El nuevo gobierno Aleman
Guillermo Lascano Quintana
Abogado.


En Alemania, el país más próspero de Europa, se acaba de producir un hecho político trascendental: será gobernado por una alianza entre la democracia cristiana y la social democracia, cuyos partidos han acordado una coalición similar a las que ya se celebraron en dos ocasiones anteriores; en la primera fue canciller Willy Brandt y en la segunda la misma Ángela Merkel. Hay un tercer partido aliado de Merkel que también conforma el nuevo gobierno.
Se trata de una alianza entre conservadores y socialistas o en términos distintos, entre derecha e izquierda. Una contradicción inaceptable para nosotros, los argentinos. Es cierto que a diferencia de los argentinos los partidos mayoritarios alemanes respetan, a rajatabla, el sistema institucional y los alemanes cumplen con las leyes.
Lo novedoso de esta tercera Gran Alianza es que los dirigentes socialistas fueron apoyados por una enorme mayoría de afiliados, consultados sobre si aceptaban o no la alianza.
No pueden establecerse comparaciones entre lo que sucedió en Alemania y lo que sucede en la Argentina, donde los enfrentamientos políticos son tan terminales y severos y donde el poder político recae en el presidente que es, a la vez, jefe del estado y jefe de gobierno, pero vale la pena hacer algunas reflexiones para aprender y no engañarse.
El régimen constitucional alemán adopta el sistema parlamentario, en el que la cabeza (primer ministro; en Alemania canciller) no es el jefe del estado pero si quien conduce el gobierno. Para ello necesita una mayoría parlamentaria que lo apoye. Y para garantizar ese apoyo las alianzas celebran un programa común y una distribución de ministerios acorde con las respectivas fuerzas. 
Son, en general, compromisos muy pragmáticos, despojados de declaraciones grandilocuentes, en los que las partes (partidos políticos) comprometen sus esfuerzos para lograr las metas comunes. 
Hay en Alemania y no hay en la Argentina, partidos políticos organizados, con conducciones aceptadas por todos y proyectos serios, meditados y ampliamente divulgados; y además – y esto es de una importancia capital- existe una organización estatal permanente, altamente calificada, capaz de instrumentar las acciones que se le encomienden desde el gobierno.
Estas dos carencias argentinas (inexistencia de partidos políticos y un aparato estatal ineficiente) comprometen seriamente las elucubraciones sobre el cambio de nuestro sistema institucional presidencial por el parlamentario, con el que han especulado algunos sin demasiada reflexión.
Pero, además, los alemanes, igual que los ingleses, los españoles y los italianos, por citar a algunos de los países con sistema parlamentario, tienen menos enfrentamientos terminales que los que tenemos nosotros desde antiguo, pero que ahora adquieren carácter mucho más severo. Y no sólo entre el gobierno y los opositores; también entre los mismos opositores que en términos de gobierno se ponen, unos a otros, límites infranqueables.
¿Es posible imaginar una alianza entre los radicales y los partidarios del PRO, lo que sería algo parecido al ejemplo alemán? Tampoco un acuerdo de gobierno entre justicialistas y socialistas, mucho menos enfrentados que los conservadores y los socialistas. Los rencores y las acusaciones hacen muy difícil acuerdos de estas características, aunque es razonable suponer que hasta que no haya compromisos similares, continuaremos en la precaria situación institucional actual.
El aparato estatal colonizado por los amigos del partido gobernante no sirve para cumplir los roles que le corresponden. La ausencia de una carrera administrativa que garantice la capacitación, permanencia y respeto de los funcionarios en sus  respectivas áreas asegura una gestión ineficiente y en el peor de los casos corrupta. 
Un tercer factor, altamente deletéreo, en nuestro caso, es la  violación de las leyes que practica la mayoría de los ciudadanos, pero que resulta escandalosa cuando incluye a los dirigentes, especialmente a los gobernantes, como sucede actualmente con latrocinios sin fin e incumplimiento de las normas institucionales. Quienes habitan la Argentina,  de un tiempo a esta parte, se han acostumbrado a trabajar poco, estudiar deficientemente y sobre todo a incumplir, sistemáticamente, las leyes, desde las de tránsito, pasando por las impositivas y sobre todo las penales, es decir aquellas que combaten los delitos más graves. Los alemanes, en general cumplen con las leyes. Si los argentinos no violáramos las leyes podríamos empezar a mejorar.
Pero, por sobre todo, tiene que haber voluntad de acuerdo, de transacción, de entendimiento, de reconciliación y de perdón. Los alemanes lo lograron después de haber sufrido los estragos del nazismo y haber sido vencidos en la segunda guerra mundial. ¿Qué esperamos para intentarlo?


 

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