El hombre que salvó al mundo libre
Eitán Benoliel
“Cuando toda la causa de la libertad humana estuvo
temblando y en peligro, Churchill respiró con desafío en frases que resonarán a
través de los siglos por venir”.
Ronald Reagan
En 1940, la maquinaria bélica alemana arrasaba Europa y
parecía invencible. Del otro lado de Europa, la Unión Soviética, en un pacto de
no agresión con Alemania se repartían Polonia. Mientras los nazis avanzaban sin
límite, conquistando territorios y masacrando a sus poblaciones, Estados Unidos
permanecía neutral en su aislacionismo. Prácticamente toda Europa, incluyendo a
Francia, había sucumbido ya, y parecía que era cuestión de tiempo para que Gran
Bretaña cayera también en las garras de los alemanes. Toda la clase política
pedía unirse al bando del eje, o rendirse a Alemania sin combatir. El pueblo
inglés, aún golpeado por la primera guerra mundial, y atemorizado por el
increíble avance alemán sobre toda Europa, se encontraba desmoralizado y no se
atrevía a enfrentar a Alemania bajo ningún punto de vista. Tan poca confianza
se tenía a sí mismo que estaba dispuesto a negociar una paz incluso a costa de
someterse como estado satélite, que ir a la guerra.
Sin embargo, en medio de ese escenario desolador, hubo un
hombre que se paró, firme y solo, entre Alemania y Gran Bretaña. Un hombre que
se enfrentó al parlamento inglés que le pedía negociar la paz con Hitler, y que
levantó la moral del pueblo inglés, el cual finalmente recuperó la confianza en
sí mismo, y se animó a combatir a los nazis. El nombre de ese hombre, fue Winston
Churchill.
Ronald
Reagan, llamado a menudo “el gran comunicador” por su enorme carisma al hablar
en público, insistía en cederle ese título a Winston a quien se refería como
“el más grande comunicador de nuestro tiempo, que enlistó al mismísimo idioma
inglés en la batalla contra Hitler y sus doctrinas del odio”.
Churchill
dio una serie de discursos motivadores y alentadores que movilizaron los
sentimientos de los ingleses y les dieron fuerza durante esos duros primeros
años de la guerra en que Inglaterra quedó sola en la guerra contra la tiranía.
Uno de los discursos más famosos de la historia es el “We Shall Fight on the
Beaches”, en el que deja en claro que a pesar de las recomendaciones de
muchos parlamentaristas e incluso de miembros de su gabinete, no piensa
rendirse jamás, y que elige la guerra. El discurso emociona incluso hoy:
“A
pesar de que grandes extensiones de Europa y muchos Estados antiguos y famosos
han caído o pueden caer en las garras de la Gestapo y todo el aparato
odioso del gobierno Nazi, no vamos a languidecer o fallar. Llegaremos
hasta el final, lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos
con creciente confianza y creciente fuerza en el aire, defenderemos nuestra
isla, cualquiera que sea el costo, lucharemos en las playas, lucharemos en
las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos
en las colinas, nunca nos rendiremos, e
incluso si, cosa que por el momento no creo que suceda, esta isla o una gran
parte de ella fuera subyugada y estuviera hambrienta, entonces
nuestro Imperio más allá de los mares, armado y protegido por la
flota británica, cargaría con el peso de la resistencia, hasta que, cuando sea
la voluntad de Dios, el Nuevo Mundo, con todo su poder y su fuerza, avance al
rescate y a la liberación del Viejo.”
Winston
conocía no sólo el enorme poder potencial de Estados Unidos, sino los valores
fundacionales de la sociedad estadounidense, heredados del Reino Unido, por lo
que sabía que no permanecerían neutrales para siempre. Roosevelt debió esperar
hasta fines de 1941 cuando los japoneses atacaron Pearl Harbor para poder
entrar en la guerra. Previo a eso el 76% de la población americana apoyaba la
neutralidad.
A
partir de 1942, la relación entre Roosevelt y Churchill se fortaleció en la
sagrada “cruzada en Europa” (como la bautizó Eisenhower), en la que Roosevelt
organizó el “gran arsenal de las democracias”. Estos dos grandes líderes se
movilizaron en defensa de la civilización occidental cristiana, como bien dijo
Roosevelt en uno de los más conmovedores discursos de la segunda guerra
mundial, cuando el Presidente pronunció una sincera oración a Dios por la radio
estadounidense durante la invasión de Normandía: “[...] Una lucha para
preservar nuestra república, nuestra religión, y nuestra civilización. Y para liberar
a una humanidad en sufrimiento […]”
Tanto
Roosevelt como Churchill entendían que tenían una obligación moral hacia los
pueblos oprimidos por las tiranías nazi y comunista. (Más allá de que se
aliaron temporalmente con la Unión Soviética para derrotar a Alemania, ésta se
volvió una enemiga apenas terminada la guerra.
Pero
lo que es más interesante, es que cuando Roosevelt habla de preservar la
civilización y la república, menciona también la religión. Lo deja bien claro:
sin el cristianismo no existe Estados Unidos. Y buena parte de la lucha de la
segunda guerra mundial fue por preservar la religión.
De
igual manera, si bien no hay evidencias acerca de las creencias personales de
Churchill, -un hombre cuyo espíritu no toleraba la tiranía-, sin dudas su
sistema de valores era el occidental basado en la moral judeocristiana. Como
afirma Jonathan Sandys en su libro God and Churchill, Winston fue
enviado al mundo para salvar al Cristianismo en Europa, y para luchar por la
causa de la libertad. El “elegido” de su época, sin el cual muy probablemente
la historia hubiera sido muy distinta, y mucho más oscura: Si Gran Bretaña
hubiese caído bajo dominio nazi, probablemente Alemania habría tenido mayor
éxito en la invasión de la Unión Soviética, y seguramente los Estados Unidos no
habrían podido solos. El mundo sería muy diferente al que conocemos hoy.
El 30
de noviembre de 1874 nació el hombre que salvó al mundo libre.
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