Para bien o para mal
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Somos los amos de nuestro
destino. Somos los capitanes de nuestras almas”
Winston
Churchill
Hace unos días, fue intervenido quirúrgicamente
en un hospital de Córdoba un señor de 94 años, paciente que resultó ser un
sobreviviente de Auschwitz.
Una vez en el quirófano, el nonagenario conoció
la marca de la máquina de anestesia que se usaría (Dräger) y recordó, que dicha
empresa había provisto de máscaras anti gas, a los verdugos de los campos de
concentración.
Es imposible imaginar lo que pasó por la
mente de aquel anciano en ese momento; estaba a punto de poner su vida en manos
de un aparato de anestesia, cuya marca era la misma que salvaba a los crueles operarios
de las cámaras de gas del nazismo y no a él.
Lo paradójico del hecho supera cualquier ficción.
No es mi intensión abrir un juicio ético
acerca de la participación de dicha empresa en el enfrentamiento bélico; eso
sería inconducente a los fines de este artículo. Simplemente diré que no creo que ellos sean
de los “malos”.
Sí considero oportuno, aprovechando este
evento, el valorar si es culpable el conocimiento per se, si es criminal el
invento en sí mismo y el juicio sobre el verdadero responsable de las acciones
y sus consecuencias, el individuo.
Creo que el invento de la máscara anti gas
no tiene la culpa de la barbarie (incluso su invención es del siglo XIX), tampoco
la tiene la ciencia en la que se basó su desarrollo; en cambio, el individuo con
su ausencia de valores éticos sí es responsable.
Ahora bien, si acordamos que no podemos
condenar a Dräger y a su máscara de gas por el holocausto, hecho del que fueron
responsables los nazis; entonces me pregunto, ¿podemos trasladar este análisis
a otros aspectos de la vida en sociedad?; por ejemplo, ¿al uso de las armas?
En lo personal, no adscribo al uso de armas
de fuego y no me interesa tener una propia, pero ello no implica que no
considere un ataque a los derechos individuales su prohibición.
Prohibirlas con ideas utilitarias, pensando
que con ello disminuiría el delito, sería una medida al menos ingenua. ¿Acaso los delincuentes dejan de estar
armados porque la ley lo prohíbe?
Absurdo e infantil.
Hay quienes argumentan que, al estar
desarmadas las personas honradas, disminuyen las posibilidades de generar un
enfrentamiento y por consiguiente, las posibilidades de ser heridas o asesinadas. Esta es otra tesis inválida y desconectada de
la realidad, basta leer las noticias de cualquier días, para observar como son maltratados
y ejecutados, ciudadanos pacíficos (incluso ancianos desvalidos) sin ningún
tipo de miramiento ni piedad.
Luego de la refutación previa, el argumento
suele girar hacia el estado de inconsciencia de los maleantes, saturados de
drogas; se dice que “están jugados y que no
les importa morir”. Aunque esto
fuese cierto (alegato falso, ya que si no les interesase vivir simplemente
morirían), esa conducta no justifica la prohibición de tenencia de armas por
parte del ciudadano de a pie.
Tampoco es cierto que hay más violencia en
una sociedad armada que en una desarmada.
De acuerdo al informe de la Oficina
de las Naciones Unidas Contra la Droga y el Delito del 2015, el Salvador
tuvo 108,64 homicidios por cada 100.000 habitantes y Honduras 63,75; siendo que
en dichos países la tenencia de armas es ínfima, apenas del 5,8 y 6,2 armas por
cada cien habitantes respectivamente.
Como contraparte, en Suecia, la tasa de
homicidio es de 1,15 por cada 100.000 habitantes y en Suiza de 0,69; siendo que
en dichos países, la tenencia es de 23 y 46 armas cada 100 habitantes
respectivamente.
Incluso comparando países de la misma
región y con similar cantidad de armas por habitante, como son el caso de Chile
y Venezuela con 10 armas cada 100 habitantes cada uno, las tasas de homicidio
son tremendamente dispares, siendo de 3,3 y 57,15 cada 100.000 respectivamente.
O sea, los factores de la presencia de
violencia en la calle no son geográficos, ni étnicos, ni raciales, ni
dependientes de la libre tenencia de armas; las causas están en relación con
los valores éticos y con la eficiencia del estado en defender a las personas de
bien a través de leyes severas y que las
mismas sean de cumplimiento efectivo.
El argentino hoy está desprotegido, la
Justicia es en ocasiones inepta, en otras impotente y en muchas cómplice
ideológica de la impunidad; los delincuentes son los dueños de las calles,
nuestras casas son cárceles de las que tememos salir y nuestras vidas dependen
del humor del Cesar (asaltante) que nos toca en gracia. Y si se nos ocurre defendernos de un ladrón y
lo matamos, ¡se nos echan encima los miembros de la Justicia adoradores de
Zaffaroni, y los periodistas progres, bien pensantes y políticamente correctos!
Pero algo está cambiando y el caso del
médico Cataldo es una señal de ello, “algo
huele bien en Argentina”; cada vez hay más jóvenes que descubren el engaño,
que adivinan la trampa, jóvenes que se paran firmes y dicen “NO”.
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