A favor de la energía nuclear
Ian Vásquez
Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute, Washington D.C. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



En la Cumbre del Clima de la ONUque empezó esta semana, los líderes mundiales se comprometerán por enésima vez a reducir la emisión de gases de efecto invernadero.
El problema es que la mayoría de las propuestas para lograrlo –como los impuestos al carbono o el mayor uso de energías renovables– son costosas y hacen poco para reducir emisiones no deseadas (en EE.UU., por ejemplo, solo el 1,5% y el 6,5% de la electricidad se genera por energía solar y eólica, respectivamente). Eso explica en gran parte por qué ha habido escaso progreso en las campañas globales contra el calentamiento climático.
Existe, sin embargo, una solución ya comprobada que es largamente superior en términos ecológicos y de costo, comparada a las otras propuestas. Se trata de la energía nuclear. Según Joshua Goldstein y Staffan Qvist, es la única manera de descarbonizar la economía y poder satisfacer la creciente demanda global por la energía. Goldstein y Qvist son autores de un libro reciente (A Bright Future: How Some Countries Have Solved Climate Change and the Rest Can Follow), que para los expertos no es controversial, pero que desmitifica la energía nuclear para los demás.
Sus aclaraciones son útiles, ya que la oposición política hacia la energía nuclear ha sido fuerte en buena parte del mundo por varias razones. Una de ellas es que el movimiento verde tradicionalmente se ha opuesto. En los 70, por ejemplo, el ambientalista Amory Lovins explicó que “incluso si la energía nuclear fuera limpia, segura, económica, estuviese asegurada con abundante combustible y fuera socialmente benigna, seguiría siendo poco atractiva debido a las implicaciones políticas del tipo de economía energética en la que nos encerraría”. Para muchos activistas ecológicos, la meta es reorganizar a la sociedad para que no se base tanto en el mercado.
Para los menos ideologizados, los autores explican que la energía nuclear no emite gases de efecto invernadero, es “el uso de energía más seguro que la humanidad ha conocido”, y es factible económicamente. Suecia y Francia, por ejemplo, reemplazaron la producción de electricidad basado en combustibles fósiles casi totalmente por la energía nuclear, mientras que Alemania rechazó la energía nuclear a favor de renovables. La emisión de CO2 en Francia y Suecia es ahora menos de una décima parte del promedio mundial por hora de kilovatio. Alemania ha visto sus costos energéticos dispararse sin semejante reducción en sus emisiones carbónicas.
Goldstein y Qvist agregan que “en cada caso en que la energía nuclear ha sido parada, la energía renovable no ha llenado la brecha y las emisiones de CO2 han aumentado, mientras que en lugares como Ontario, en que se expandió la energía nuclear, tales emisiones cayeron”.
Solo ha habido tres accidentes nucleares en los 60 años de su uso, y solo en Chernobyl hubo muertos debido a la irresponsabilidad absoluta de los soviéticos. Aun contando varios miles de personas que también murieron de cáncer debido a ese accidente, la cifra está muy por debajo del por lo menos medio millón de muertes por año debido a las emisiones de carbono, y los accidentes en minas y represas hidroeléctricas.
Los autores explican, además, que los desechos nucleares son muy compactos y seguros de almacenar. Las plantas nucleares no han servido para que proliferen las armas nucleares ni pueden explotar como bombas atómicas.
Hay cada vez más innovación respecto a la producción de energía nuclear, lo que la hace más factible económicamente, pero en muchos países el sesgo político sigue imponiendo barreras y costos altos para su uso. Felizmente hay cada vez más políticos y ambientalistas que están tomando la energía nuclear en serio, pero hace falta priorizar su consideración.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 3 de diciembre de 2019 y en Cato Institute.
 

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