Si pudiera venir Erhard...
Pedro Schwartz
Presidente del Tribunal de Defensa de la Competencia de Madrid y Profesor de Economía de la Universidad San Pablo CEU.




En 1947, Alemania era aún un país en ruinas. La guerra, ésta de verdad, había dejado un reguero de muerte y destrucción. Las autoridades de ocupación mantenían congelados los precios. La escasez de productos se combatía con cartillas de racionamiento. Los precios tasados junto con la inflación daban alas al mercado negro. El reichsmark venía sufriendo una devaluación tal que la gente había vuelto al trueque o utilizaba los cigarrillos como calderilla y el coñac para los pagos mayores. La actividad constructora se reducía al desescombro. En el Oeste, las fábricas estaban paradas; en el Este, la maquinaria se la llevaban los rusos.
La transformación comenzó con la reforma monetaria. Las autoridades de ocupación crearon el deutschemark, con un cambio de 1/10. La oferta monetaria se redujo en un 90% y, con ello, la inflación se estabilizó en el 1,5% anual. En abril de 1948, Ludwig Erhard fue nombrado director de la Administración económica de las tres zonas occidentales. El domingo 20 de junio de ese año, comunicó por radio que se iniciaba la total liberación de los precios y se suprimía el racionamiento.
Parece que el lunes, de vuelta de jugar al golf durante el fin de semana, el general americano Lucius Clay, gobernador militar de la zona americana, llamó a capítulo a Erhard y le recriminó que hubiera anunciado la alteración del sistema de precios controlados. “Alterado, no; abolido”. Clay le espetó: “Me dicen mis asesores que es un error”. “También me lo dicen los míos”, respondió Erhard. Los precios subieron hasta conseguir que las baldas de las tiendas se llenasen. Desapareció el mercado negro. En la pira de reglamentaciones socialnacionalistas que encendió Erhard ardieron las leyes laborales, los límites horarios, las limitaciones de la competencia, los salarios máximos e, incluso, la planificación cuatrienal nazi. Y se impuso a la brava el equilibrio presupuestario.
Como refiere Enrique Cerdá en la revista Libertas de Eseade, la producción industrial de la Alemania libre creció un 25% en 1948, y de 1949 hasta 1953 el producto real per cápita lo hizo a una tasa media anual del 8%, tras absorber 10 millones de refugiados venidos del paraíso de la República Democrática del Este. Pasados 10 años, la economía de la Alemania Federal era otra vez la mayor de Europa. Dirán algunos: fue el Plan Marshall. Pues no sólo. En la Inglaterra vencedora, Clement Attlee estaba construyendo la socialdemocracia laborista: nacionalizó las minas de carbón, la producción eléctrica, los ferrocarriles, el transporte por carretera, el acero… En total, un quinto de la economía británica. Las cartillas de racionamiento se mantuvieron hasta 1951. Menudearon las crisis monetarias hasta que tuvo que intervenir el FMI y se multiplicaron los conflictos laborales hasta que Mrs. Margaret Thatcher embridó a los sindicatos. El actual presidente del Gobierno español ha puesto su esperanza en un Plan Marshall europeo. No entiende que las ayudas Marshall se deshacen como azucarillos si el país se instala en el socialismo.
La salida del coronavirus
Nos enfrentamos con ruinas causadas por la guerra contra el virus. El destrozo humano es grande y la tragedia de las víctimas, dolorosa. La gestión de esta emergencia ha sido un desastre. Cuando se oye al presidente Sánchez adjudicarse una calificación de notable por su reacción a la pandemia, se entiende cómo obtuvo su doctorado: escribiendo una tesis hecha de retazos copiados y engañando sin escrúpulo a toda la comunidad académica. Con todo y lo grave que es el daño innecesario que su Gobierno ha inferido a la salud pública, lo peor es la revolución económica y social al estilo de la DDR que está imponiendo con ayuda del vicepresidente Iglesias. Un país como el nuestro, enfrentado con una contracción del producto que podría alcanzar un 13% este año, un déficit público del 11% del PIB, una deuda pública equivalente al 122% del producto anual y una cifra de paro del 20%, necesita mucho más que empleo público y medidas sociales. No es el momento de subir el salario mínimo, crear una renta básica universal perpetua, cargar impuestos punitivos sobre los “mil más ricos”. La derogación de la reforma laboral pactada entre Bildu y Podemos es lo último que se necesita en un país con grandes cifras de paro. Tampoco es el momento de presentar un dispendioso proyecto de Presupuestos Generales del Estado.
Esta guerra ha dejado la fuerza de trabajo casi intacta y los medios materiales, enteros. Es posible volver a crecer a la alemana, pero con reformas radicales. La Fundación Civismo ha propuesto que se suspenda la obligación de pagar el salario mínimo, al menos mientras dure la crisis. Deberían abolirse las normas que dificultan la prestación de horas extraordinarias. Habría que renunciar a la extensión a toda España del sistema de peonadas del campo andaluz y extremeño, que no otra cosa es la renta mínima básica. Además del alargamiento de los plazos para cumplir con el Fisco, habría que ir directamente a reducciones generales de impuestos y olvidar las llamadas ‘Tasa Tobin’ y la ‘Tasa Google’. Las reducciones deberían ir acompañadas de recortes del gasto público para obedecer la norma europea de equilibrio presupuestario. Después del coronavirus, España es más pobre. Para salir de esta crisis necesitamos buena administración, libertad y trabajar. Friedrich Hayek se inquietó cuando oyó a Erhard hablar de Economía Social de Mercado, pero éste le tranquilizó: “No se preocupe, profesor Hayek, el mercado libre es social”.

Este artículo fue publicado originalmente en Expansión (España) el 4 de junio de 2020 y en Cato Institute.

 

Últimos 5 Artículos del Autor
[Ver mas artículos del autor]