El hablador
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El jefe de Gabinete habrá asegurado que no iba a hacer anuncios grandilocuentes pero de lo que no caben dudas es que él es grandilocuente. En la inauguración de una costumbre que hasta podría calificarse de saludable -el hablar con los periodistas- el viernes por la mañana comentó algunas cuestiones que tienen que ver con lo que será la agenda de ahora en más.

Por empezar dijo que el gobierno tiene 200 metas que se ha propuesto cumplir. Uno no sabe bien si está en los albores de una especie de “plan quinquenal” (que en este caso sería “bienal”) o si lo que Capitanich pretende es inaugurar una ensalada de cuestiones en la que todo se mezcla de manera tal que nadie entienda nada.

El gobernador del Chaco en uso de licencia insistió con la idea de profundizar lo que se viene haciendo y no caben dudas de que está en esa línea porque habiendo podido inaugurar un período de apertura siguió refugiándose en los lugares en los que el gobierno ya lo venía haciendo. Así, por ejemplo ha llamado a reuniones de gremios y empresarios amigos, pero sigue excluyendo al campo y a los gremios críticos.

En materia cambiaría, adelantó el establecimiento de un impuesto a la compra de bienes suntuarios, seguramente para desalentar el uso de divisas para esos fines, pero no delineó una política sistémica respecto del dólar y de su tasa de cambio. No hay indicios aún sobre si esos impuestos alcanzarán a los viajes, a las compras con tarjetas en el exterior o al uso online de éstas.

Insistió con un tratamiento de la inflación desde el lado de los costos, volviendo a remarcar lo que a su juicio son distorsiones en la cadena de valor, pero sin mencionar una palabra sobre el océano de pesos en el que flotamos. En una palabra, el jefe de Gabinete declara al Estado inocente de toda culpa inflacionaria y cree que el aumento de los precios se debe a que algunos vivos se queda con lo que no les corresponde en algún punto del camino que él define como la matriz “insumo-producto”. Como se ve tampoco hay demasiados cambios ni sorpresas en esta concepción como mínimo anticuada de la economía.

No llegó a decir lo que alguna vez afirmó Kicillof -que el comunismo había fracasado porque en la época de los soviets no existía el “Excel”- pero le faltó poco. Obviamente a Kicillof habría que preguntarle por qué, si el marxismo daba origen a un sistema de vida tan genial, no inventó el Excel 60 años antes que Bill Gates, pero bueno eso será materia de otra discusión. Lo cierto es que el dúo Capitanich-Kicillof cree que si alguna “variación de precios” existe, se debe a que no están bien aceitados los controles sobre la cadena de valor (a la que habrá que someter a la fiscalización de los nuevos burócratas de la planificación central) y no a que el peso vale cada vez menos porque se imprime cada vez más.

Como consecuencia del teorema de la teoría del valor (“el valor de una cosa es inversamente proporcional a su cantidad”) la moneda argentina puede adquirir cada vez menos bienes con las mismas unidades porque esas unidades (por su abundancia) cada vez valen menos. En consecuencia hay que agregar más unidades para comprar lo que antes se compraba con menos. Esta es la inflación. Por supuesto que, desatado el incendio, puede haber vivos que se aprovechen, pero la mecha del problema no son los vivos, sino la emisión.

De la emisión el único responsable es el Estado, al comando del cual parece estar ahora el nuevo jefe de gabinete. Atacar a los vivos no solucionará el problema porque sería como ponerse a arreglar los cuadros de una pared cuando la casa se incendia. Pero siempre es mejor encontrar un culpable en el sector privado que en el Estado. Como se ve, aquí también hay más de lo mismo.

El gobierno tiene un déficit de 80 mil millones de pesos porque gasta más de lo que recauda. Financia ese déficit con emisión, es decir le pasa el problema a la gente, vía inflación y presión cambiaria. Y por lo que se ve, más allá del intrincado lenguaje que Capitanich use para explicarlo, no parece que vaya a haber cambios en esos frentes.

El jefe de Gabinete no parece estar preguntándose por qué la gente de repente comenzó a comprar autos de lujo o paquetes turísticos. Sólo parece inclinado a reprimir esas conductas pero no a tomar medidas que solucionen el origen del problema. En ese sentido, claro está, también comparte la visión persecutoria de Kicillof que como buen marxista se mueve por el principio de “orden-obediencia-sanción”.

Para el nuevo dúo dinámico el problema del control es que no ha sido suficiente el que se ejerció hasta aquí. Habrá que bajar y meterse aún más en la vida privada de los ciudadanos para que las cosas se arreglen.

En el otro capítulo que más preocupa a la sociedad -la seguridad ciudadana-, Capitanich también pareció hacer un enorme “oleeee”: dijo que ese es un problema de las jurisdicciones provinciales y que no está de acuerdo con bajar la edad de imputabilidad como había propuesto Martín Insaurralde -hoy en St. Barths junto a Jessica Cirio- en la campaña.

En lo que sí puede considerarse una sorpresa, Capitanich confirmó que la ley de responsabilidad del Estado y la reforma y unificación de los códigos civil y comercial pasan al año 2014.

Se trata no sólo de un cambio en el tiempo sino del sentido de la urgencia con la que hasta ahora el gobierno y sus bloques legislativos habían manejado el asunto. De repente todas las “explicaciones” que se habían dado para justificar el apuro han caído y lo que debía sacarse por un trámite “express” ha pasado a la agenda legislativa del año que viene.

El jefe de gabinete no dio su opinión sobre el fondo de esas materias (sobre que le parece  que de ahora en más el Estado no deba reparar los daños que le cause a los ciudadanos privados, que los derechos individuales queden supeditados a lo que se llama “derechos de incidencia colectiva” o a que quien contrajo una deuda en moneda extranjera pueda cancelarla en pesos al tipo de cambio oficial) pero desde ya que la sola postergación de la aprobación de esta megarreforma es una señal sugestiva que no puede soslayarse.

Más allá de eso no caben dudas que estamos frente a un proceso de profundización de un modelo estatista, colectivista, restrictivo de derechos civiles, que se inmiscuye cada día más en la vida de todos nosotros, que nos asfixia con impuestos y que pronto se declarará inmune frente a nuestros reclamos. No hay nada nuevo bajo el sol, sólo la aparición de un nuevo personaje con ambición presidencial que se ha presentado ante todos con una catarata de palabras difíciles detrás de la que seguramente pretende ocultar una realidad que pronto le pesará sobre sus propios hombros.exe
 

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