¿El Covid-19 dejará un mundo más limpio?

César Yegres Guarache
Economista. MSc en Finanzas. Profesor universitario. Director Ejecutivo
de la Cámara de Comercio de Cumaná. Mención especial, Concurso Internacional de
Ensayos: Juan Bautista Alberdi: Ideas en Acción. A 200 Años de su Nacimiento
(1810-2010), organizado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
@YegresGuarache / cyegres@udo.edu.ve
Grandes ciudades con menos smog
aparente. Delfines que ahora aparecen nadando con más libertad porque las
embarcaciones no estarían atravesando con frecuencia sus espacios naturales. Arrecifes
limpios y cristalinos. Aves volando en cielos despejados. Imágenes agradables,
en fotos y videos que están circulando por las redes sociales. La forzada
cuarentena ha hecho que mucha gente piense que el “mundo se está dando un respiro” de la actividad humana, que ahora
el planeta “está más limpio” y que “estamos tomando conciencia de lo dañinos que
somos, la especie más dañina que habita en la faz de la Tierra” y que,
luego de culminados los plazos de aislamiento social, “no podemos volver al mismo sistema económico que ocasionó todo esto.”
Sin embargo, como suele ocurrir
con temas que se abordan de manera superficial e incompleta en las redes
sociales –y en no pocos de los medios de comunicación tradicionales- estas
afirmaciones acerca de las “bondades” climáticas indirectas del Covid-19 no
resisten el más mínimo análisis. Esta
semiparálisis de las actividades humanas por la cuarentena que hemos tenido en
2020 no explica cambio alguno en el medio ambiente, ni ahora, ni más adelante.
Desde una perspectiva histórica
amplia, de cientos de años, la temperatura promedio sobre la faz de la Tierra
ha tenido bruscas variaciones, al alza o a la baja. La erupción de los
volcanes; el proceso de fotosíntesis de las plantas; los movimientos
sísmicos; el gas metano que desprenden
las reses, los caballos y muchos animales similares en sus procesos digestivos,
se incluyen entre un montón de variables naturales que alteran el ecosistema.
Aunque los seres humanos no movamos un dedo, estos procesos siguen ocurriendo.
Por supuesto, el ser humano afecta
al medio ambiente, a su modo. Cada vez que un automóvil circula, que el agua
sucia de una lavadora es vertida en un lago, que se utiliza un aire
acondicionado o se enciende una fogata
en un patio para una parrilla o asado, se está contribuyendo a contaminar el
planeta. La alteración del medio que nos rodea es una externalidad de la
existencia misma de los seres humanos. Pero, los causales de contaminación
achacables al hombre no han sido homogéneos a lo largo de la historia. Precisamente,
la urbanización, los avances tecnológicos y la generación de riqueza de las
últimas décadas han traído a un hombre más claro de la necesidad de coexistir
más amigablemente con la naturaleza al tiempo que mejora su nivel de vida.
Por ejemplo, en el transporte: los
caballos, mulas y bueyes primero; pasando por el ferrocarril hasta alcanzar los
vehículos, barcos y aviones de la actualidad, cada uno de ellos han servido
para trasladar personas y mercancías con algún grado de eficiencia, economía de
escala y, no faltaba más, de contaminación. Los beneficios de viajar de un
continente a otro en pocas horas en un avión moderno superan con creces a la
alteración que ese viaje tiene en el medio ambiente. Y, a diferencia de lo que
antes ocurría, al combustible de dicha nave se le aplican elevados impuestos
por la contaminación que causa. En estos casos, la evidencia histórica es
clara. Las políticas públicas correctas, que incentivan los desarrollos de la
ciencia y la tecnología y los emprendimientos
empresariales han permitido crear productos y servicios de mayor calidad a un
costo relativo más bajo, poniéndolos al alcance de muchos consumidores y
contaminando cada vez menos que las versiones anteriores de esos mismos
productos.
Como parte de este debate, incluso
la globalización es preferible, desde el punto de vista ecológico que el
aislamiento y la autarquía de las naciones. Los métodos de agricultura y
ganadería a baja escala; el transporte local y nacional o la generación de
energía contando únicamente con las fuentes disponibles en el territorio de un
sólo país o de un grupo muy reducido de ellos son mucho más contaminantes que
sus similares aplicados como parte de un proceso de integración e intercambio
de muchas naciones.
Y, por último, pero no por ello menos
importante. Las estadísticas han permitido conocer la relación entre los
niveles de riqueza de un país y su contaminación ambiental en un montón de
países de forma significativa. Al trazar una curva que vincule al ingreso medio
por habitante con alguna variable indicadora de contaminación, la forma
resultante es una “v” invertida: a medida que un país crece económicamente es
probable que también se contamine, por lo que la curva asciende, pero llegará a
un punto en el cual, como parte de un aprendizaje derivado del desarrollo, se
conciben formas concretas de seguir mejorando económicamente con menores
niveles relativos de daño ambiental y ocurre un punto de inflexión en ese
ascenso de la línea, cambia de sentido y empieza a descender. De este modo, por
ejemplo, la sociedad alemana vive muy bien, en un ambiente limpio, e impulsa
iniciativas de cuidado ecológico que no interrumpen su progreso material. A diferencia de algún país pobre del
continente africano, donde las prioridades son las necesidades esenciales de
comida, agua potable o vivienda. No hay tiempo, dinero ni recursos materiales
para atender mucho más que eso.
Aparte de las secuelas ya
conocidas, el Covid-19 no está dejando a su paso un mundo más limpio. Lo que sí
quedará, al finalizar la pandemia, es más pobreza que antes. Y cuando se es
pobre, se suele pensar en muchas cosas antes que en el ambiente, a veces ni
siquiera en el más próximo.
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