Las cuotas de poder en las organizaciones
Martín Sáiz
Licenciado y Magíster en Recursos Humanos. Doctorando en Administración de Empresas e Historia.
Los clientes son los verdaderos
líderes organizacionales. A partir de un acceso casi irrestricto a la
información del mercado y los servicios de las empresas en él, eligen a quien
comprar viendo ya lejanos los tiempos en que las organizaciones decidían lo que
los clientes debían adquirir o consumir. El factor clave en este nuevo
liderazgo, sin duda alguna, son las nuevas tecnologías. Nuevas plataformas de
interacción permiten a los clientes no sólo decidir sino también evaluar la
experiencia y compartirla con otros usuarios.
Valga este primer párrafo
introductorio porque el liderazgo de los clientes permite en consecuencia
analizar qué está pasando con el poder dentro de las organizaciones. Una
primera lectura lleva a pensar que el poder lo tiene el cliente: es quien
decide comprar en plena libertad de acción. Sin embargo, cualquier libro de
administración editado décadas atrás nos enseñaba que el poder residía en
aquellos con mayor jerarquía dentro de las organizaciones, basados en
concepciones militares y religiosas de la organización estructural. En otras
palabras, la jerarquía prima en las decisiones por ende quien decide al máximo
nivel es poderoso. En esta contraposición de ideas tradicionales e innovadoras
surgen algunos interrogantes ¿por qué el poder se ha corrido desde el plano
interno al externo de las organizaciones? ¿Se ha alejado el poder de la
jerarquía? ¿Es necesaria la concentración de poder y la delegación de
responsabilidades? ¿Acaso el empoderamiento está alcanzado niveles tales que la
dependencia de organizaciones dejará de ser tal?
Por estos días varias iniciativas
metodológicas llaman la atención en relación al poder. Empresas como Netflix
apuestan a la extinción de jefaturas, las metodologías ágiles apuestan a romper
organigramas en búsqueda de resultados superiores e interdisciplinarios y cada
vez más cantidad de profesionales apuestan a la especialización por sobre la
generalidad propia de un decisor de máximo nivel.
El poder ya no está cómodo en la
cúpula organizacional. Con el paso de los años y tal vez sin que nos hayamos
dado cuenta, visitó los distintos espacios de la empresa en búsqueda de nuevas
experiencias. Se alejó de la jerarquía y se acercó al conocimiento. En esa
primera etapa, aquellos especialistas en algo fueron las estrellas más
preciadas. Aquellos con mejores sueldos y beneficios porque su poder residía en
un conocimiento único capaz de transformar realidades y obtener resultados
inesperados. En una segunda etapa, y creo que es la actual, el poder se alejó
del conocimiento individual para acercarse a las metodologías de trabajo y las
fronteras de una organización.
Puede sonar descabellado que
recepcionistas o vendedores sean quienes acumulen poder por estos días. Sus
roles de “frontera” o de “representantes de la empresa” ante externos ha tomado
dimensiones inusitadas. Una mala respuesta en Twitter, una grabación inesperada
de un empleado o una publicación en Facebook desafortunada, puede ocasionar
pérdidas económicas que los antiguos libros de administración jamás hubieran
podido imaginar. Al igual que las fronteras, las metodologías de trabajo también
reconsideran la ubicación del poder: aquellos que desarrollen la capacidad de
generar resultados innovadores de manera eficiente, serán poderosos. Y en esas
nuevas formas, los grandes jefes no son muy considerados.
En esta columna, pretendo
compartir que la tradicional idea de concentración de poder asociada a la toma
de decisiones jerárquica está en crisis. Ese intangible llamado poder, ése que
muchos anhelan y pocos parecieran detentar ya no reside en una mesa de
dirección. En la actualidad, distintos individuos y distintos espacios
colectivos asumen “cuotas de poder” en función de alguna ventaja competitiva
demostrable. En algunos casos será el conocimiento, en otros las formas de
trabajo. Por ende, ya no existen escenarios de concentración de poder. Esas
cuotas de poder se validan día a día, ya no son eternas. Tener poder ya no
implica poder tomar decisiones sino tener la capacidad de influenciar
empleados, construir relaciones de confianza, ser respetado por el conocimiento
propio, demostrar que se comparte, alinear comportamientos, generar
identificación, ser ejemplo en acciones y estar presente cuando los otros más
lo necesitan.
Al final del día, termina siendo
imposible desligar al poder de la política. Esa ciencia que el ámbito privado
suele ver con desprecio pero que resulta indispensable abrazar para gestionar
el poder actualmente en las organizaciones. Hay que fomentar y promover cuotas
de poder en distintos líderes y formas de trabajo, alejarlo definitivamente de
la jerarquía, apostar a su desconcentración, acercarlo lo más posible a los
clientes y permitir que los empleados se conviertan en reales embajadores de
nuestras empresas. Dichas cuotas de poder, son claves para mantener a los
empleados comprometidos y a las empresas competitivas.
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