Un debate impostergable: China y Occidente
Martín Sáiz
Licenciado y Magíster en Recursos Humanos. Doctorando en Administración de Empresas e Historia.



 
Nadie esperaba este presente, ni tantos paradigmas puestos en discusión. Nassim Taleb bien podría levantar sus banderas y decir que el Coronavirus es un cisne negro, uno de esos que un europeo de antaño no conocía. Un impacto inconmensurable, algo sumamente extraño y conspiraciones de todo tipo para explicar lo inexplicable.
 
En esta columna dejaré de lado los aspectos sanitarios de la Pandemia, así como también las diversas estrategias de contención que gobiernos de los cinco continentes llevaron adelante; no quisiera estar en sus zapatos enfrentando muertes y viendo como las economías se derrumban frente a sus ojos.
 
En esta columna, quiero compartir una reflexión en el marco de la política internacional y con una mirada a futuro, lejana a los problemas inmediatos que hoy nos aquejan a todos. Me refiero a la relación entre China y Occidente; a la imperiosa necesidad de reconsiderar las relaciones generales entre una parte del mundo y un país que se revela como un mundo en sí mismo.
 
Creo a veces no dimensionamos a China. Dentro de sus fronteras viven 1.400 millones de personas, lo que lo ubica como el país más densamente poblado del mundo aunque siendo el tercero en superficie. En suma a esto, más de 10 millones de chinos viven fuera de su territorio. Llama la atención que lo sigue India con 1.350 millones de habitantes y que el tercero es Estados Unidos tan sólo con el 24% de población que China casi en la misma superficie territorial. 32 Argentinas caben dentro de la población China.
 
No son los padres de la ideología, pero han hecho mucho por ella. El Comunismo ruso de mediados del siglo XIX halló en el Manifiesto Comunista su base para explotar en 1917. Sin embargo el Comunismo Chino tuvo en Mao Zedong y el Partido Comunista de China la punta de lanza para mostrar al mundo una vertiente comunista propia y distintiva cuyos rasgos principales continúan vigentes en la actualidad.
 
Resulta por menos discutible que China siga pensándose comunista: en 2019 la cantidad de nuevos millonarios en China ha triplicado a la de nuevos millonarios en Estados Unidos. Jack Ma se ha convertido en un referente del management moderno y en menor escala todos aquellos que han podido recorrer el mundo experimentaron la presencia en masa de clases medias chinas en cualquier latitud turística. No entiendo como un país comunista podría ser el segundo país más rico del mundo con un PBI de 11 mil millones de dólares en 2019. China ya no combate el capital, pareciera ser más capitalista que el propio sistema.
 
Recuerdo meses atrás los intercambios entre Donald Trump y Xi Jinping por la “guerra comercial” que los enfrentaba. Los métodos de producción pero más aún la cultura de trabajo hacen que China se convierta en un competidor cuasi desleal para cualquier empresa occidental. Producción y trabajo con una fuerte intervención estatal devienen una fórmula de costos muy inferior a lo que Occidente puede generar. Y eso a la luz de los hechos, trae inconvenientes.
 
Por último, y tal vez lo más sensible en relación al presente tiene que ver con su cultura. Todas y cada una de sus aristas se revelan muy antagónicas a lo habitual en Occidente. Sólo vale recordar que el “ground zero” del Coronavirus fue un murciélago hervido en Wuhan.
 
Intenté en los párrafos precedentes dimensionar a China. Evidenciar lo distinto que es este país en relación a Occidente y ciertas magnitudes que, como anticipé al inicio, lo convierten en “un mundo en sí mismo”. Por eso la relación política futura (y dentro de ella el comercio, el intercambio comercial, demográfico, cultural, etc.) creo debería pensarse en términos de dos bloques: Occidente y China. Otra realidad es que China tiene tres vecinos por igual particulares. En décadas pasadas ha sabido pacificar sus relaciones con Japón, India y Rusia. Tres pesos pesados de la política internacional y de la historia. Creo que esto no es menor para seguir dimensionando a China.
 
Tengo la convicción que el debate futuro entre Occidente y China es imperioso. Lo que más me preocupa y entiendo es el eje invisible de todos los párrafos previos, es la antagónica idea de libertad. Desde 1789 sabemos en Occidente lo que significa ser libres, y desde entonces hemos sangrado por ello. Porque nos resulta un valor innegociable por estas latitudes. El anhelo de ser libres nos trae problemas así como sentimientos únicos en torno a la naturaleza humana. De la mano de la libertad, Occidente ha sido el faro del progreso y la civilización en el mundo moderno.
 
No creo China pueda esgrimir mismas palabras. Allí las libertades individuales y la libre empresa, no son la norma. Y estos vectores impactan en su accionar geopolítico desvirtuando situaciones de variada índole. En décadas pasadas fue el Comunismo, ayer fue la guerra comercial y hoy un derivado impredecible de diferencias culturales. Mañana será otra cosa, esperemos de menor gravedad.
 
Me despido enfatizando que el debate entre Occidente y China será necesario luego de esta pandemia. Porque tengo la esperanza que sea posible consensuar amenizando las diferencias. Una instancia que sólo los defensores de la libertad pueden entender. 
 
 
 
 

 

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