Virus empático
Alfredo Bullard
Reconocido arbitrador latinoamericano y autor de Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales. Bullard es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.



¿Tiene sentido que el gobierno nos encierre en nuestra casa, imponga toque de queda o cierre las fronteras? Sí lo tiene. Hay una explicación económica relativamente simple: los costos privados de contagiarse son menores a los costos sociales de contagiarse.
La salud general es un bien público (como las calles, la seguridad y ciertos tipos de justicia como la penal). Su provisión sería insuficiente si la confiamos solo a las decisiones de los individuos. Por eso solemos encargar al Estado suministrarlos.
Muchos dicen hoy que son libres de asumir el riesgo de contagiarse. Eso sería cierto si es que contagiarse no generara externalidades, es decir, costos a terceros. Es como decir que soy libre de manejar mi carro como quiero porque si choco el que se muere soy yo, sin medir las posibles muertes de terceros.
Usted puede asumir el riesgo de enfermarse y eventualmente morir. La gente que fuma asume riesgos parecidos, y en principio la dejamos en libertad de hacerlo. Si usted valora el beneficio de ir a una fiesta (divertirse) y contagiarse más que el costo del riesgo de contagio (porque cree que es joven y no enfermará gravemente, o simplemente porque ama el peligro) posiblemente irá a la fiesta. Pero contagiarse genera el riesgo de contagiar a otros, y al hacerlo hay una parte del costo de su acción que no recae en usted sino en terceros (que no han ido a la fiesta) que no han aceptado asumir ese riesgo. Por eso excluye esos costos de su cálculo.
Como decía John Stuart Mill, la justificación para intervenir en las libertades de las personas está solo en impedir que causen daños a otros (es decir externalidades). Eso pasa con la salud. La vacunación contra ciertas enfermedades es obligatoria y suele ser subsidiada por el gobierno. De no ser así se vacunaría menos gente que la cantidad óptima para evitar contagios.
Pero tenemos un Estado ineficiente y con mala capacidad de gestión. Es casi seguro que no consiga totalmente su objetivo de evitar las externalidades que los irresponsables causan a otros. O, dicho de otra manera, la capacidad del Estado va a ser muy limitada a pesar de las buenas intenciones en las medidas que está tomando. Por ejemplo, es virtualmente imposible que obligue a la gente a lavarse las manos continuamente.
Ante ello estamos todos equipados biológicamente con lo que se llama empatía. Producto de nuestra evolución hemos desarrollado emociones que nos llevan a proteger a las personas cercanas (como nuestras familias y amigos). Empatía que explica, como decía Adam Smith, por qué nos afecta tanto que muera alguien de nuestro vecindario más que miles de personas en China por la misma enfermedad.
La empatía hace que decidamos invertir recursos propios en proteger a los más cercanos. Si pensamos, cuando vamos a asumir un riesgo de contagio, en las consecuencias para personas cercanas que queremos y que son vulnerables (nuestros abuelos, o padres o un amigo o amiga mayores), incorporaremos en el cálculo de nuestra acción al menos parte de los costos que podemos generar, y al hacerlo nuestra conducta será más racional, incluso si el Estado fracasa. Finalmente, la clave es convertir la empatía en algo más contagioso que el coronavirus.

Este artículo fue publicado originalmente en Perú 21 (Perú) el 22 de marzo de 2020 y en Cato Institute.


 

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