El mercado del arte: Los austríacos tienen razón
Alba Orellana
Participante del webinar "Mises y la Escuela Austríaca de Economía", 2020.


¿Cómo podríamos explicar los abultadísimos precios que, cada tanto, alcanzan ciertas obras en el mercado del arte? Al pensar en “mercado”, distintas imágenes acuden probablemente a nuestra mente, pero casi con seguridad el mercado del arte no es el primero que evocamos. Suele resultar ajeno y diferente. Pero lo cierto es que, en realidad, este ámbito en particular ilustra los principios de la economía austríaca a la perfección.
 
En efecto, imaginemos una escena de una puja en un remate: una demostración práctica de la ley de la oferta y la demanda. El “piso” del vendedor es el precio base establecido de común acuerdo por la casa de subastas y el propietario de la pieza. Y así es como de un lado, sobre una tarima tendremos al martillero en la tarima con su “oferta” y, del otro, a los potenciales compradores, en sus sillas, como la “demanda”. Hasta aquí, ningún problema. Pero vamos a nuestra pregunta base. ¿Cómo explicar los precios?
 
Obviamente, el arte no es un “commodity”. Lo que sí diferencia el mercado del arte del resto es la “unicidad” de los bienes que se ofrecen, situación comparable, por ejemplo, a la del mercado de pases con los futbolistas estrella. Pero, ¿es esa la única razón para justificar los millones que se pagan por ciertas obras? ¿Alcanza esa “unicidad” para explicar, por ejemplo, la venta en subasta de una pintura de Leonardo da Vinci en más de 450 millones de dólares hace un par de años? ¿Se entendería acaso este fenómeno aplicando las teorías del valor de Smith, Ricardo o Marx?
 
Si tomáramos la teoría de valor de Adam Smith y David Ricardo, tendríamos que sumar antes que nada los costos del artista, desde el proporcional del valor locativo del taller hasta la amortización del caballete, la paleta o los pinceles y las compras del lienzo y los pigmentos. ¿Sería posible llegar así a esos 450 millones de dólares? Difícil, ¿no? Más bien, imposible. La respuesta, entonces, a nuestro interrogante, no pasa por ahí.
 
¿Y si tomamos la teoría de la plusvalía de Marx? Ésta es claramente inaplicable a los objetos de arte porque ¿cómo podríamos cuantificar objetivamente el valor de la posesión de un retrato realizado por Hyacinthe Rigaud, artista de la corte de Luis XIV? ¿Con qué criterios cabría medir la experiencia estética que brinda la propiedad de cierto objeto artístico? ¿O el orgullo que le brinda a su propietario exhibirla ante terceros? ¿O su carácter simbólico como indicador de status o pertenencia? Y por otro lado, ¿podríamos afirmar acaso que en la Italia renacentista Miguel Ángel era “explotado” por el Papa? ¿O que en la Francia prerrevolucionaria Elizabeth Vigée Le Brun era “explotada” por María Antonieta? Desde luego que no. Estas relaciones eran fruto de acuerdos libres entre privados, que como tales beneficiaban a ambas partes.
 
Volviendo a nuestra pregunta, la única teoría que certeramente nos puede esclarecer la razón de estos precios extraordinarios (alcanzados especialmente en remates de las emblemáticas Christie’s o Sotheby’s,) es la valoración subjetiva que hacen de esas obras los “consumidores de arte”, con sus preferencias individuales y cambiantes. Pensemos en el caso de Van Gogh. Totalmente rechazado en su momento, hoy es incluido en la historia del arte como un artista de primera línea. Los austríacos nos enseñaron que las valoraciones son, primero que nada, subjetivas y además cambiantes. Es exactamente lo que sucedió con este artista, que pasó del anonimato en vida al estrellato post mortem sin escalas.
 
En definitiva, si hay un ámbito en que la teoría austríaca del valor se revela con inusual claridad al tiempo que sirve para descartar otras teorías del valor que resultan irremediablemente erradas, es justamente el mercado del arte. A la hora de difundir los principios austríacos del valor tal vez sería útil añadir este ejemplo de singular claridad conceptual a nuestras herramientas pedagógicas recurrentes. 
 

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