estaciones de
servicio, desestímulos para fuentes energéticas alternativas, pérdidas
contables y económicas para la industria petrolera y la nación toda,
distorsiones de precios relativos e incentivos para el arbitraje y el
contrabando.
Este fenómeno no es nuevo en Venezuela,
pero indudablemente ha llegado al paroxismo con los gobiernos de Chávez y
Maduro desde 1999, con el agravante de la destrucción operativa y financiera de
Petróleos de Venezuela, S.A. (Pdvsa). Parte del anecdotario que sirve para la
inepta narrativa oficial ha sido la de catalogar a los sucesos del 27 y 28 de
febrero de 1989 (una revuelta masiva de disturbios que se iniciaron en Caracas,
el “Caracazo”, y se extendieron a varias ciudades del país, con un saldo
trágico de pérdidas humanas y materiales) como consecuencia directa del
incremento del precio de la gasolina que se aplicó entonces, cuando los
análisis permiten concluir que hubo allí muchos factores que se conjugaron y no
han vuelto a repetirse.
Chávez arribó al poder en febrero de 1999
y nunca modificó el precio de venta al público de la gasolina -fue una de sus
promesas de campaña electoral- a pesar de que en sus 14 años de gobierno la
tasa de inflación acumulada fue de 1500%. Maduro, por su parte, ha subido ese
precio únicamente en febrero de 2016, pero no ha servido de mucho en un
escenario de hiperinflación, donde el índice de precios al consumidor se ha multiplicado
por un factor de 77.400 en sus 5 años y medio en el poder.
Al momento de escribir estas líneas la
situación que justifica otro incremento no podía ser más desoladora. Con el
precio vigente, Pdvsa le entrega de forma gratuita el combustible a las
estaciones de servicio y dinero para que éstas puedan pagarle a su personal y
venderle al público al precio subsidiado. Eso que se paga finalmente al surtir
el vehículo es absolutamente irrisorio: una botella de refresco (bebida
gaseosa) de 2 litros en bolívares equivale a 3 millones de litros del más alto
octanaje. Sí, son 3 millones de litros.
Venezuela está a las puertas de otro
incremento del precio de la gasolina, pero todo apunta que se hará con un
diseño ineficiente, sin considerar las recomendaciones de organismos
multilaterales ni las experiencias favorables de otras naciones petroleras. A
partir del 24 de septiembre pretende aplicarse en las estaciones de servicio un
sistema automatizado de cobro, a manera de prueba piloto, como preámbulo a las
nuevas condiciones de venta. Hay muchos
rumores y la confusión entre los consumidores venezolanos es general. No se
conocen los nuevos precios, si habrá alguna limitación para la compra ni las
modalidades de pago, en un país donde escasea hasta el dinero en efectivo. Lo
único cierto son los mensajes públicos que señalan la inminencia del ajuste del
precio, la necesidad de acabar con el contrabando y una posible discriminación
en cantidad y precio para algunos consumidores, mediante el denominado “carnet
de la patria” (un instrumento de identificación ciudadana, paralelo a la
oficial cédula de identidad, que el Gobierno dice emplear con fines de
facilitar la entrega de subsidios y diversos planes sociales, pero que ha sido denunciado
por la oposición como un mecanismo de chantaje y control social). Ya vemos que este fetiche es como la energía
misma: sólo se transforma.
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