La paradoja de los dos sombreros
Alfredo Bullard
Reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.



Muchos padres les exigen a sus hijos que no fumen mientras ellos tienen un cigarro en la boca o que tengan modales en la mesa mientras hablan con la boca llena.
Nadie es buen supervisor de sí mismo. Solemos usar la “ley del embudo”: estándares exigentes para los otros y relajados para nosotros. Buscamos excusas de por qué nuestro caso es distinto al de otros e inventamos razones que justifican una excepción.
Tener dos sombreros no es bueno. El sombrero es, a fin de cuentas, un adorno. Lo importante es la persona debajo del sombrero. Es su cabeza (y no el sombrero) la que decide. Y es poco probable que un simple sombrero cambie sus parámetros y forma de pensar.
En el Estado los dos sombreros son el pan de cada día: fiscaliza y supervisa a otros y también a sí mismo. La pregunta es cómo hace para ser objetivo en uno y otro caso. De hecho, no lo es.
El 30 de diciembre pasado, como quien despide el año, Jorge Mori, funcionario del Ministerio de Educación (Minedu) comentó el reciente Decreto de Urgencia No. 034-2019, dado supuestamente para reforzar “la rectoría” del Minedu (Ministerio de Educación) sobre universidades públicas. Pero en el fondo es un artilugio para lograr lo que se dice, muy inocentemente, en la misma entrevista: “La ministra de Educación ya ha señalado que ninguna universidad pública va a cerrar”, para luego deslizar muy suelto de huesos que se evaluará en su momento la posibilidad que una universidad se presente por tercera vez.
En otras palabras: si la universidad pública no pasa la exigencia de Sunedu (Superintendencia Nacional de Educación Superior Universitaria), hay que ver cómo hacemos para salvarla. Y hay cinco universidades públicas que no han obtenido licenciamiento. Entre ellas se encuentra la Universidad Federico Villareal.
Los dos sombreros no son patrimonio de la educación universitaria. El nivel de exigencia a los colegios privados y los públicos es notoriamente diferente en los hechos. Y qué no decir de la salud pública, pues si una clínica privada tratara a los pacientes con el desparpajo con que los trata el hospital público, la clausuran.
El doble sombrero es una perversión institucionalizada que aceptamos con pasmosa indiferencia. Sus víctimas son los estudiantes, pacientes y consumidores que ven cómo son tratados de manera discriminatoria.
Pero además la “paradoja del doble sombrero” cuestiona por qué un ente incapaz de cumplir con las normas es adecuado para hacerlas cumplir a terceros. El Estado es un muy mal gestor, pero a la vez se atribuye la facultad de controlar la gestión ajena. Los mecanismos de supervisión y regulación que diseña no se restringen a cumplir ciertos estándares mínimos, sino sustituir decisiones gerenciales que se toman precisamente para manejar una actividad económica. Estas regulaciones sustituyen la competencia (proceso en el que el ensayo error va perfilando las mejores opciones para los consumidores) por el error perpetuo de creer que el estándar regulatorio es el adecuado sin someterlo a los rigores de la competencia. Regulaciones como las de Sunedu han reducido espacio para innovar y encontrar nuevas formas de hacer lo mismo, para sustituirlos por obligaciones legales rígidas e innegociables.
Pero así es la ley del embudo: ancha para mí, y delgada para ti.


Este artículo fue publicado originalmente en Perú 21 (Perú) el 4 de enero de 2019 y en Cato Institute.

 

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