¿Sangre, Sudor y Lágrimas? No. Esperanza.

Federico Fernández
Senior Fellow del Austrian Economics Center (Viena, Austria). Presidente de la Fundación Internacional Bases (Rosario, Argentina). Premio
a la Libertad 2005, otorgado por la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Hay distintos tipos de pacientes. Están
los que tienen una enfermedad básicamente por su mala conducta. Están los que
la contrajeron por alguna cuestión genética o aleatoria. Están los que
necesitan un reto y también los que se sabe de antemano que van a hacer todo lo
necesario para curarse.
Hay también distintos tipos de
enfermedades. Las hay curables e incurables. También existen algunas gravísimas
y otras no tanto. Pueden ser autoinflingidas, adquiridas, mortales, crónicas.
Si Argentina es fuera paciente, se
trataría de uno que está muy grave y tiene una enfermedad que se buscó solito.
Es un fumador empedernido con principio de enfisema. Un sedentario que come a
diario fast food con diabetes e hiperobesidad. Su familia, sus amigos y hasta
el médico le tienen que dar un buen reto. Está como está por sus propias faltas
y errores. Tuvo un montón de llamados de atención, pero hizo caso omiso.
Por supuesto, si se hace análisis o estudios,
todos los resultados van a ser preocupantes. Seguro habrá que darle las malas
noticias.
Pero el punto es que nadie va al médico
únicamente porque quiere que lo reten y le den pésimas noticias respecto de su
salud. Puede que el baldazo de agua fría que es darse cuenta lo mal que se está
sea el principio de un tratamiento, nunca puede ser su objetivo final. Vamos al
médico porque tenemos la esperanza de curarnos.
Y la medicina moderna hoy nos ofrece
posibilidades que hubieran resultado impensables apenas un par de décadas
atrás.
Los liberales a veces nos comportamos
como un médico que sólo se concentra en darle al paciente malas noticias. Todo
lo que nos importa es que el remedio va ser feo, el tratamiento doloroso y
hacer sentir mal al paciente por lo que le pasa.
Tenemos, qué duda cabe, una gran
frustración. Con el país. Con “la gente”. Con la decadencia de siete décadas (y
contando). Con la realidad que nos toca. Pero sería un terrible error que nos
amarguemos. Que nos volvamos unos resentidos.
Cualquier persona que ha atravesado un
tratamiento médico por una enfermedad grave sabe que es difícil y que,
obviamente, no es placentero. Hacer una rehabilitación para poder caminar no
está bueno. Pero sería un error garrafal que médico y paciente se concentraran
únicamente en los errores del paciente, que lo llevaron a estar postrado, y en
lo arduo que va a ser el proceso de rehabilitación. Sería en el fondo un sado-masoquismo que le
puede traer placer a un perverso pero que no va a generar lo necesario para
progresar.
El punto que quiero hacer, a esta
altura, es obvio. Los liberales tenemos la cura para los males de Argentina.
Ese tiene que ser el foco de nuestra prédica. Cuando, probablemente en pos de
no ser demagogos, nos enfocamos casi en exclusividad, en las privaciones que
inicialmente un programa liberal puede causar nos olvidamos del fin. El fin es
curarse, vivir una buena vida. Nosotros estamos por el triunfo del progreso por
sobre la decadencia. De la vida sobre la muerte.
El capitalismo es la solución a nuestros
males. Le ha funcionado a Nueva Zelanda, a Polonia, a Irlanda, a Chile, a
Estonia y nos va a funcionar a nosotros cuando lo apliquemos.
Lo que tenemos que venderle a la
sociedad los liberales es el punto de llegada, darle un horizonte. Hay una
película muy buena con Jude Law, Joseph Fiennes, Ed Harris y Rachel Weisz
llamada “Enemigo al
acecho”. La misma se sitúa en el asedio nazi a la ciudad de Stalingrado.
Hay una escena maravillosa en donde Nikita Kruschev, en ese momento “comisario
del pueblo” enviado por Stalin para tratar de evitar la debacle, reúne a todos
líderes políticos y militares y les pregunta qué proponen hacer para evitar que
los jóvenes soldados rusos puedan resistir el asalto alemán. Las primeras
propuestas son todas de orden represivo: más fusilamientos, castigos
ejemplares, deportar a las familias de los desertores, etc. Pero un joven
oficial propone “darles esperanza”, creando un periódico militar que narre los
actos de heroísmo de un joven francotirador cuya puntería es casi perfecta.
Los liberales somos, por definición, los
portadores de la esperanza. Nuestras ideas han transformado material y
espiritualmente al mundo en los últimos doscientos cincuenta años de una manera
sensacional.
Y la verdad es que el capitalismo está
de puta madre.
Las sociedades capitalistas son más
civilizadas, más seguras, más educadas, más prósperas y más libres que
cualquiera de las alternativas. A la inmensa mayoría de argentinos que quieren
vivir sin miedo por su hijos, por la inseguridad, por la desocupación y por la
próxima crisis económica tenemos que convencerla que el camino es el del
gobierno limitado y los mercados libres. El resto es más fracaso y decadencia.
Mientras la izquierda ofrece utopías que
siempre terminan en
tragedias y el populismo sólo tiene para dar un
pobrismo exaltador de las villas-miseria, los liberales tenemos la llave del progreso,
que no es más que liberar la energía creativa de cada ser humano y dejarlo
seguir su plan de vida. Ciertamente, el camino a transitar entre la decadencia
peronista y la prosperidad liberal puede tener algunos sacudones, pero el punto
de llegada es absolutamente hermoso. No deberíamos obsesionarnos tanto con el
temporal mal trago de la medicina sino evangelizar fanáticamente su asombrosa
capacidad para curarnos.
Fuente: La Opinión Incómoda
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