Cuando muere un trozo de belleza
Rogelio López Guillemain

Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes, Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes (reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra historia" por radio sucesos, Córdoba.




“ … la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas …”   
                                        Aristóteles
 
Dice la RAE qué bello es aquello “que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu”.  Seguramente es por ello que, al ver arder Notre Dame, sentí que algo dentro mío también ardía.

Esta elocuente definición, nos habla del sentido de la belleza y de su efecto en las personas; sólo le falta explicar qué la origina.  La ¿idea? de belleza, ha sido tema de inspiración para poetas, músicos, pintores y escultores, todos compositores de obras que la representan; del mismo modo, ha sido determinante en el espíritu de arquitectos, cirujanos, matemáticos, filósofos y otros tantos profesionales, que lograron maridar en su trabajo, ciencia y arte.

Sentimientos, actitudes, amaneceres, pensamientos y por supuesto Catedrales, generan ese recogimiento en nuestra alma, capaz de llevar el gozo a un nivel tan alto, que se torna incontenible, que nos desborda y comienza a emanar por todos nuestros poros.

La belleza es una forma de expresión de la felicidad; entendiendo como felicidad al estado de no contradicción con nuestros valores (en este caso estéticos).  Es preciso diferenciarla de la alegría o el placer, sentires básicos que pertenecen a nuestra animalidad y que su efímera euforia dura lo que dura el capricho o el estímulo.  Al decir de José Ortega y Gasset: “La belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora”.  La pasión nos embriaga, es inconciente y frágil; el amor por la belleza nos enaltece, es conciente y resguardo en la desventura.

La armonía late dentro de lo sublime de la belleza y la estética es la intérprete que vincula ambas.  Desde la Grecia de Pericles, cuna en la que Fidias descubrió el número áurico, patrón estético presente en la naturaleza, hasta nuestros días, el hombre ha tratado de develar su misterio.  Quizás Kant nos susurró su secreto: “la belleza (es lo que) nos conecta con el último misterio del ser y nos pone en presencia de lo sagrado”.

La belleza es un norte que procura nuestra superación, nuestro crecimiento; es un faro que nos muestra que existe luz entre tantas tiniebla y obscuridad; es un refugio en el que nuestro espíritu puede reponerse del caos y el sufrimiento que nos hiere en el trajín cotidiano.

La belleza trasciende, no respeta las barreras del tiempo ni del espacio; persiste a través de los años, se expande a lo largo del planeta y nos penetra más allá de las triviales sensaciones, hasta calar hondo en nuestro ser.

Pero la belleza no sólo ha sido atacada por las llamas.  Desde hace varias décadas, el posmodernismo con su relativismo la ha torturado sin piedad, llegando a destronarla a favor del culto a la fealdad y lo grotesco.  Es como si la belleza y el buen gusto ya no tuvieran cabida en nuestras vidas.  Rousseau advertía: “quitad de los corazones el amor por lo bello, y habréis quitado todo el encanto a la vida”.

Al dolor de este ataque, se suma el dolor de la falta de racionalidad y lógica de parte de un sinnúmero de usuarios de las redes sociales, entre quienes encontramos ciertas señoritas cuyos comentarios lindan lo patético.

Los enojos se centraron en el la falta de “sensibilidad” de quienes donaron dinero para la reconstrucción y no lo hacen para combatir el hambre en África, la crisis en Siria, los problemas de contaminación o incluso la salvaguarda de animales en peligro de extinción.  Críticos cuya “sensibilidad”  no respeta los derechos humanos de la libertad y la propiedad privada.

La falta de conocimiento de estos opinantes, acerca de los miles y miles de millones de dólares que se vuelcan en África y que son “quemados” por los gobiernos corruptos y despóticos de ese continente, debería ser razón suficiente para que mostrasen un poco de vergüenza y “cerrasen el pico”.

Además, no comprenden que el problema de África, Siria e incluso de la Argentina, no se resuelve con dinero; se resuelve con educación, con justicia, con trabajo, con reglas claras, con república, sin corrupción, sin limosna, sin impuestos asfixiantes, sin populismo y sin delincuencia.

La belleza (volviendo al tema) es necesaria porque, como decía Oscar Wilde: “todo el arte es absolutamente inútil”.  Ella no es utilitaria, es un reparo, es el recuerdo de ese soplo sagrado (sagrado de la esencia humana no religiosa) que nos hace diferentes como especie.  Gracias a ella, entendemos que no somos sólo necesidades prácticas; gracias a ella, modelamos este mundo como nuestro hogar.

En palabras de Roger Scruton: “Creo que perder la belleza es peligroso, pues con ella perdemos el sentido de la vida. Y es que no estamos hablando de un capricho subjetivo, sino de una necesidad universal de los seres humanos. Sin ella, la vida es ciertamente un desierto espiritual”.  Lo útil es finito, la belleza es eterna.

El mismo pensador sentencia: “me parece que la característica más importante de nuestra cultura postmoderna es que se trata de una cultura sin amor”.


 

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