Romer y Nordhaus: merecidos ganadores del Premio Nobel
Marian Tupy
Editor de HumanProgress.org y analista de políticas públicas del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global. 


Este mes William Nordhaus y Paul Romer recibieron el Premio Nobel de Economía. Nordhaus, el Profesor Sterling de Economía de la Universidad Yale, es mejor conocido por su trabajo en la realización de modelos económicos y acerca del cambio climático. Romer, que da clases en la Universidad de Nueva York, es un pionero por su teoría de crecimiento endógeno, la cual sostiene que la inversión en el capital humano, la innovación y el conocimiento son contribuyentes significativos al crecimiento económico.
El trabajo de estos dos economistas estadounidenses es vital para mostrar la forma en que las personas subestiman el progreso que la humanidad ya ha logrado y la probabilidad de que este continuará en el futuro.
En su estudio de 1996, “¿Las medidas de producción real y salario real capturan la realidad? La historia de la iluminación sugiere que no”, Nordhaus analizó la economía de la iluminación. El fuego al aire libre, señaló, producía tan solo 0,00235 lumen por watt (un lumen es una medida de qué tan visible es la luz emitida por una fuente). Los lumen por watt se refieren a la eficiencia energética de la iluminación. Un foco incandescente convencional de 60 watt, por ejemplo, produce 860 lumen.
Una lámpara de sésamo podía producir 0,0597 lumen por watt; una vela de cebo 0,1009 lumen; el aceite de ballena 0,1346 lumen y una antigua lámpara de gas de ciudad 0,2464 lumen. Una lámpara de filamento eléctrico, que fue lanzada en 1883, alcanzó unos increíbles 2,6 lumen por watt y, debido a las subsecuentes mejoras tecnológicas, logró producir unos sorprendentes 14,1667 lumen para 1990. Pero eso es un logro pequeño comparado con el foco fluorescente y compacto, que produjo 68,2778 lumen por watt cuando fue lanzado en 1992.
Acompañando estas impresionantes mejoras en la eficiencia de la iluminación vimos el colapso de su precio, tanto en términos absolutos como en términos del trabajo humano. Nordhaus estima que el precio de la luz por cada 1.000 lumen era de $785 en 1800. Para 1992 ese precio había caído a 23 centavos (ambas figuras se encuentran en dólares de 2018). Eso implica una reducción de 99,97 por ciento. Hoy, el costo monetario de la luz por cada 1.000 lumen es algo inconsecuente.
Ahora, considere el precio de la iluminación desde la perspectiva del trabajo humano. Antes de larevolución Neolítica, que acabó con nuestro pasado nómada y convirtió a nuestra especie en una especia agrícola, se requerían más de 50 horas de trabajo (en gran parte reuniendo madera) para “comprar” 1.000 horas lumen de luz. Para 1800, esto requería de 5,4 horas.
Para 1990, se requería 0.22 horas. Para 1992, 1.000 horas lumen requería de 0,00012 horas de trabajo humano. Como Tyler Cowen de la Universidad de George Mason señaló, Nordhaus descubrió que “las cifras del PIB subestiman el verdadero grado del crecimiento, y [mostraron] que el precio relativo de llevar la luz a los humanos ha caído más rápido que lo que las cifras del crecimiento del PIB por sí solas podrían indicar”.
Dicho de otra forma, el cambio tecnológico, que no está totalmente capturada en las cifras del PIB, nos hacen subestimar el tremendo avance en la calidad de vida en relación a aquella de nuestros ancestros. ¿Puede ser mantenido este avance e incluso, mejorado? Allí es cuando Romer entra en la escena.
Muchas personas se preocupan de que estos mejores estándares de vida no sean sostenibles. Temen que el crecimiento económico conducirá al agotamiento de los recursos naturales y al colapso de la civilización. Justo el año pasado, el profesor de biología de la Universidad de Stanford Paul R. Ehrlich dijo que “No se puede seguir creciendo para siempre en un planeta finito. El problema más grande que enfrentamos es la continua expansión de la empresa humana ... El crecimiento perpetuo es el credo de una célula cancerosa”.
Es cierto que la tierra es un sistema cerrado. Algún día, puede que seamos capaces de reabastecer nuestros recursos del espacio, por ejemplo, arrastrando hacia la tierra un asteroide rico en minerales. Mientras tanto, tenemos que hacer lo que podamos con los recursos que tenemos. Pero, ¿qué es lo que tenemos exactamente?
Según Romer, no conocemos el alcance completo de nuestros recursos. Eso es porque lo que importa no es el número total de átomos en la tierra, sino las maneras infinitas en que esos átomos pueden ser combinados y re-combinados. Como lo dijo en su artículo de 2015 titulado “Economic Growth”:
“Cada generación ha percibido los límites al crecimiento que los recursos finitos y los efectos secundarios no deseados representan si no se descubriesen nuevas recetas o ideas. Y cada generación ha subestimado el potencial de encontrar nuevas recetas e ideas. Consistentemente fallamos en comprender cuántas ideas esperan por ser descubiertas.
La dificultad es la misma que tenemos con los cálculos. Las posibilidades no se suman. Se multiplican... Para tener una idea de cuánto espacio hay para más de estos descubrimientos, podemos calcular de la manera descrita a continuación. La tabla periódica contiene alrededor de cientos de diferentes tipos de átomos. Si una receta es simplemente una indicación de si un elemento está incluido o no, habrán 100 x 99 x 98 x 97 recetas, lo que es más de 94 millones. Con hasta cinco elementos, más de 9 mil millones. Los matemáticos llaman a este aumento en el número de combinaciones ‘explosión combinatoria’.
Una vez que llega a 10 elementos, hay más recetas que segundos desde que el Big Bang creó el universo. Conforme avanza, se vuelve obvio que han habido muy pocas personas en la tierra y demasiado poco tiempo desde que aparecimos, para que nosotros hayamos ensayado más que una minúscula fracción de todas las posibilidades”.
Por lo tanto, descifrar la disponibilidad de recursos no se trata acerca de medir la cantidad de recursos, como lo hacen los ingenieros. Se trata de mirar a los precios de los recursos, como los economistas lo hacen. En una economía competitiva, el conocimiento de la humanidad acerca del valor de algo suele estar reflejado en su precio. Conforme nueva información aparece, los precios cambian en torno a esta.
Nordhaus demostró que el precio de la iluminación colapsó como resultado de la innovación. Romer mostró que el potencial humano para innovar es infinito. Los dos hombres son apóstoles del progreso humano y son muy merecedores del premio más importante que se puede otorgar dentro de la disciplina de economía.


Este artículo fue publicado originalmente en Human Progress (EE.UU.) el 9 de octubre de 2018 y en Cato Institute.
 

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