De cómo el FMI destruye a la Argentina
Alejandro A. Tagliavini
Senior Advisor, The Cedar Portfolio. Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland (California). Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.






El Washington Post y The New York Times, entre otros, replicaron una columna de la agencia AP que asegura que "la incertidumbre económica" en Argentina, catapultada entre otras cosas por “una inflación anual de casi el 50%, una de las peores del mundo", provoca que los jóvenes, en busca de trabajo, al preguntárseles "si… estarían interesados en vivir en el extranjero, alrededor del 80%te dice que sí".
La situación es tan bizarra y deprimente que hoy, en el país “granero del mundo” en donde la pobreza supera al 30% de la población, se discuten cosas como si los pobres pueden o no buscar comida en la basura. Sucede que el gobierno de Buenos Aires intentaba colocarles un cerrojo a los contenedores callejeros de desperdicios, con la excusa de evitar que buscaran dentro de ellos ensuciando las calles con los restos.
Lo cierto es que el Estado ha crecido hasta niveles récord con lo que, literalmente, ha saqueado al país por vía de impuestos, inflación –exceso de emisión monetaria para solventar gastos del gobierno– y endeudamiento.
En junio del 2018, al confirmarse un acuerdo stand by con el FMI, twitee “que Dios nos ayude, US$ 50.000 M –que vamos a pagar con creces los ciudadanos, sobre todo los pobres– para financiar un gobierno adicto al estatismo y a cercenar libertades”. Por cierto, en el pasado Argentina tuvo más de treinta acuerdos y así, desde entonces, el FMI financia gobiernos inviables.
Quienes sostienen que el FMI es promercado –siguiendo la propaganda oficialista– son incoherentes: por supervivencia, este organismo necesariamente será promotor de quién le da vida, los Estados miembros, a costa de sus sectores privados –sus mercados– que lo financian con impuestos que, por cierto, recaen con más fuerza sobre los más pobres ya que los ricos los derivan, necesariamente, hacia abajo: subiendo precios, bajando salarios, dejando de invertir demandando menos mano de obra, etc.
El FMI es pro “establishment” –sobre todo, pro “patria financiera”– que usa y abusa de la coacción estatal para obtener privilegios –contra el mercado, los casi 50 millones de argentinos– como las Leliq, unos bonos que el gobierno ofrece a los bancos por los que paga una exagerada tasa cercana al 70%, y para comprar esos bonos los bancos pagan un 43% por plazos fijos a los ciudadanos comunes, una diferencia de más de 25 pp.              
El FMI financia estatismos fracasados, para que continúen, cobrando intereses más bajos. Mientras que la reciente caída de los bonos del gobierno argentino implica que su renta llega a un 17% anual en dólares, con el “riesgo país” casi en 900 puntos básicos, sin el FMI, el gobierno argentino tendría que pagar 9% más sobre la tasa de EE.UU. para obtener un préstamo, con lo que no podría continuar con el “modelo” económico y debería cambiar radicalmente hacia uno de crecimiento real del PBI.
Y lo peor está por venir. La economía seguirá cayendo porque se agranda el peso (impuestos, inflación, endeudamiento/tasas altas) del Estado ineficiente sobre el mercado. El crédito al sector privado ronda el 15% del PBI cuando en Chile supera el 110% y en EE.UU. el 62%. El resto se lo lleva el Estado. En cuanto a la inflación, el gobierno implícitamente reconoció el grave fracaso de su política –que ahora profundiza– al fortalecer “Precios cuidados”, un eufemismo para denominar un vergonzante control estatal de precios.


Publicado en Cato Institute.
 

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