El Simon Bolivar de William Ospina
Carlos Goedder
Carlos Goedder es el seudónimo de un escritor venezolano nacido en Caracas, Venezuela, en 1975. El heterónimo de Carlos Goedder fue alumbrado en 1999 (un juego de palabras con el nombre de pila correspondiente al autor y el apellido de Goethe, a quien leyó con fruición en ese año. La combinación de nombre algo debe también a la del director orquestal Carlos Kleiber).


A Esperanza Rodríguez de Calderín, in memoriam
El escritor colombiano William Ospina tiene entre sus publicaciones un formidable y distinto ensayo biográfico sobre El Libertador, En Busca de Bolívar
 William Ospina (nacido en 1954) es uno de los mejores escritores contemporáneos colombianos – muchos creen que la literatura colombiana empieza y termina en el nobel García Márquez -. Entre sus obras ha cobrado bastante popularidad una trilogía sobre la conquista española del Amazonas, integrada por Ursúa, El País de la Canela y La Serpiente sin Ojos.  En esta oportunidad abordo uno de sus ensayos, el cual es sumamente placentero de leer: En Busca de Bolívar (Norma, 2010). Desafortunadamente la Editorial Norma, la cual publicó este trabajo, atraviesa por un cambio en su línea de negocio y se ha especializado en literatura juvenil, apenas manteniendo la obra de García Márquez como la única excepción a este segmento (y con una comercialización poco afortunada entre librerías pequeñas). De allí que este ensayo de Ospina esté descontinuado y sea preciso recurrir a librerías que venden textos usados para cazarlo o a algún librero que, como fue mi caso, sea capaz de rastrear este tipo de libros y venderlo a un precio que refleja ese esfuerzo. En suma: ojalá Norma atraviese mejor hora y ojalá esta reseña motive a colocarse en este ensayo.
En Busca de Bolívar es un texto original en género. No se trata de una biografía de Bolívar. De hecho, es necesario conocer algo sobre los hechos de Bolívar antes de abordarlo, porque la obra menciona hitos en la vida bolivariana, mas nunca se detiene demasiado en su reseña. Este trabajo viene a ser una suerte de ensayo literario sobre Bolívar. Mantiene cierto compromiso biográfico, mas lo que realmente aporta es una reflexión literaria sobre el significado de El Libertador.  Un significado que merece escudriñarse, no sólo por ser el Bicentenario de la Independencia Hispanoamericana, sino por el mal uso que han hecho del nombre y legado de Bolívar, como es el caso actual con ese engendro llamado Revolución Bolivariana en Venezuela y que con Chávez y ahora mediante Maduro, están escribiendo el epitafio de la democracia venezolana.
Uno de los aspectos más destacables es la razón que movió esta Independencia de España, iniciada en 1810 cuando Napoleón invadió España y culminada en los Andes Peruanos, con Ayacucho, en 1824. Cuando analiza los motivos de la generación que emprendió esa sacrificada lucha, Ospina considera: “Su lucha contra España se dio porque sentían que España no era suficientemente europea, suficientemente moderna.” (183) De hecho, España apenas había investigado los recursos de sus colonias, salvo para la extracción minera. El primero que exploró como geógrafo estas latitudes hispanoamericanas fue el alemán Alexander von Humboldt (1764-1854), quien no pudo menos que sorprenderse ante la ausencia de expediciones previas para investigar la naturaleza americana, siendo una excepción destacable el Virreinato de la Nueva Granada con el trabajo del gran botánico (nacido en Cádiz, España) José Celestino Mutis (1732-1808). Teniendo esto en cuenta, Ospina señala: “Si algo le reveló a Bolívar el viaje ilustrado de Alejandro de Humboldt fue la ignorancia del absolutismo español, su falta de conciencia del bravo mundo nuevo que tenía en sus manos y que mientras permaneciera en ellas, no extraería jamás el zumo mágico de esa bravura y de esa novedad”.(164).  
Esta línea de pensamiento, apoyada por Ospina, según la cual Bolívar y su generación se enfrentaron al absolutismo español y no a España, está reflejada en estas líneas del mismísimo Simón Rodríguez, maestro de Bolívar, quien ya señalaba en 1830, en su Defensa de Bolívar (en la sección “Mérito de la Defensa”): “Bolívar no vio, en la dependencia de España, oprobio ni vergüenza, como veía el vulgo; sino un obstáculo a los progresos de la sociedad de su país”. Ospina no hace un trabajo de historia y no cita este tipo de evidencias, si bien su trabajo contiene un poder reflexivo que indudablemente esté apoyado en cuidadosas lecturas sobre Bolívar. El mismo Libertador, en su Carta de Jamaica de 1815, da sustrato a esta interpretación. En ella señala: “… Toda la Europa no es España. ¡Qué demencia la de nuestra enemiga, pretender reconquistar la América, sin marina, sin tesoro y casi sin soldados! Pues los que tiene, apenas son bastantes para retener a su propio pueblo en una violenta obediencia y defenderse de sus vecinos. Por otra parte, ¿podrá esta nación hacer el comercio exclusivo de la mitad del  mundo, sin manufacturas, sin producciones territoriales, sin artes, sin ciencias, sin política?”  Si hay un documento en el catálogo publicado por Bolívar que exponga claramente que la Independencia fue una apuesta por la modernización de América, es este documento que Bolívar escribió en el exilio, tras perderse la Segunda República Venezolana en 1814. Allí señala: “El hábito de la obediencia; un comercio de intereses, de luces, de religión, una recíproca benevolencia; una tierna solicitud por la cuna y la gloria de nuestros padres; en fin, todo lo que formaba nuestra esperanza, nos venía de España. Al presente sucede lo contrario: la muerte, el deshonor, cuanto es nocivo, nos amenaza y tememos; todo lo sufrimos de esa desnaturalizada madrastra.”  
Si algo refleja el desgraciado estado institucional de España en 1815, es este episodio que evoca Ospina con acierto. En 1815 el monarca español Fernando VII, restablecido en el trono, envía una expedición militar contra la América en rebelión. La encabezó Pablo Morillo (1775-1837), militar que se había distinguido en la guerra de guerrillas contra Napoleón y recibió elogio del propio Wellington. Este general invadió Nueva Granada desde Cartagena (la cual resistió el asedio hasta rendirse trágicamente) y se dirigió a la capital, Bogotá. Allí inició una matanza de todos los intelectuales y gente ilustrada que habían promovido la independencia. Alguien se atrevió a señalarle la relevancia de los ejecutados y la respuesta de Morillo, que anticipa el franquismo en más de un siglo fue esta: “España no necesita sabios” (p. 189). Esta respuesta de un líder en la resistencia a la invasión francesa revela algo acre: más que amor a la libertad, lo que movió a los españoles a expulsar las tropas napoleónicas, que traían las instituciones de la Ilustración, fue el ansia por volver al absolutismo. Si algo explica la caída del Imperio Español fue el pésimo gobierno de Carlos IV (1748-1819) y Fernando VII (1784-1833). En el catálogo de reyes españoles, estos dos nombres son de los más trágicos causantes de miseria en la historia de esta nación tan sufrida institucionalmente como fruto del absolutismo monárquico, la Inquisición (restablecida por Fernando VII) y el desprecio tanto por el trabajo como por las ciencias que ya denunciaba la literatura vigente bajo el Siglo de Oro. La dura reflexión de Ospina sobre el destino del mundo de habla hispana tras la Independencia es esta: “…América se quedó con la independencia y España se quedó con el absolutismo, que España se quedó con el despojo y nosotros nos quedamos con el olvido.” (p. 168). Efectivamente, el absolutismo y las dictaduras serían constantes en las empobrecidas España e Hispanoamérica. En España este estado de cosas no revertiría hasta la muerte de Franco en 1975 y la Transición culminada en 1978. En América Hispana el proceso aún no se completa, como amargamente recuerdan Venezuela o Argentina.
Ospina considera la biografía de Bolívar con varios aciertos. Lo primero es recordar sus fuentes de inspiración: “A Bolívar le enseñaron su camino un emperador, un sabio y un maestro revolucionario.” (p. 41). El sabio es el ya mencionado Humboldt. Ospina señala: “El mismo Bolívar dijo que Humboldt había visto en tres años en el nuevo continente más de lo que la habían visto los españoles en tres siglos.” (p. 26) – si bien es justicia mencionar que Carlos IV dio el permiso para que Humboldt pasase a América y recomendaciones ante las autoridades coloniales, superando las sospechas de que Humboldt fuese un espía-. El maestro es el ya también señalado Simón Rodríguez (1769-1854), quien fue mentor de Bolívar durante su turbulenta adolescencia de huérfano maltratado por su tutor y luego casi un terapeuta cuando Bolívar se trasladó, ya viudo, a viajar por Europa en 1803. El emperador es el propio Napoleón, cuya coronación en París fue presenciada por Bolívar y también el pase de revista militar que realizó el corso en Milán, en la llanura de Monteschiaro. Bolívar repudiaba que Napoleón se hubiese coronado, mas el fervor popular hacia él impresionó vivamente al joven venezolano: “La integridad moral de Napoleón estaba en duda, pero su gloria era indudable, y el muchacho caraqueño soñaba con una gloria semejante, aunque la prefería conquistada por una causa más noble.” (p. 22)
Un papel inspirador, mas no tan determinante, habría correspondido al Precursor de la Independencia, Francisco de Miranda (1750-1816). La relación entre Bolívar y él fue difícil: Bolívar lo invita a pasar a Venezuela en 1810, le secunda como militar y luego lo somete a prisión cuando Miranda planea emprender el exilio hacia las Antillas, una vez presentada la redición ante España por Miranda y caer con ella la Primera República Venezolana, en julio de 1812. Muchos intelectuales se identifican con Miranda, un personaje ilustrado y el único personaje del que se tenga pruebas que haya participado en las tres grandes revoluciones que alumbraron la Edad Contemporánea: la Independencia de Estados Unidos, la Revolución Francesa y la Independencia Hispanoamericana. Ospina considera que Miranda cometió errores estratégicos al liderar la Independencia Venezolana, al enfocarla con la óptica de un militar europeo. Esto sin olvidar que cuando Miranda se suma a la Independencia de su Venezuela natal es un hombre de 60 años, superando la esperanza de vida de su tiempo en al menos 20 años y estando sin vivir en América Hispana por casi cuarenta años De alguna manera, el Precursor carecía del espíritu de sacrificio y la convicción en el proyecto –sin que esto justifique lo que hizo Bolívar con él-. En alguna medida – esto duele decirlo -, vale para el curioso personaje que fue Miranda esta aseveración de Ospina sobre Bolívar, tras el primer fracaso de las armas venezolanas en 1812: “Ahora Bolívar sabía que la guerra americana más que una guerra sólo contra los españoles, era una guerra contra la falta de fe de los propios americanos, contra las limitadas ambiciones, contra la comodidad de los que quieren la libertad pero no sacrificios, contra la apatía de unas gentes perdidas en grandes paisajes desolados.” (p. 70)  Esta molicie de los americanos sobre la libertad y los grandes ideales, su apego a la política pequeña, a la tradición y las comodidades, le haría decir a Bolívar en relación a los ciudadanos de esa gran nación que construyó con Venezuela, Nueva Granada y Quito: “cada colombiano es un país enemigo.” (p. 107). Una frase llena de significados, en la actualidad, para los países de habla hispana, llenos de separatismos regionales y también inercia por mantener un sistema político extractivo y excluyente.
Otro episodio polémico en la vida de Bolívar es abordado en el ensayo de Ospina: el fusilamiento en 1817 de Manuel Piar, el general que cambió el curso de la guerra independentista el invadir la Guayana Venezolana. Aquí Ospina considera que Piar simplemente careció de olfato o inteligencia política que tuvieron otros caudillos militares independentistas en aceptar que Bolívar era el jefe capaz de liderar la independencia. Ciertamente Piar optó por promover la desobediencia de las castas menos favorecidas contra el alto mando militar liderado por blancos mantuanos como Bolívar, un peligroso camino que ya había exterminado casi un 20% de la población venezolana bajo el liderazgo del español José Tomás Boves (1782-1814). Ospina señala: “Piar, que se había comportado como un necio, después de haber sido uno de los pilares del ejército, seguía confiando en que Bolívar tendría en cuenta sus méritos, y no se daba cuenta de que había cruzado una oscura puerta sin retorno.” (p. 152). La conclusión de Ospina sobre el aciago final del militar venezolano-curazoleño es esta: “El fusilamiento de Piar le recordó a todo el mundo en las tropas que la guerra era de verdad, que la disciplina era impecable y, al parecer, fortaleció el prestigio de Bolívar como jefe, afirmando aún más su poder. Esto es uno de los episodios de la vida de Bolívar que más rechazan sus críticos y que más tienden a olvidar sus adoradores.” (p. 153)
Entre los feroces críticos de Bolívar estuvo nada más y nada menos que Karl Marx (1818-1883). El pensador alemán tuvo que hacer una nota biográfica por encargo sobre Bolívar y vertió contra él toda clase de acusaciones. Ospina lo refiere: “En 1858, con el encargo de escribir una nota biográfica para The New American Cyclopaedia, Karl Marx prodigó de un modo misterioso toda clase de descalificaciones sobre los trabajos y los días de Simón Bolívar. Leer ese texto todavía causa perplejidad…” (p. 157). Marx sólo compiló evidencias en contra de Bolívar y desde allí realizó su reseña, la cual incluso fue desagradable para contemporáneos, señalando Ospina: “El hecho era curioso, y el propio editor de la enciclopedia, Mr. Dana, le reclamó a Marx en su tiempo el haber incurrido en excesos reprochables en el tono mismo en que redactó su artículo, haber perdido el sentido de la objetividad, haber convertido un artículo académico en una invectiva política y en una apasionada descalificación moral.” (p. 159) Sobre esta anécdota, Ospina dice algo bastante afortunado: “El asunto no parece exigir mayor análisis, pero sospecho que algunos graves riesgos de las doctrinas de Marx están como anunciadas en este episodio.” (p. 163). Al considerar que los chavistas en Venezuela han pretendido enlazar al comunismo marxista-leninista con la epopeya libertadora de Bolívar, uno no puede menos que corroborar la ausencia de algo intelectualmente respetable en este oportunista y depredador movimiento político.
Cuando considera los hechos de armas bolivariano, el ensayista colombiano señala algo bastante objetivo: “Bonaparte mandaba ejércitos de 250.000 hombres: mientras que en estas batallas nunca hubo más de diez mil en cada bando, y a menudo eran sólo mil quinientos o dos mil.” (p. 91). No obstante, matiza esta realidad estadística al considerar el desafío geográfico de esta guerra independentista, liberada entre sabanas, páramos, cordilleras, desiertos, selvas y enormes ríos: “…Todo el escenario europeo era conocido y estaba codificado por los generales desde la antigüedad más remota, en tanto en América todo estaba por conocer y por descubrir. Lo que en otro tiempo llamaban el arte de la guerra estaba plenamente inventado en Europa: en América había que inventarlo.” (p. 92). Cuando se considera que las campañas de Bolívar involucraron las actuales Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, Ospina señala con fundamento sobre Bolívar: “Estudiar su vida tiende a confundirse con una detallada lección de geografía; conocerlo no es sólo conocer un hombre: es sobre todo conocer un mundo.” (p. 184)
Ospina recorre aspectos de la personalidad  política de Bolívar. En su reflexión, distingue claramente entre dos ideales que logró conciliar Bolívar (al menos hasta 1825): el ideal de la independencia y el ideal de la libertad, siendo que el segundo está aún incompleto en el mundo de habla hispana. Ospina cita la afortunada opinión del político colombiano Camilo Torres Tenorio (1766-1816), quien acabaría sus días ejecutado, descuartizado y en tal estado exhibido, bajo el mando de Morillo. Este personaje señaló: “Allí donde está Bolívar, está la República.” (p. 103)  Lamentablemente Ospina deja de pasearse por el último capítulo político de Bolívar, iniciado con su desafortunada Constitución para Bolivia en 1825 y que le conduciría a una repudiable e innecesaria dictadura, en su empeño por evitar la secesión de su Gran Colombia y alimentado por su ansia imperial, bebida de fuentes napoleónicas. Ospina se limita a decir: “A partir del momento en que Bolívar triunfó, comenzó a estorbar en todas partes.” (p. 213)  Esta actitud final de El Libertador difiere de la mucho más feliz actitud de Bolívar en 1819, cuando emprendiendo la campaña exitosa que le llevaría desde el Orinoco hasta el Potosí, optó por someterse al poder civil. Ospina señala: “Hasta el Congreso de Angostura, en 1819, Bolívar era visto por buena parte del mundo con los colores con que lo había pintado la corona española: un guerrillero sanguinario al mando de una tropa de hombres bestiales, que andaba sembrando el terror en unas tierras salvajes, combatiendo a la civilización, profanando a la Iglesia y cometiendo toda clase de crímenes. Esta decisión de invocar la ley, de dictar la Constitución, de someter a los guerreros a una legalidad severa, y el gesto adicional de renunciar a su poder y poner todo en manos de los representantes de la comunidad, ese gesto que revelaba en él a un estadista y a un hombre de principios y de ideales, le valió la admiración de Europa, y ahora militaban bajo su mando brigadas inglesas e irlandesas, lo mismo que jóvenes intelectuales de Francia y de Inglaterra que se sabían en presencia de una de las personalidades más notable de su tiempo.” (p. 193). El ensayo de Ospina refiere como incluso el gran poeta del romanticismo inglés, Lord Byron (1788-1824), quiso ir a luchar a América y al saber ganada la guerra por Bolívar eligió ir a morir luchando por la independencia griega, a la cual partió en su barco Bolívar.
Ospina refiere rasgos psicológicos de El Libertador. Sus pasajes refieren la perseverancia, tenacidad y fuerza interna de Bolívar: “…El conjunto nos enfrenta al cuadro excesivo de una voluntad ineluctable y de una reserva de energía sorprendente.” (p. 58). Al meditar sobre este hombre sometido a derrotas y exilio, al punto de recalar en 1816 buscando apoyo en la primera república negra de América, Haití, Ospina considera: “…Encontraremos esa extraña capacidad de Bolívar para reinventarse. Y es importante ver que el primer instrumento de esa reconstrucción fue siempre la escritura.” (p. 69). Efectivamente, textos como el Manifiesto de Cartagena en 1812 y la ya citada Carta de Jamaica surgieron tras estruendosas derrotas de su causa y marcaron un renacimiento. Ospina también mide sus defectos: “…la cólera, la competitividad, la necesidad de ser siempre el primero, la extrema firmeza de sus convicciones, el excesivo espíritu militar, la ambición de mando y gloria, y el modo como sus biógrafos nos van haciendo sentir que todos sus defectos eran casi tan necesarios como sus virtudes…” (p. 240). La dificultad de capturar su dimensión se recoge en este brillante pasaje: “Los enigmas que su vida plantea no acaban de ser resueltos por sus biógrafos. Estos han logrado rastrear los hechos con dedicación, a veces con admiración, a menudo con todo detalle. Y todos no escriben el mismo libro: se complementan bien, se ayudan unos a otros.” (p. 63)
En este Bicentenario de la Independencia, cuando la Venezuela natal de Bolívar lo ha convertido en precursor de Chávez, probablemente los mejores esfuerzos por una biografía o ensayo ponderados sobre el genio se están realizando en Colombia. Este ensayo de Ospina es una referencia ineludible y ojalá pueda salir de los baúles de Norma una edición nueva. El otro trabajo que más me ha impresionado, dentro de las nuevas biografías bolivarianas para el Siglo XXI – dejando atrás romanticismo y nacionalismo- es la del colombiano Mauro Torres, psiquiatra, en su Moderna Biografía de Simón Bolivar (Ecoe Ediciones, 1999), la cual nos presenta un retrato psicológico de Bolívar bastante completo, identificando los problemas que fueron nocivos para su causa y su obra, destacando el nomadismo –la imposibilidad de sentarse a estudiar, meditar o planificar, salvo breves y felices lapsos como el de Jamaica-. Esto lo captura Ospina al referir: “Nunca se estuvo quieto y no tenía vocación de estatua.” (p. 253). Este rasgo fue feliz para hacerle soportable su sacrificado tránsito por el Caribe, los Llanos, los Andes y todos los escenarios en que se movió -Torres refiere: “…Se calcula que recorrió 120.000 kilómetros…”(p. 65), incluyendo sus viajes náuticos y fluviales, junto a sus idas y vueltas sobre el mismo terreno.- Esto provenía de una estructura mental donde el nómada vencía sobre el sedentario, un debate que todo cerebro alberga. Torres concluye: “Nos habría gustado que Bolívar hubiese sido tan teórico, tan estudioso, tan reflexivo, como militar que lucha por la Independencia. Nos habría gustado que fuera tan sedentario como nómada, tan Palacios como Bolívar. De este modo habríamos tenido más teoría y menos guerra. Cien cartas de Jamaica y diez o veinte batallas y cien combates, es vez de 36 batallas y 470 combates. Habríamos tenido un Bolívar más filósofo y menos pasional; más pensador y menos ambicioso; más amante de la libertad que de la gloria; más Sócrates que Napoleón; más casado con María Teresa Rodríguez del Toro -¡la Primera dama de América!- que el dueño de mil mujeres.” (p. 146)   Vale comentar que María Teresa Rodríguez del Toro (1781-1803), madrileña, fue la esposa de Bolívar por ocho meses, falleciendo de fiebre amarilla al mudarse con su joven esposo a América (una placa homenajea al matrimonio sobre la Calle Alcalá de Madrid, dentro de la parroquia de San José).  
Torres adiciona dos padecimientos compulsivos: el donjuanismo, siendo que a diferencia de Napoleón y sus propios edecanes (Sucre, Páez, Santander, Urdaneta), Bolívar no buscó fundar un hogar durante su gesta emancipadora, sino andar de mujer en mujer y perdiendo más de un hecho de armas por este ardor genésico. Finalmente, Torres menciona la compulsión de la vagancia al estudio, siendo que Bolívar nunca cursó estudios formales por más que su familia hizo el esfuerzo y contando con los medios económicos.
En suma, Bolívar nos ofrece una de las semblanzas biográficas más fascinantes. Sugiero leer cualquier biografía suya en momentos de desánimo que tenga cualquier emprendedor o idealista, en campos tan variados como la política, la dirección de empresas o las grandes miras humanitarias. No obstante, su amada América sólo dejará atrás el Siglo XIX cuando apele precisamente a una figura ajena a las armas y la dictadura militar, sin perder por ello la admiración por una gesta que tuvo su tiempo y siempre será fuente de orgullo, especialmente al considerarse el brillante lapso 1818-1824.


 

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