Un político muerto no vale lo mismo que vos
Rogelio López Guillemain

Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes, Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes (reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra historia" por radio sucesos, Córdoba.




“El único Estado estable, es aquel en que todos los ciudadanos son iguales ante la ley” 
                                        Aristóteles
 
El 13 de mayo murió el diputado Héctor Olivares, víctima del episodio violento en la plaza de los Dos Congresos, hecho que es de público conocimiento y cuyas imágenes inundaron las pantallas de todos los medios.
Una vez conocida la noticia, el presidente de la Nación decretó el luto nacional por 48 horas, decisión que confirma la existencia de una “aristocracia” en nuestro país, aristocracia conformada por ¿nuestros? políticos, miembros de una casta que se considera a sí misma superior al resto de los argentinos.
Esta “nobleza” de pacotilla parece no comprender que todos somos iguales ante la ley, parece no aceptar que todos somos iguales en cuanto a nuestra condición humana y que la vida de un jubilado asesinado por un motochorro vale lo mismo que la de cualquiera de estos ungidos por el voto popular.
Parece que no comprenden o no aceptan que la única diferencia, entre ellos y nosotros, es que cuando fueron elegidos para ocupar un cargo como “Representantes del Pueblo”, siguieron siendo ciudadanos como el resto; no se convirtieron en los superhombres de Nietzsche, ni tampoco en los “caballeros de la mesa redonda” (en realidad el Rey Ricardo los echaría a patadas).
El luto del país se debería decretar cuando muere parte de la “Institución” de la Republica; no con el mero fallecimiento de un funcionario.  El luto debe ser por la embestidura, por lo que esta representa, o a lo sumo, por la pérdida de algún estadista, algún insigne defensor de la República; alguien que sin lugar a dudas, haya mostrado ser digno de tan alto honor como es el ser elegido miembro de la “honorable” Cámara de diputados.
Lo cierto es que esta lamentable muerte, a días de mi artículo anterior en el que hablo de la libre tenencia de armas, no hace más que corroborar el despropósito de su prohibición (el sospechoso del evento tiene armas en forma ilegal, al igual que el ladrón que le efectuó 3 disparos a un joven frente a la tumba de su madre ese mismo día).
Parece que la “grieta” que divide a los argentinos en lo que se refiere a la defensa del derecho a la vida, no es sólo entre los ciudadanos honestos y los delincuentes (estos últimos son los protegidos); sino también entre los argentinos de a pie y los políticos; sea como sea, los honrados, estamos jodidos.
No quiero dejar pasar lo papelonero de parte del periodismo.  Montados en la urgencia de la primicia, se dedicaron todo este tiempo a divulgar hipótesis de las más variadas: que fue un hecho político (desmentido por el gobierno, aunque no sé si estar tan seguro de ello), que fue una cuestión de honor de los gitanos, que sólo estaban borrachos y fue al azar…, lo próximo quizás sea que fue un complot alienígena.
Señor presidente, el luto debe declararlo por las Instituciones que han muerto.  Instituciones como la honradez dentro de los gobiernos, la seguridad en las calles, la Justicia que debería defender a los justos, la cultura del trabajo, el respeto al prójimo y el patriotismo de los políticos, entre otras tantas denigradas. 
“Instituciones” como Belgrano, Sarmiento, Alberdi o Elpidio González seguro deben estar revolcándose en sus tumbas, al ver lo que estamos haciendo con nuestra patria.
 

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