La historia de nunca acabar
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
“La propiedad no es solo un reclamo, sino un conflicto de
reclamos, sobre algo que escasea, y los derechos de propiedad son la acción
concertada que regula este conflicto”John R, Commons
Todo ser humano quiere lo mejor, pero no todos lo alcanzan,
porque los bienes son escasos, de allí que aparecen los conflictos sociales a
veces pacíficos y otras impregnados de violencia. Lo curioso es que la mayoría
de quienes protestan en las calles despotrican contra el sistema que puede
mejorarles el nivel de vida. Odian a los empresarios y la riqueza que generan
donde no la hay. Aprueban lo que llaman “justicia social”, consiste en que el
Estado les quite a los sectores
productivos para que lo reparta entre los pobres.“No saben lo que hacen”, se
cavan su propia tumba. Justamente le dan vuelta la cara al sistema que se basa
en la producción masiva, lo que explica que infinidad de bienes a los que los
pobres no podían acceder, hoy puedan gozarlos.
Desde las universidades y los medios de comunicación
también se rechaza olímpicamente al capitalismo, aunque vivan holgadamente del
sistema y a pesar de los datos inequívocos que les da la historia sobre el
socialismo real.
Es así que los que
se dedican a la política llegan a las más altas esferas del poder con ideas que
destruyen la economía, pretendiendo dirigirla desde el Estado, convirtiéndola
en subdesarrollada, despilfarrando y haciendo avanzar la corrupción, fenómeno
que se origina en el poder y que se hace mucho mas presente en los regímenes
autoritarios donde a los funcionarios se les hace fácil actuar
discrecionalmente.
Para que mejore la
sociedad es imprescindible que haya acumulación y concentración de capital. En
Cuba como en Venezuela la acumulación es poca, por ello lo consumen los
magnates, que son los que gobiernan y sus amigos, mientras la gente vive
miserablemente. En cambio, en la Argentina de 1862 a 1942, fue la expansión de
los mercados lo que permitió emerger un estado moderno producto de las
políticas liberales, llegando a tener sus habitantes mejor nivel de vida que
los países de Europa occidental. Mirándonos hoy, parece mentira. Los políticos
de hoy buscan solamente votos, por eso no crean, como la generación del 80, condiciones que permitan a las personas ir
detrás de sus propios proyectos, y elegir qué quieren hacer de sus vidas.
La democracia, cuando funciona de acuerdo a gobernantes
populistas, se basa más en la igualdad que en la libertad. De este modo, se
degenera consintiendo a los burócratas
de turno, apropiarse de la riqueza que forja el sector privado, mediante un
discurso de campaña mentiroso, por el cual se les hace creer a los de menores
recursos, que pueden y deben igualarse con los ricos. De ahí que crecen, exageradamente,
sus expectativas: pretenden tener muchos más derechos que deberes. Odian la
desigualdad sin entender que la igualdad a la que todos podemos aspirar es la
igualdad ante la ley, que las oportunidades dependen de ello y de la capacidad,
el azar, y otros factores, no de la
generosidad del Estado. Algunos fracasan en el intento y otros son exitosos, generando
riqueza y progreso si es que no encuentran los obstáculos que, arbitrariamente,
por lo general, les presentan gobiernos enamorados de la planificación central.
La sociedad civil, tan vapuleada en la actualidad, no es solo la herramienta más eficaz para
limitar al Gobierno y para promover la democracia y el pluralismo, tiene,
además, un papel fundamental en el afianzamiento del sistema capitalista,
también en el de una justicia independiente. La razón es, que este sistema se
basa en la propiedad privada y el mercado, ambos necesitan del Estado de Derecho para
controlar las acciones invasoras del Gobierno sobre los derechos de la sociedad
civil y la propiedad privada.
El desarrollo del
capitalismo desde la mitad del siglo XVIII, permitió los avances de la sociedad
moderna, de la riqueza material y cultural más grande de la historia, fue
reconocido por Marx y Engels aunque predijeran su expiración. En Argentina
cuando se llega al poder no se lo recuerda. Se prefiere el ataque al sector
privado para quitar el control que pueden tener sobre los actos de gobierno.
Cuando la sociedad civil saca pecho mediante la actividad privada aparece uno
de los controles más firmes sobre el Gobierno, el cual ya no puede hacer lo que
quiere. Se hace más visible a la sociedad, más transparente. Debe dar cuentas
de sus actos. Es por ello que el Estado tiende a fagocitarla. Debilitarla es
poder ejercer el poder a “piacere”, conseguir votos llenando las empresas estatales de puestos políticos,
enriquecer a funcionarios, parientes y amigos, crear empresas fantasmas y
otras prácticas corruptas. A más Estado menos democracia, menos libertad, menos
transparencia de los que gobiernan.
No habrá progreso sin respeto por la propiedad privada que
comienza en el respeto a la persona, y es factor necesario para que se
preserven las libertades individuales. Hay que exigir la eliminación de todos
los obstáculos que no permiten el desarrollo natural de la actividad económica.
El Estado en vez de impedir debería asegurar el funcionamiento del marco
normativo que asegure el funcionamiento de la libre competencia y estar solamente donde no llegue el mercado
para paliar situaciones de urgencia o necesidad.
La ayuda estatal debe dejar de ser general. Solo se debe
dar al que realmente lo necesite y que esa ayuda se acompañe con incentivos
para conseguir trabajo. No debe ser una
carga demasiado pesada para los contribuyentes. La mejor ayuda no es por
coacción, es voluntaria.
En Argentina la política de incentivar el odio a los ricos
creó una elite chupasangre: funcionarios del gobierno, sindicalistas,
acomodados, protegidos con sueldos enormes y jubilaciones espectaculares, además
de los privilegios que les da el poder.
Es así que estos “nuevos ricos” no lo son por el trabajo, la creatividad, el
riesgo de un proyecto, sino por las facilidades que les da un gobierno
acaparador, que con la mentira de los aumentos, licuados por la inflación,
mantiene asegurados los votos de quienes prefieren ser esclavos de las dadivas
del Gobierno, en vez de buscar el sustento por su cuenta.
La prosperidad de sectores cada vez más amplios de la
sociedad dependerá de si se abraza el sistema democrático, republicano y
capitalista. Los ejemplos que nos da la historia económica no nos permite
dudarlo. La desigualdad es inevitable, no es producto de privilegios políticos
concedidos a personas o grupos por amistad o conveniencia, sino consecuencia de
la acción electiva de la gente, abierta a la competencia que se da en el
mercado y, por lo tanto, puede modificarse porque deviene, espontáneamente, de
las acciones de todas los individuos que participan en él.
La Justicia contribuye a la paz social, impidiendo
cualquier violencia arbitraria sobre los bienes de las personas, incluso la del
poder político. Este último debe ser limitado para que el derecho de propiedad
sea estable y perdurable. Se debería rechazar la demagogia populista mejorando
la democracia. La competencia de poderes tiende a no ser aceptada por quienes
asumen el Gobierno, sobre todo por funcionarios dirigistas e intervencionistas
opuestos a la libertad económica.
El cambio político
que necesita nuestro país tendría que comenzar por cambiar las ideas de la
gente y sobretodo del liderazgo, enseñar que la libertad, el bien más preciado
sobre la tierra, aunque algunos no se den cuenta hasta que la pierden, se halla
ligada a la idea de propiedad y a la de igualdad ante la ley. Que subsista
depende de la forma y contenido que adopte el Gobierno. De él depende también
la operatividad de la Justicia.
Todo el que, sin prejuicios, intente ver la realidad tal
cual es se dará cuenta que cualquier política que vaya contra el sistema capitalista
creará, como lo muestra la historia del Mundo, un monstruo devorador de poder y
riqueza. Se cumplirá lo que bien definió Mussolini: “todo dentro del Estado,
nada fuera de él”.
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