Latinoamérica: relato y realidad
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
En unos pocos días, Latinoamérica se vio
desbordada por conflictos ¿sociales? que se ¿expresaron? en distintos países de
la región y que en ciertos casos comparten algún patrón en común.
Por un lado están los casos de Chile,
Ecuador y Colombia; mientras que por el otro tenemos a Bolivia.
Los conflictos en los tres primeros se
sucedieron luego de que sus gobiernos anunciaran reducciones de los subsidios o
de alguna otra medida de alto impacto en la economía cotidiana de sus
habitantes, principalmente de los de menos recursos.
El estado DEBE evitar ser deficitario, los
gobernantes no tienen derecho a endeudar irresponsablemente a la
población. Por eso, cuando un estado da
pérdidas tiene sólo dos opciones: o reduce sus gastos, o aumenta sus ingresos,
ya sea subiendo los impuestos, endeudándose o generando inflación. No hay ninguna solución mágica fuera de
estas.
Una población empobrecida, tiene poca
capacidad económica como para acomodarse a una realidad más dura. Por ello, la suba de impuestos, el retiro de
subsidios o la inflación (debido a la emisión monetaria), sólo empeoran la
situación y producen indignación.
Entonces, ¿cómo se puede evitar que el
estado dé pérdidas? La única opción lógica
y efectiva es bajar el gasto público.
Como en cualquier casa de vecino, si se gasta más de lo que se gana se
generan deudas y problemas; si no hay forma de aumentar los ingresos, no queda
otra opción más que bajar los gastos, y se debe comenzar con los gastos más
superfluos.
La política gasta miles de millones de
dólares en cosas innecesarias, en favores políticos, en una burocracia
enfermiza y en un exceso de empleados públicos que sólo sirven para enmascarar
desocupación y para acomodar a familiares y “gente
del partido”.
Pero ¿por qué las personas no reclaman
contra esto que es tan obvio? Simple,
porque no lo ven. Y no lo ven no por
brutos, sino porque desde sus primeras letras en la primaria, han sido
adoctrinados en las ideas del socialismo, hoy reinventado en lo educativo y
cultural como posmodernismo, y en lo político como progresismo.
Se ha instalado en el colectivo, una
desconexión entre causa y efecto, lo que lleva a que se exijan beneficios
económicos cuyos costos y consecuencias son negados por los líderes y
promotores de las movilizaciones, apoyados estos por enceguecidos
manifestantes, que gracias al adoctrinamiento continuo, desconocen las secuelas
de las medidas populistas o las consideran un invento de los más poderosos para
"explotar al pueblo".
Un claro ejemplo se da en la Argentina, en
donde se escucha a los miembros del futuro gobierno hablar de “poner plata en el bolsillo de la gente”. Esta propuesta, que es sin dudas muy
seductora, esconde un costo gigantesco que desconocen los que menos tienen y
que serán justamente los que lo pagarán.
Por supuesto que los “líderes
sociales” culparán a “los oligarcas”
por este costo que es en realidad generado por ellos mismos.
La búsqueda del bienestar no se alcanza con
actos esporádicos y reactivos. Las
condiciones actuales son producto de las decisiones pasadas, y las decisiones
que hoy se tomen tendrán consecuencias futuras.
El no tener en cuenta los efectos a futuro de nuestros actos y sólo
pensar en satisfacer el hoy sin considerar las secuelas del mañana, es propio
de un niño, de un ignorante, de un caprichoso, de un necio o de un idiota.
No es un problema de buena voluntad, la
economía sigue leyes tal como las sigue la física; con buena voluntad no
alcanza para tirarme de una terraza y volar, la gravedad no negocia con el
voluntarismo, Peter Pan no existe.
El vivir en un mundo de fantasía, donde se
niegan los hechos y la verdad por resultar contrarios a lo que el relato
necesita, nos aleja cada vez más de la realidad y de la posibilidad de que,
todos y cada uno de nosotros, seamos dueños de nuestro destino, debido a que en
esta negación dejamos de tener parámetros efectivos.
Eso no sólo incumbe a lo económico. El bautizar Santiago Maldonado a un aula de
una Universidad, es una burla a la honestidad intelectual y una manipulación
pornográfica de la realidad.
Mientras muchos “borregos” siguen ciegos estos cuentos de ciencia ficción, los
políticos, los sindicalistas y los empresaurios, disfrutan de “la gran vida” a sus costillas.
Lo que sucede en Bolivia tiene un origen
distinto. En un intento por parte de Evo
Morales de eternizarse en el poder, siguiendo la escuela de los cesarismos de
Venezuela y Cuba (con sus bemoles); el mandatario tensó demasiado la cuerda y
produjo la reacción de una parte importante de la población. Ante la negativa de las fuerzas armadas de
reprimir a los manifestantes (cosa que sí ocurre en Venezuela y Cuba), Morales
tuvo que renunciar y huir del país, dejando a Bolivia al borde de una guerra
civil.
La reacción de los bolivarianos tuvo que
ver con una negativa para con el absolutismo y a favor de los valores
republicanos, algo parecido a lo que está sucediendo en Hong Kong, donde la
población pretende una mayor autonomía con respecto a China. Es interesante ver la poca trascendencia que
tiene esta rebelión histórica del pueblo asiático a favor de las libertades
cívicas, mientras que en contraposición, el socialismo del siglo XXI,
aprovechando el descontento de parte de la población, desata el caos en
Latinoamericana.
Las demandas de los países Sudamericanos
son reales, sus necesidades y privaciones también lo son. Pero los actos vandálicos y los
desencadenantes no son espontáneos ni casuales.
Si creemos que “espontáneamente”
se quemaron al mismo tiempo más de 70 estaciones de metro en Santiago de Chile,
es que no queremos ver la realidad.
Volviendo a la Argentina y a la vista de
los “socios” que tiene el nuevo
presidente me pregunto, ¿Cuánto margen de maniobra tiene Alberto Fernández para
tomar medidas político-económicas?
Y por último una duda contra fáctica: si
hubiese ganado Mauricio Macri, ¿estaríamos viviendo una crisis del estilo de la
de nuestros vecinos?
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