La misma receta

Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
En Argentina,
parece ignorarse, que las políticas que se llevan por delante las instituciones
surgidas de la ética liberal, provocan
desastres sociales. Es la razón de que aún tenga tan buena prensa el terrorismo
idealista, consentir enormes cuotas de poder al gobierno sin protestar, y que
el Estado avance sobre la sociedad civil destruyendo las bases de una economía
capitalista.
El Gobierno actual continua con la misma receta de los gobiernos que erraron en la política
económica, también, parece no darse
cuenta de lo que provocará la emisión descontrolada sin tener un plan de
estabilización. La crisis económica solo se puede tolerar incentivando al sector
privado pero, el sistema capitalista, no
se puede consolidar sin poder limitado y
justicia independiente que robustezca al estado de derecho, el pluralismo
político y la libertad de expresión.
Argentina se diferencia de los países donde se
gobierna con la Constitución en la mano, se respetan la propiedad privada y la
libertad empresaria. Hace unos días, funcionarios del Gobierno han amenazado a empresas productoras de
alimentos obligándolas a aumentar la producción. Ello muestra como la
intervención estatal se agiganta haciendo bajar los brazos a los productores
privados. El Gobierno está revelando, con ésta y otras arbitrarias acciones,
que descree de la capacidad creadora del hombre y de la libre empresa y que
lo seduce el dirigismo y la planificación económica.
Como
siempre, se concertarán acuerdos espurios entre algunas empresas privadas y el
Gobierno. Empresas sometidas por el gobierno y los sindicatos a condiciones
laborales difíciles de igualar por su arbitrariedad, resolverán, por su
incidencia en los costos de producción, adherir a esa corrupta estructura a cambio de privilegios y niveles
de protección estatal.
Durante
el Gobierno del ex presidente Macri , vimos desfilar a numerosos empresarios
ante la Justicia, acusados de aceptar sobornos del Gobierno kirchnerista , para seguir en actividad o disputando favores.
Intrigan para obtener ganancias sin el
esfuerzo que implica la competencia leal. Aprovechan situaciones complejas para
obtener dadivas para sus empresas en forma de impuestos innecesarios a la
importación. Es así como baja la productividad y la calidad de los bienes. Todo
eso lo paga el país y aquellos sectores
que generan riqueza sin gozar de esos privilegios.
Por
otro lado, los sindicatos, ejercen el
enorme poder que mantienen, presionando para distorsionar la asignación de recursos
o posibilitar aberrantes transferencias
de ingresos, legitimando, de esta forma, este orden social ineficiente.
Cambian
los gobiernos, pero se mantiene el círculo vicioso. Mediante un juego electoral
gatopardista, se sugieren algunos cambios en la campaña electoral, pero cuando
llegan al poder, todo permanece igual. Solo
mudan las posiciones claves por incondicionales al partido gobernante. Una
estructura corporativa conviene a los funcionarios acostumbrados a pasar por
encima de la ley para obtener pingues ganancias, mientras, la productividad de un
gran sector de la sociedad se reduce miserablemente a la par que aumenta la
corrupción.
Si, como la realidad anuncia, la situación del país llevará a mayor
estatismo y concentración del poder, otro de los sistemas que continuará
intacto es el de las provincias. Todas,
en mayor o menor medida, son dependientes de la coparticipación. Como los
empresarios ligados al Estado, las provincias también seguirán apoyando al
Gobierno, el cual, puede extorsionarlas mediante las transferencias nacionales.
Los problemas que trae la coparticipación es un tema que los gobernadores
debieran explicitar pero se limitan a canjear recursos por obediencia.
Es posible pronosticar conflictos sociales de
gran envergadura, si el presidente Alberto Fernàndez, quien representa al ala
moderada del Gobierno, no puede mantener, al menos, una agenda abierta para
buscar soluciones, buena voluntad y prudencia política. La impresión es que está
muy solo. Cristina Kirchner, Axel Kicillof, La Câmpora, y el poder sindical no le darán respiro. Además, como señalaba Borges”
uno esta manejado por esos ayeres olvidados”; el Presidente, como la mayoría de
los políticos argentinos, hace, a menudo, irreflexivos comentarios favorables
al estatismo. Son pocos, los políticos que
se refieren a éste fenómeno, como causa principal de las gravosas y reiteradas
refinanciaciones de la deuda pública.
No
parece viable que se instrumente una política que nos ayude a tener un destino
mejor. Seguirá el Gobierno piloteando la turbulencia económica y social que
pronto tendremos encima, con el complicado sistema de controles que afecta a la
economía.
La crisis
obliga a despedir o suspender a muchos trabajadores de las empresas. Las que aún han podido
subsistir, con producción muy baja, son
obligadas a pagar parte del sueldo. No lo podrán seguir haciendo si no
producen. ¿De dónde sacará recursos un
Gobierno que basa su política en la noción de reparto para morigerar los
niveles de pobreza? No podrá esquilmar
perpetuamente al sector agropecuario, y a otras pocas empresas que, con dificultades, aun se
mantienen de pie. Conseguir préstamos le
va a ser difícil, sin la confianza que necesitan los organismos internacionales
para ser generosos. Menos aún, podrán contar con inversiones productivas. Además,
si no se consigue con los acreedores un
acuerdo que los satisfaga, la situación se complicará más aún.
Nadie
puede hacer política sin inspirar confianza y sin recursos, ambos nos faltan, sin olvidar que veintiún millones de personas
viven del Estado, cifra por demás preocupante.
Si pasada la cuarentena, el Gobierno persiste en no controlar la
oferta monetaria, la economía irá cuesta abajo y no es aventurado pronosticar
que se apure el camino hacia la hiperinflación, con los daños morales y
materiales que ello implica. Es
sumamente peligroso gobernar pensando
solo en la conveniencia o inconveniencia política, sin ideas rectoras que
despejen el camino. Así no se progresa y menos en las puertas de una crisis
mundial.
No
solo se sufre o muere por catástrofes naturales como es una pandemia o un
tsunami, también se sufre y se muere donde no se afianzan los derechos civiles
e individuales, donde se menoscaba la justicia, y la autonomía personal,
cuando no se está a salvo de los
fanatismos y del poder autoritario o totalitario que imponen los dictadores.
No se debería
olvidar que la vicepresidente Cristina Kirchner se pronunció, en un discurso, por
la reforma de la Constitución con la
intención de cambiar las instituciones liberales por su “antigüedad”. Quien así
se expresó ha sido presidente de la República y no ha tenido reparo en
supeditar valores morales en pos de sus metas. Desprecia a los partidos,
prefiere la “administración”, médula del pensamiento que conduce a la
estatización y la burocratización de la sociedad.
Si el
país de vuelve ingobernable aparecerá, como muestra la historia, alguien que
intentará poner orden, puede ser probable,
entonces, que ese orden, sea una dictadura. El Estado siempre se dirige
a minar las bases de la libertad cuando el sistema de partidos y la sociedad
civil le dejan un resquicio donde introducirse. La oposición democrática, para que ello no ocurra, debe unirse, al
menos para mantener las instituciones, oponiéndose a quienes renieguen de la
división de poderes y de la democracia que generó los controles sociales, espontáneamente.
Para salir con el menor costo posible de la
delicada situación, que sin duda deberemos atravesar, la sociedad debe
comprometerse a hacer perdurar la vida en un ambiente de paz y trabajo. A su vez las plataformas de los partidos deberán prestar la debida atención a que la
política concuerde con las normas constitucionales y el Congreso, a que el Gobierno esté sometido a su control para
impedir que cometa desatinos.
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