La dignidad de lo individual

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
“La dignidad de lo individual”
(Inmanuel Kant)
La Historia nos enseña a qué hay que
temer, por eso están preocupados los argentinos.
Se habla de “la grieta”. En realidad eso
expresa que, en vez de intentar ser responsables en la investigación de
soluciones para los males que nos aquejan, se busca al enemigo, en vez de
cooperar para salir de la crisis hacia una Argentina mejor, se pone en peligro
vivir en paz.
Los que se aferran a la grieta son los que
tienen como único fin destruir al contrario, que no es otro que el opositor. Es
así como la política se ha convertido en desprestigiar a la persona, en vez de discutir ideas.
Los políticos creen que la democracia consiste en atraer votantes con
cantos de sirena alejados de lo posible que permite la realidad. Por ello, los subsidios y dádivas se han convertido en
derechos, no solo del que realmente lo necesita, sino del que más protesta. Los
que se han adueñado de la calle, en su mayoría militantes manejados por
políticos o intelectuales anti sistema, por falta de educación, no comprenden
que pidiendo más y más, en un ámbito de escasez, se perjudican a sí mismos.
Las políticas distribucionistas inhiben el
crecimiento necesario para vivir mejor. Expropiar a los ricos para darle a los
pobres es la peor acción de gobierno. Se esquilma al empresariado haciendo
inviable demandas por lo menos más lógicas como son la salud y la educación. Una
economía competitiva necesita,
imprescindiblemente, de leyes que
desactiven el conflicto laboral, incentivando
que las negociaciones entre empresarios y trabajadores se guíen por las
ganancias reales de las empresas. La cooperación empresarial y laboral es
necesaria para una transición hacia una empresa que pueda enfrentar la
competencia extranjera y dejar de lado la protección del Gobierno.
No podremos resurgir si no se educa
para entender, que la mejor política
para que funcione la economía, es permitir
al empresario, quien arriesga sus recursos, tener expectativas de ganancia sin
que el Gobierno cree desigualdades arbitrarias con ventajas políticas y
burocráticas, con enormes grados de corrupción.
Una política de apertura económica no fue aceptada ni por quienes gobiernan ni
por parte de la sociedad. Es así que mirando hacia el futuro va a ser difícil
en una democracia débil como la nuestra, que se tome la decisión de hacer las
reformas estructurales que se necesitan para despegar. Aunque, por milagro, se
elija el rumbo correcto, recomponer la economía, requerirá tiempo; los inversores tardaran en recuperarse
del enquistado trauma nacional, producto
de un Estado expropiador que se resiste
a apoyar la actividad privada, la ataca con impuestos distorsivos, leyes
obsoletas que promueven el desempleo,
por temor a un millonario juicio
laboral, por ejemplo. La legislación no tiende a la protección de la libertad
de los intercambios que promueven más innovación y posibilidades de aprendizaje
en los ensayos que propone la vida, sino a maniatar a la sociedad civil
provocando medidas intervencionistas del Gobierno adversas a la funcionalidad
de los intercambios. Así es como se suceden las crisis.
Si la gente no se desprende de falsas
creencias, como la de considerar explotador al sistema capitalista y, en vez, creer
que el Estado debe velar por todos “desde
el nacimiento hasta la tumba”, aumentará la pobreza y el poder del Estado sobre
la vida de los ciudadanos.
A los argentinos les cuesta asumir la responsabilidad de su propia vida.
Hoy se respira en un ambiente de desesperanza, desencanto, pérdida de la ilusión
de que por fin nos acercaríamos, hacia una sociedad como la chilena. Las
elecciones de octubre nos amenazan con un futuro incierto. Si bien la experiencia
nos muestra, sin disimulo, que las políticas de barreras económicas, control de
cambios, y presupuestos con elevado
nivel de gasto, mucho mayor que el de las posibilidades reales, es perjudicial,
hay políticos y sectores sociales que aún no lo creen, por ello, es posible,
que continúe la política de
engrandecimiento del Estado, de subsidios y dadivas, más exacción fiscal e
inflación, con sus desagradables consecuencias, derrumbe político, económico y ético.
Morigerar la pobreza depende de reducir el
déficit fiscal, por ello, ordenar el
Estado es prioridad. Hace unos días, se le ha permitido al Banco Central volver
a emitir por lo que aumentará la inflación. Se continúa queriendo curar con la
misma medicina.
Otro de los problemas, sino el
principal, a resolver, es el del imperio
de la ley. Este, desde hace muchos años, ha dejado de ser una meta general para
convertirse en privilegio de los que mandan o tienen la posibilidad de influir
sobre los jueces. Así vivimos en ascuas por temor a que no se cumpla con el
respeto a las minorías y que no se
juzgue y castigue a quienes lo merecen.
La podredumbre del sistema judicial debería
ser atacado, no basta con una buena política económica, necesitamos jueces que nos aseguren, con sus
actos, que son responsables, que no se conviertan en instrumentos del
Gobierno. La gente tiene que sentirse protegida, segura, para gozar de los derechos constitucionales de
“trabajar y ejercer toda industria lícita, de navegar y comerciar, de
peticionar a las autoridades, de entrar, permanecer, transitar y salir del
territorio argentino, de publicar sus ideas sin censura previa, de usar y
disponer de su propiedad, de asociarse con fines útiles, de profesar libremente
su culto, de enseñar y aprender”.
Insisto en la defensa de la democracia
por la cual podemos juzgar la performance de los gobiernos y sacarnos de encima
a los que son ineficientes o pretenden un camino hacia la restricción de la
libertad. Ante tanta manifestación callejera, piqueteros, intelectuales, personajes
de la calaña de Juan Grabois, devotos de
la acción directa, es pertinente recordar, que los mismos pilares de la
democracia pueden servir para su destrucción. Es el único sistema político que
puede auto eliminarse.
Para alcanzar soluciones razonables nuestro
voto debe ser responsable, deberíamos exigir progresar en un ambiente superador
de las diferencias que dividen, con un clima propicio a las actividades
económicas. No claudicar en la defensa
de las instituciones que nos protegen del autoritarismo, ni ser complacientes
ante cualquier intento de concentración del poder. Herbert Spencer nos alertó
sobre políticas socialistas que esclavizan al individuo a toda la sociedad con programas de bienestar social que obligan a
trabajar bajo coacción para satisfacer los deseos de los otros. Nuestro amo
puede ser uno o la comunidad.
La
acción principal de un buen gobierno debe consistir en respetar y fortalecer la
acción electiva de las personas, por lo tanto, su libertad y autonomía, estimulando sus emprendimientos
voluntarios, dejando de lado la política de privilegios y dádivas a partidos y
corporaciones. La sociedad es un proceso natural y no un proyecto artificial, fruto de la
meditación iluminada de políticos o filósofos, a los cuales, obviamente,
podemos recurrir para intentar mejorar nuestra vida.
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