La esperanza es la juventud alberdiana.
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
El peronismo desde su nacimiento hasta 1955, fue un sistema colectivista similar al
fascismo italiano. Perón vio, personalmente en Italia, cómo funcionaba en su
lugar de origen y lo adaptó a nuestra Patria. Destrozó al sistema que hizo
conocer a la Argentina en el mundo, como uno de los países más prósperos del
planeta. Desde entonces no pudo implantarse, a pesar de uno o dos intentos
fallidos, el sistema republicano y capitalista que produjo el bienestar de las
naciones que lo adoptaron y mantuvieron,
o lo abrazaron después de la
Segunda Guerra por motu proprio u obligados por Inglaterra y EEUU, como fue el
caso de Alemania, Italia y Japón, luego de la rendición incondicional.
En Argentina anida
la corrupción y la demagogia, cualidades inherentes al régimen peronista. Con
Alberto y Cristina seguimos adheridos a él pero con el agravante, de que no
disponemos de los antiguos recursos para pagar la similar y catastrófica
aventura. Es así como, a poco andar, se perfila una crisis de fondo que no tardará
mucho en mostrar la cara
El Ministro de
Economía, Martín Guzmán, en su discurso de hace unos días, ha dicho poco y
nada, tiró el anuncio de las soluciones para más adelante. No importa que “el
pueblo quiera saber de qué se trata”. Como el anterior Gobierno éste retacea un plan de estabilización con
medidas que abarquen las reformas estructurales necesarias para despegar. En
Argentina aunque se enojen mis colegas, los historiadores, “la historia se repite” con solo pequeñas
modificaciones.
Mientras tanto, la inflación, una verdadera enfermedad
nacional, sigue su curso impidiendo
desarrollar a nuestro país, destruyendo
la ética que debemos preservar para vivir,
amistosamente, en sociedad. Alcanza
ya, niveles preocupantes, difíciles de contrarrestar. Si no se aumenta
la preocupación por ello, en poco tiempo estará fuera de control, con los
graves inconvenientes que ya conocemos por la reiterada bienvenida que se le ha
dado, a través de los años, en el país. La primera medida para contenerla es
bajar el gasto, es imprescindible una
reforma del Estado destinada a reducir su tamaño. Se puede hacer explicando a
la sociedad la necesidad, urgente, de implementar un plan coherente para
hacerlo, so pena de que sigamos
trabajando para contentar al Estado en vez de hacerlo para concretar proyectos
propios.
Este Gobierno, si no
cambia el rumbo, perderá el control
sobre el recorrido ordenado que debería
tener la economía nacional. Lo que el país sea en el futuro dependerá, en gran medida, de si nos decidimos, o no,
a combatir el proceso inflacionario. No hay margen para una nueva
equivocación en el camino que tomemos para salir de la crisis. Hoy sabemos que es imprescindible combatirla,
pero no, con planes
de desarrollo hechos por burócratas que se creen omniscientes. Emitir, para mejorar,
es una solución demagógica que nos llevará al averno, una vez más. No funcionó en el pasado, no tiene por qué hacerlo ahora.
Hay soluciones probadas en otros países: alentar la
inversión evitando la actitud infantil que se tiene frente al FMI y otros
organismos de préstamo. Demostrar que
vamos realmente, sin claudicar, hacia una sana disciplina en materia
financiera, monetaria, y de respeto y
estímulo a la iniciativa privada.
No deberían, los
responsables de orientar la economía, engolosinarse con políticas desarrollistas que nos llevan a
mayor gasto público en vez de encarar la estabilidad monetaria necesaria para
resurgir, clave para limitar el déficit del presupuesto.
Sería saludable, terminar con los controles, intervenir solo en casos críticos,
manteniendo siempre el rumbo hacia una economía libre donde se le permita a la
gente ser la que desarrolle al país en vez de los planes estatistas y
dirigistas de un Gobierno glotón..
La experiencia muestra que se debe dejar al mercado de
cambios actuar libremente, sin
controlarlo. Es la manera de que la economía se vaya reajustando, aunque al principio se encarezcan algunos
productos de la canasta básica. Por el contrario, si se continúa con la política de controles,
no solo se agravarán los males que estamos sobrellevando, se institucionalizará
la corrupción tal como en la década kirchnerista. Tenemos frescas, en la memoria, las imágenes que mostraban a los favoritos
del Gobierno convertirse en millonarios, como en el cuento de princesas, Cenicienta, de la noche a la mañana.
Se hará natural, que se comience con los anuncios de planes demagógicos de obras públicas que no se realizan, anzuelos para tener contentos
a los ingenuos que no saben de
sobreprecios y creen en las promesas de desarrollo del país desde el
Estado.
Según parece, la reactivación económica será producto del dinero que el
Gobierno pondrá en los bolsillos de la
gente, mediante generación de
inflación, o sea, emisión,
más impuestos distorsivos para recuperar caja. El pasado nos condena: incrementarán los costos internos, los salarios no podrán
alcanzar el nivel inflacionario, la producción básica exportable quedara fuera
de competencia en los mercados internacionales y la presión se trasladará al mercado de
cambios. El conocido círculo vicioso.
Manejar dictatorialmente la economía, siempre,
ha sido igual a mercado paralelo
de cambios y distanciamiento del mercado
oficial. El resultado es siempre el mismo: la emigración de capitales, la
evasión de impuestos y la
corrupción. Funcionara el mercado negro
de todos los productos que queden
sometidos al control de precios. La honestidad, ante un ambiente de “sálvese
quien pueda” no valdrá la pena. Ser honorable no sirve cuando el Estado ahorca
con dirigismo: retenciones al campo, regulación de precios, permisos o cupos de exportación e
importación, adjudicaciones arbitrarias. Cuando se destruye la economía no
queda mucho margen para actuar. La corrupción es, en la mayoría de casos, el camino obligado.
Esta situación siempre se
empeora con la falta de ayuda externa que será muy difícil de conseguir
sin una posibilidad de desarrollo
sustentable a la vista. Nadie presta si
no existe capacidad de pago.
Ante el riesgo de
caer otra vez en el mismo pozo, la solución sería que se deje, de una vez por todas, de aplastar la iniciativa privada, restringiendo las libertades que emanan de la
Constitución. La esperanza de lograrlo está, en mi opinión, en la juventud liberal,
la cual, con valentía, está asomando la cabeza, libre de ideas
nacional-socialistas.
El impedimento que
tiene el liberalismo para crecer es producto de la mayoría de sus liderazgos,
que por egos personales, no fomentan la unión de todos los liberales, incluso
de los más desteñidos, en un único partido liberal que pueda actuar a nivel
nacional. Es imprescindible,
convertir al partido en una
empresa política, con recursos
suficientes como para diseñar campañas de difusión de ideas y atracción de votos,
sin los cuales quedan del otro lado del camino hacia el poder, meta final de
cualquier proyecto político.
Quiero creer que la UCEDE, por ser el partido liberal que
se conoce en todo el país, apenas pronunciado su nombre, como también el de su
líder fundador, el Ing. Álvaro C. Alsogaray, modelo de político e intelectual,
sea el que abra las puertas a esa juventud que necesita una verdadera plataforma para dar el gran salto que permita
resurgir a la Argentina.
Últimos 5 Artículos del Autor
.: AtlasTV
.: Suscribite!
Dejanos tu email y recibí novedades y todo lo que te podemos ofrecer!