Entre la Propiedad y el Leviatán
Agustina Blanco
Periodista por el Colegio Universitario de Periodismo. Licenciada en
Comunicación Social por la Universidad Católica de Santiago del Estero.
Investigadora de la Fundación Centro de Estudios LIBRE. Participante del Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales de Fundación Atlas 2020.
En
el día de ayer, el presidente Alberto Fernández, sentenció la expropiación de
la empresa “Vicentin”, lo que produjo, una vez más, que en esta situación
turbulenta y autoritaria en la que estamos inmersos hace casi 90 días, se
dividieran aún más las aguas. La famosa grieta que Fernández se había propuesto
eliminar, resurgió cual ave fénix. No es para menos. Vamos a explicar por qué.
Se
trata ni más ni menos de la disyuntiva de la clase o tipo de país en la cual
queremos habitar. Para eso, tenemos dos alternativas: por un lado un país donde
se respete la libérrima libertad del individuo en lo que refiere a sus derechos
naturales, primarios, básicos e inalienables, como es la Propiedad Privada,
entendida en términos de lo que planteaba el filósofo inglés John Locke: “puesto
que el hombre tiene el derecho y el deber a la propia conservación,
tendrá derecho a poseer las cosas necesarias para ese fin”
y por el otro zambullirnos en la idea Hobbesiana, que no es más que una espiral
oscura donde el Estado es el único acaparador de todo aquello que pueda
considerarse como un activo en vistas de un bien mayor, mancomunado e
igualitario: “De esta institución de
un Estado derivan todos los derechos y facultades de aquel o aquellos a quienes
confiere el poder soberano por el consentimiento del pueblo reunido. (…) En
consecuencia, quienes acaban de instituir un Estado y quedan, por ello, obligados
por el pacto a considerar como propias las acciones y juicios de uno no pueden
legalmente hacer un pacto nuevo entre sí para obedecer a cualquier otro, en una
cosa cualquiera, sin su permiso”
De esta forma el individuo delega, de forma
absoluta, su derecho original para que el soberano lo proteja y defienda. En
otras palabras, el Estado no queda supeditado a los hombres, sino los hombres
al Estado. Así pues, aparece la representación del
famoso “Leviatán”.
El
Leviatán es una figura
retórica, artificial, un monstruo de naturaleza bíblica que sirvió a Hobbes
para esgrimir sus postulados y explicar la necesidad de un pacto entre el
individuo y un poder superior a él. Para
Hobbes, es necesario, pues, que la idealización de dicho contrato en donde
voluntariamente, se establezca este poder absoluto, se ejecute para vivir
tranquilamente. Ahora bien, ¿de qué trata este pacto? ¿Qué entrega uno y qué
obtiene del otro? La transferencia no es otra que: trasladar los derechos
individuales a un poder superior y absolutista. Y si decimos que es
absolutista, empero, es ilimitado. Sin embargo, otra proposición que se da en
este convenio es que el individuo no tiene ninguna posibilidad de renunciar a
él. El contrato es el establecido y es imprescindible.
Aún incluso en esta idea peligrosa planteada por el
filósofo inglés de corte absolutista, no hay cabida para aquello que entendemos
por expropiación. La Real Academia Española (RAE) define expropiar como: “privar
a una persona de la titularidad de un bien o un derecho, dándole a cambio una
indemnización. Se efectúa por motivos de utilidad pública o interés social
previstos por las leyes”.
La ley que “habilita” a la expropiación propiamente
dicha, en Argentina, es la Ley. 21.499 y explica cómo será el proceso por el
cual se someterá tal empresa para quedar finalmente en manos del Estado
Nacional. Pero lo que nos tendría que llamar poderosamente la atención, y que
hasta ahora no lo ha hecho, es que se trata de una Ley sancionada en el año
1977, es decir, en pleno “Proceso de Reorganización Nacional”, bajo la
presidencia del General Jorge Rafael Videla.
¿Qué tendrá que ver esto con la expropiación?, se
puede preguntar el lector y es completamente válido, pues la respuesta es
mucho. Esto y aquello, siempre están relacionados. Y vamos a explicar por qué.
Haciendo pleno uso de la tecnología para buscar un archivo y no dejar espacio
para que la memoria se confunda -ella puede hacer eso, confundirse-. Recordemos
que en nuestro país en el año 2013 bajo la presidencia de Cristina Fernández de
Kirchner estalló una furiosa e incisiva discusión sobre la Ley de Medios.
Algunos de los agentes más próximos del kirchnerismo como Florencio Randazzo
-en aquella época ministro del interior y de transporte- dijo que: [la
aprobación de la nueva ley era] "una deuda que tenía la democracia con
el pueblo" y añadió que "fue una lástima que pasaron cuatro años para
declarar la constitucionalidad de la misma". Mientras que, por su
parte, Gabriel Mariotto, - que ejerció el cargo de vicegobernador de la
Provincia de Buenos Aires acompañando a Daniel Scioli por el “Frente para la
Victoria” (FPV), pero que anteriormente había ejercido otros cargos de la mano
del gobierno de Néstor Kirchner y posteriormente con Cristina, en lo
relacionado a la Comunicación y como interventor del COMFER- dijo que: “quien
no quiera discutir una ley de la democracia quiere seguir con la ley de la
dictadura”. Pero no terminó allí, siguió: “partimos de la base que
estamos con una ley de la dictadura desde 1980 rigiendo los destinos de los
medios de comunicación de nuestra patria y que la actual ley está ajustada a la
seguridad nacional”
Ya que juntos hicimos el ejercicio de recordar,
ahora le voy a pedir que también me acompañe con su más sincera honestidad
intelectual en el siguiente razonamiento: si la Ley de Radiodifusión era una
“deuda de la Democracia”, y quien se opusiera a ella estaría con la “ley de la
Dictadura”, cabe preguntarnos, en efecto, por la interpretación básica del
silogismo planteado por la lógica kirchnerista; si ¿quien apoye la Ley de
Expropiación, estará a favor de la “Dictadura” ya que también fue sancionada
durante el Proceso de Reorganización Nacional? O, acaso, ¿esta dialéctica
aplica exclusivamente cuando a los kirchneristas les conviene sí, pero cuando
no les conviene no?
Está bien, lo entendemos. Es un misterio. Pero no
está demás decir que sería algo más o menos así: cuando les toca ganar no la
reparten con nadie, pero cuando les toca perder socializan las pérdidas.
Dicho esto, volvamos al tema en cuestión. Anabel
Fernández Sagasti, senadora por Mendoza y autora del proyecto de expropiación
de la compañía afirmó que “la nueva Argentina necesita construir un modelo
de empresarios que no tienda a abusarse de Estados bobos".
Al decir el enunciado “nueva Argentina”, ya se está
dando por sentado, que, en primera instancia la discusión a la que nos
referimos más arriba es real y existe (elegir qué tipo de modelo será
Argentina). No quedándose corta, la senadora cuyana, arremetió: “para que el
Estado cuide de otra manera el bolsillo de los argentinos". "Es
la nueva normalidad que viene en la Argentina". Aquí termina nuestro razonamiento
anterior, pero vamos a retomarlo completo: mientras que por un lado la
discusión existe, por el otro, la misma ya deja de ser discutible.
Pues bien, dicho todo esto, ¿de dónde viene esta
idea de que todo cuanto quiero lo debo conseguir caprichosamente? Ya sea mediante
un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) o, a través del envío de un proyecto
de ley, -que ya está perfectamente armado, lo cual significa que no es una
decisión determinada de un día para el otro, sino que tuvo su maquinación
previa- Viene, sin lugar a dudas, de una concepción instaurada en la mente del
colectivo social que caracteriza a la posmodernidad. Se trata, pues, de creer
que el mundo actual como lo vemos fue creado por arte de magia, de la nada. Que
las empresas, la tecnología, los servicios y los bienes, ya estaban allí por
ósmosis. Pareciera ser que nada fue transformado de su estado de naturaleza. La
vaca ya era un asado antes de ser vaca.
Cuando el motor que creó el mundo -llámese Dios o
quien ud. conciba- lo hizo con las cosas que ya conocemos en la actualidad: la
televisión a color, la Internet, los automóviles automáticos, etc. El primer
hombre -llámese Adán o como Ud. quiera- simplemente se sentó en el sofá -que ya
también el mismo motor había creado- a mirar felizmente y sin preocupaciones la
última temporada de “La casa de papel” en Netflix.
Y nada hay más lejos que eso. Se trata de un
proceso que se llama: desarrollo. La técnica, pues, permitió el desarrollo de
la libre actividad de comercio y perfeccionamiento de recursos para la
satisfacción de las necesidades humanas.
En primera instancia se satisfacían las necesidades
primarias y luego las secundarias. Es una sucesión de esfuerzos constantes por
lograr un objetivo y mejorar el nivel de vida del individuo. De aquí surge,
pues, el trabajo en términos del inglés John Locke, como: “al tomar una cosa
y sacarla de su estado natural, la persona le agrega algo a la cosa, le agrega
algo que crea su propio trabajo. Y, como su trabajo es de su propiedad, esa
cosa-plus puede convertirse con todo derecho en su posesión, excluyéndola del
derecho común”.
Si bien la naturaleza nos ha dado lo básico, corre
por cuenta propia, a través del trabajo, que es la combinación que hacemos del
uso de nuestro cuerpo y de la inteligencia, lograr transformar, crear, producir,
diseñar o inventar.
Y como, según la senadora, mendocina, ya está
determinada la cuestión de la “Argentina que viene”, -hasta eso nos quitan-, lo
último que nos queda por hacer es una reflexión por cuanto significa la
relación costo – beneficio como ciudadanos civiles en entregarnos a las manos
del Leviatán.
Analizar introspectivamente y con una mano en el
corazón, mirando hacia atrás los hechos en la vida que cada uno de nosotros
logró superar y por los cuales trabajó y luchó cumpliendo o no su sueño.
Transformando todo cuando uno quería de aquel “estado natural de las cosas”.
Preguntarnos francamente si realmente valió la
pena, porque está claro que para el núcleo duro del kirchnerismo devenido en
albertismo -o a la inversa, como Ud. prefiera-, la respuesta es no, no valió la
pena. Porque ellos nunca tuvieron la capacidad de transformar con su cuerpo y
su inteligencia nada. Viven a costa del bolsillo del contribuyente. Todo les
fue dado, y una muestra de esto, es que el cuerpo político se ha pasado
prácticamente durante toda la cuarentena cobrando de forma completa su sueldo y
por haber trabajado menos de la mitad de días de lo que habitualmente
acostumbran.
Asimismo, tras ser consultados por una medida de
reducción de sus propios sueldos en “solidaridad”, la respuesta volvió a ser
no. En palabras de Alberto Fernández: “No. no porque yo cobro menos de lo que
cobra un Juez”
Un no rotundo y absoluto, como el absolutismo, el
del mismísimo Leviatán del que hablamos recién.
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