Aranguren tiene razón
Rogelio López Guillemain

Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes, Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes (reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra historia" por radio sucesos, Córdoba.




"No se puede ayudar a la gente permanentemente haciendo por ellos lo que podrían y deberían hacer por sí mismos"
Abraham Lincoln


Asegurar que la energía es un derecho humano demuestra: o una falta absoluta de comprensión de lo que son los derechos humanos y de su origen, o un posicionamiento ideológico fanático, o un perverso aprovechamiento demagógico a manos de politicuchos y periodistruchos políticamente correctos, de los nobles sentimientos que este tema despierta.
 
Los derechos humanos fueron redactados por primera vez, durante la Revolución Estadounidense, en la Declaración de Derechos de Virginia, luego proclamados por la Convención de Virginia y finalmente contemplados en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.  Estos textos influyeron en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de la Revolución Francesa de 1789.
 
La versión Norteamericana enumera como derechos humanos: a la vida, la libertad, la propiedad, la felicidad y la seguridad.  Por su parte la Francesa, agrega a los anteriores, la igualdad ante la ley y la resistencia a la opresión.
 
Estos son los llamados “derechos negativos”; o sea, que no implican del otro más que su respeto. Las personas no están obligadas a destinar su tiempo (vida), a realizar acciones (libertad), o a entregar su dinero (propiedad), para satisfacer “derechos humanos” ajenos.  Si prestamos atención, vida, libertad y propiedad SON derechos humanos; si INVENTAN otros pseudo-derechos que confiscan mi vida, mi libertad y mi propiedad, estos pierden legitimidad (aunque sean legales), pues violan LOS derechos humanos fundamentales.
 
Más de uno dirá que se ha evolucionado y que los derechos humanos ahora son más amplios, que se han agregado, el derecho a la educación, a la salud, a un salario digno, a la vivienda, ¡y ahora también a la energía!
 
Todo lo anterior es deseable y suena justo, pero encierra un error enorme: se confunden derechos humanos con necesidades.  Necesidades que el ser humano debe satisfacer si quiere vivir y desarrollarse como tal.
 
Sin comida, sin abrigo, sin medicina, el destino del individuo es la muerte.  Por su parte, la pobreza y la falta de educación son condiciones terribles que dificultan su desarrollo personal.
 
Ahora bien, ¿quién en su sano juicio, estaría en contra de que todos los habitantes del mundo tengan comida, abrigo, salud, educación y riqueza?  El problema es entender el cómo acercarnos a esa meta.  No es una cuestión de buena voluntad, sino de comprensión acerca de la naturaleza del dilema.
 
Comida, abrigo, salud, educación, ¡energía!, son bienes económicos.  No importa si suena lindo o feo, lo son; cuestan dinero.  Ninguno de ellos aparece como por arte de magia, implican costos que hay que pagar.
 
La pregunta entonces es: ¿quién debe pagarlos?  Lo lógico es que cada quien se pague lo suyo; ¿y los que no pueden afrontar el costo?, ¿deben ser asistidos?  Si la respuesta es sí, la siguiente pregunta es, ¿quién debe afrontar el costo?  La respuesta casi siempre es: el estado.  Hasta ahí es el desarrollo casi inequívoco de cualquier debate que analice esta cuestión.
 
El problema con esta respuesta, es que el estado no tiene un centavo, todo el dinero que “reparte” lo obtiene a través del cobro de impuestos, impuestos que te sacan más de la mitad de tu sueldo (tu propiedad); ¿te das cuenta?, un día trabajas para vos y tu familia, y otro día para pagar impuestos.
 
Ahora te pregunto, ¿a quién preferís darle más dinero?, ¿al estado? ¿o a quien vos elijas (familia, amigos, ONG o personas con dificultades)?
 
Creo que debemos tener un sistema que rescate para las personas que eventualmente se encuentren en una situación desesperada, pero cuando ese sistema deja de ser eventual y se institucionaliza, se vuelve injusto para todos, tanto para el que paga como para el que recibe el “regalo”; ambos se transforman en esclavos del político, uno por tener que dejar el fruto de su trabajo y el otro por estar en deuda por los “favores recibidos”.
 
El disfrazar las necesidades humanas con el ropaje de los derechos humanos, es el medio por el cual los políticos te roban y te esclavizan; el medio por el cual se aprovechan de tu empatía y de tu sana preocupación por el sufrimiento ajeno, generándote un sentimiento de culpa que te hace sentir responsable de los males del otro; para, finalmente, presentarse ellos mismos, encarnados en “el estado”, como “la” solución a todas estas “injusticias”.
 
Lo importante es comprender que una necesidad (por más imperiosa que esta sea) NO es un derecho.  Así como el médico que erra en el diagnóstico de una enfermedad, también errará en la elección del tratamiento adecuado; del mismo modo, confundir una necesidad con un derecho, nos aleja del diagnóstico exacto y por lo tanto, de su resolución. 
 
Es preciso aplicar el modo más efectivo, que permita cubrir el mayor número de necesidades al mayor número posible de personas; que a nadie le falte comida, salud, vivienda, educación y ¡energía!; y para ello, el sistema que ha demostrado, por lejos, ser el más eficiente en ese cometido, es el liberalismo.
 
¿Y que propone el liberalismo?  Simple, “el respeto irrestricto por el proyecto de vida del otro”, el respeto a los derechos humanos fundamentales, aquellos que su complimiento no invade el derecho del prójimo: el derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad.  De este modo, generar riqueza y no limosnas.
 
Nada te impide a vos ni a nadie, que lleves adelante acciones filantrópicas y de caridad; es tú derecho (y es muy loable que lo hagas), invertir tú tiempo y tú dinero al auxilio de quienes se encuentran en condiciones desfavorables.  La solidaridad y el compromiso social sólo son válidos si no son obligatorios.
 
Creo que el padre de nuestra Constitución Nacional de 1853, J.B. Alberdi, comprendió que las necesidades de justicia y seguridad debían ser garantizadas por el estado; al tiempo que, conocedor del contexto y de las debilidades de nuestro país, sumaba  a las dos anteriores, las insuficiencias en salud y educación (no universitaria), consciente del beneficio que estas últimas coberturas  proyectarían sobre cada ciudadano, incluso sobre los que no las necesitasen.
 
Que el estado se focalice en resolver estas 4 necesidades fijadas en la Constitución, tarea en la que ha fracasado reiteradamente; en lugar de querer “inventar” nuevos derechos humanos que no son tales.
 

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